Betty. Tiffany McDaniel
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Название: Betty

Автор: Tiffany McDaniel

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Sensibles a las Letras

isbn: 9788418918247

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СКАЧАТЬ algo —contesté, notando el golpe seco de la caída.

      —Tienes que notarlo del todo.

      Me arrastró detrás de él para dar vueltas corriendo dentro del garaje.

      —¿Lo notas ahora?

      Se volvió para mirarme.

      —Lo noto más.

      —Tienes que notarlo del todo —repitió saliendo del garaje.

      Sin soltarme la mano, me llevó corriendo al campo.

      —¿Adónde vamos? —pregunté.

      —A algo maravilloso —respondió él.

      Nuestros pies golpeaban rítmicamente hasta que llegó un momento en que nos movíamos tan deprisa que me convencí de que había despegado del suelo.

      —Lo noto —dije—. Lo noto del todo.

      Y efectivamente lo notaba. Como si algo me inundase, veía pasar estelas de colores. Azul, amarillo, verde. El cielo, el sol, la hierba. La experiencia que había vivido en el colegio me había llenado el alma de nudos que ahora podía soltar en los prados. Sentí un súbito afecto por todo lo que me rodeaba que me hizo olvidar la soledad que se había apoderado de mí en el patio de recreo. Ruthis y los demás se hallaban en otra parte. Estaba segura de que podía soportar las cargas más pesadas del mundo. Ni piedras ni hierro, sino espirales y cosas que daban vueltas y giraban.

      Corría tan rápido que adelanté a papá, y me dejó marchar cuando mi mano se escapó de la suya. Di la vuelta al campo antes de regresar con mi padre, que me esperaba con los brazos abiertos. Entonces comprendí adónde habíamos ido corriendo. Habíamos corrido el uno hacia el otro. Me lancé a sus brazos.

      —Mi pequeña guerrera —dijo, arrimando su cara a la mía.

      7

      Aullarán las hienas en sus torres, en sus lujosas moradas los chacales.

      Isaías 13, 22

      L int tenía cara de niño. Tenía cara de niño y ojos de viejo. Tenía cara de niño y los ojos de un viejo inquieto.

      —Septiembre lo calmará —dijo papá—. Y todos los miedos de Lint se irán como un zorro que escapa de noche.

      Papá decía eso cada mes, como si con cada hoja nueva del calendario se abriese una puerta. Pero cuando llegó septiembre, tan fino que podía colarse entre las ramas de los árboles, Lint enfermó de lo que papá llamó el tembleque del escarabajo porque la forma en que Lint se sacudía recordaba el temblor de las larvas.

      —Solo tiene cuatro años —dijo papá—. No es más que un niño. Y los niños creen que solo se les ve si se mueven. Eso es lo que está haciendo, moviéndose para que nos acordemos de verlo. Para que sepamos que está con nosotros en casa.

      Como Lint seguía temblando, papá lo llevó a una lumbre que había encendido en el campo. Se calentó las manos con las luminosas llamas naranja y tocó a Lint.

      —Te veo, hijo —dijo papá apretando las manos contra el pecho de su hijo.

      Primero cesaron los temblores del brazo derecho y luego los del izquierdo.

      —Te veo.

      Los temblores de las piernas cesaron antes que los de la cabeza.

      —Te veo.

      Una vez que Lint estuvo inmóvil como la hierba que le rodeaba, papá dijo:

      —Bien hecho. Te veo.

      Lint se incorporó y sonrió. Tal vez papá pensó que su hijo estaba en condiciones de seguir desarrollándose sin problemas. Que no perdería el juicio y que su risa lo demostraría. Pero para el domingo Lint había empezado a quejarse de unos animales que tenía dentro del cuerpo.

      —Debajo d-d-de la piel —le dijo a papá—. Va y viene. Me pica y d-d-duele. Noto unos cuernos de ciervo que se me clavan en la e-e-espalda, papá. Una a-a-ardilla en el brazo. Una zarigüeya en el p-p-pie. Un coyote e-e-encima de la rodilla.

      Cada vez que Lint se quejaba de que tenía un animal dentro de él, papá le soplaba esa parte del cuerpo e imitaba el sonido del animal en cuestión. Cuando Lint le dijo que tenía un lobo en el codo, papá aulló. Cuando dijo que un tigre corría por su espalda, papá gruñó y enseñó los dientes. Después de que papá imitase el chillido de un halcón, Lint dijo que ese era el último animal.

      Papá sabía que para querer a Lint había puentes que cruzar, y que no siempre serían fáciles de atravesar. Con el fin de prepararnos, dijo que no hablásemos de nuestro hermano con extraños.

      —Solo conseguiremos que nos separen de él y lo manden fuera —nos dijo cuando Lint estaba en el campo buscando piedras.

      —¿Adónde lo mandarán? —le pregunté, sin saber de qué personas hablábamos.

      —A vivir en una casa de escorpiones —respondió papá—. Esos escorpiones le picarán hasta que se olvide de hablar. Es más, querrán curarlo, pero lo único que harán es echarlo de este mundo.

      Cada vez que Lint decía que padecía síntomas imaginarios como dolor de pestañas o arañas en los oídos, papá lo curaba con remedios como si las dolencias fuesen reales.

      —Prométeme que n-n-no dejarás que los demonios me cojan, papá.

      Las noches se volvieron cada vez más difíciles para Lint. Tenía miedo de que en un momento dado le acechasen espíritus malvados a menos de dos metros de distancia. Trustin dormía a menudo en el sofá de abajo debido a la cháchara de Lint. Las infusiones ya no le calmaban los nervios, de modo que papá pasó al café.

      —No puedo d-d-dormir —decía Lint—. Los d-d-demonios.

      —No puedes dormir —le explicaba papá— porque cuando naciste te lavé los ojos con un agua en la que había puesto una pluma de petirrojo en remojo tres días. Quería que fueses madrugador, pero dejé la pluma remojándose demasiado tiempo. Ahora quieres madrugar tanto que ni te acuestas. No hay demonios, hijo.

      Aun así, Lint gritaba y buscaba a papá.

      —¿Papá? —preguntaba Lint—. ¿Siempre s-s-serás mi papá?

      —Claro —respondía papá asintiendo con la cabeza.

      —¿Y mamá siempre será mi m-m-mamá?

      —Siempre.

      —No quiero c-c-crecer. No quiero estar s-s-solo. —Lint se agarraba fuerte a papá—. Quiero estar con mamá y papá s-s-siempre.

      Teníamos problemas para entender a Lint. Podía estar contento y, un momento después, parecía que una sombra hubiese cruzado su rostro. Papá decía que era algo que ninguno de nosotros podía entender, pero que todos teníamos que intentarlo.

      —Él no tiene la culpa de gritar ni de decir cosas un pelín raras СКАЧАТЬ