Название: Ciudad ocupada
Автор: David Peace
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Sensibles a las Letras
isbn: 9788418918254
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mientras lloramos, dónde está la ley?
En el Ab-grund, en el No-suelo, la ausencia de fondo, la caída sin fondo / Aquí, otras voces en este Reino de lo Otro pronunciarán el otro-nombre de este otro-lugar.
En este no-lugar, en esta no-ciudad, entre dos lugares, en este Reino de lo Otro / No hay golondrinas, aquí no vuelan las golondrinas / Aquí arrastramos los pies por la alfombra de sus cadáveres, de un lado para otro, por sus pechos hinchados y sus alas estériles / Aquí, donde sus ojos quietos nos acusan, amarillos / Aquí, donde sus picos vacíos siguen abiertos, amarillos.
En este lugar de no-lugar, yacemos. Tiene un nombre
y no lo tiene. Dilo pues,
dilo ahora: Cesura.
Entre nosotros.
En este lugar-no-lugar / ausencia de lugar, este lugar llamado Cesura, nombrado Cesura, este lugar que nos quita el aliento, este lugar que nos deja llorando. Siempre llorando. A cada minuto.
Eres sordo, eres mudo y eres ciego,
es por eso que no puedes ni quieres oírnos,
no puedes ni quieres ayudarnos,
¿verdad…?
En la Ciudad Perpleja, en la Ciudad Póstuma, en Cesura, a cada minuto.
No quieres ayudarnos, ¿verdad que no, querido escritor?
La primera vela es apagada.
Apagada a cada minuto.
En-Cesura, In-diferencia…
Bajo la Puerta Negra, en su cámara superior, en el círculo mágico, con la cara blanca cayendo y la túnica roja ondeando, la médium ya se ha desplomado al suelo antes de que puedas hacer nada. El viento, la campanilla y el tambor quedan en silencio, la médium queda muda y tumbada en el suelo,
en el suelo bañado de lágrim-astillas.
In-diferencia y en-cesura…
La primera vela apagada,
la médium agotada.
Des-in-corpor-ada…
Ahora que ya no estás poseído, te has quedado solo aquí. Aquí en la Ciudad Ocupada, solo y sordo, mudo y ciego.
Y aun así, intentas escribir,
coger tu pluma
para volver a escribir
aquí. Aquí, en este lugar situado entre las cosas que hiciste y las que no hiciste, entre las cosas que sentiste y las que no sentiste, entre las cosas que dijiste y las que no dijiste,
aquí, en este lugar situado entre lo hecho y lo des-hecho, entre lo sentido y lo no-sentido, entre lo dicho y lo desdicho.
Y aun así, intentar escribir,
volver a escribir
aquí.
Pero aquí lo hecho nunca puede des-hacerse,
ni lo des-hecho hacerse.
Aquí lo sentido nunca puede no-sentirse,
ni lo no-sentido sentirse.
Lo dicho nunca puede des-decirse,
ni lo des-dicho
decirse.
Aquí donde ya sabes que lo escrito no puede des-escribirse,
y donde tienes miedo —miedo, miedo, miedo— a lo no-escrito,
lo no-escrito nunca puede escribirse,
lo no-escrito no puede escribirse
aquí. Aquí donde la vista se te nubla, donde el oído te falla. Aquí y ahora, donde las pesadillas y los dolores de cabeza atormentan tus días y tus noches. Aquí y ahora, mientras confundes el sol con la luna, la luz del sol con la de la luna, la caída del sol con la luz de la lluvia,
la vida con la muerte, tos-tos,
la muerte con el nacimiento. Aquí.
En este círculo mágico de once velas, en esta cámara superior de la Puerta Negra, toses y tos-toses, viendo-nublado y oyendo-mal, toses y tos-toses, lagrimeando y sangre-manchando aquí. Aquí entre las lágrimas vacías y los papeles que caen, estás tosiendo, tos-tos, y también dando vueltas, vueltas y más vueltas, sin poder escribir, sin ver nada,
todavía medio sordo a los pasos-en-escalera,
a las sirenas y a los teléfonos.
—Basta de llorar —susurra una voz, la voz de un viejo—. Basta de llorar, basta de llorar por él…
Se te cae la pluma, la pluma-sin-tinta. Abres los ojos, los ojos rojo-secos. Las once velas se han apagado, la Puerta Negra ha desaparecido, la Ciudad Ocupada ha desaparecido. Estás de pie en un cobertizo, en un establo, con olor a tierra, olor a humedad. Estás mirando cómo un anciano abre cajas de cartón y saca expedientes de ellas, expedientes polvorientos y telarañosos, y se pone a ojear los papeles y los documentos, los documentos y los cuadernos, cuadernos y más cuadernos.
—Fue hace muchos años —está diciendo el viejo—. Ya no hay mucha gente que se acuerde de cómo fue en realidad el caso de Teigin.
»Pero yo sí me acuerdo. Porque yo estaba en la Unidad de Asesinatos. La Unidad n.º 2 de la Primera División de Investigaciones de la Policía Metropolitana de Tokio. Y la Unidad n.º 2 era la que se ocupaba de todos los asesinatos.
»El jefe de nuestra división era Suzuki y el jefe de nuestra unidad era Minegishi…
»Pero usted quiere saber qué pasó, ¿verdad? —repite el viejo—. ¿Verdad? ¿Quiere usted saber la verdad? ¡Aclárese! ¿Qué es lo que quiere saber? ¿Lo que pasó o la verdad? ¿Cómo que son lo mismo? ¡Pues claro que no son lo mismo! Yo puedo creerme que algo haya pasado, pero eso no hace que sea verdad.
»¿O sí?
»Por ejemplo, yo una vez conocí a un detective. Casado. Con un hijo. Toda la pesca. Y en fin, resulta que ese detective empezó a creer que su mujer estaba teniendo una aventura. Un lío. Con un americano. Con un soldado. No era verdad. Pero él se lo creía igualmente. Me venía a mí y me contaba: Anoche mi mujer se fue a follarse al soldado americano. Falso. Pero él se lo creía igualmente. Creía que estaba pasando. Creía que era real. Creía que era verdad. Y era verdad para él. Era real para él y al final también fue muy real para ella. Pero eso es otra historia. En fin, ya ve usted adónde voy a parar, ¿verdad? En todo caso, si lo que quiere saber usted es lo que pasó, yo le cuento lo que pasó. Está todo aquí.
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