Название: ¿En qué punto estamos? 3ª edición ampliada
Автор: Giorgio Agamben
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: filosofía e historia
isbn: 9789878388779
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Si esta es la situación real, ¿por qué los medios de comunicación masivos y las autoridades se dedican a difundir un clima de pánico, provocando un auténtico estado de excepción, con graves limitaciones de los movimientos y una suspensión del funcionamiento normal de las condiciones de vida y de trabajo en regiones enteras?
Dos factores pueden contribuir a explicar este comportamiento tan desproporcionado. En primer lugar, se manifiesta una vez más la creciente tendencia a emplear el estado de excepción como paradigma normal de gobierno. El decreto-ley aprobado con prontitud por el gobierno “por razones de salud y de seguridad pública” en efecto se traduce en una verdadera militarización “de los municipios y áreas donde al menos una persona dé positivo sin conocer la fuente de transmisión o aquellos en los cuales haya un caso no atribuible a una persona proveniente de un área ya infectada por el virus”. Una fórmula tan vaga e indeterminada permitirá extender con rapidez el estado de excepción a todas las regiones, puesto que es casi imposible que no se verifiquen casos en otros sitios. Consideremos las graves limitaciones a la libertad previstas por el decreto: a) prohibición de alejarse del municipio o del area concerniente a todos los individuos que allí se encuentren; b) prohibición de acceso al municipio o al área en cuestión; c) suspensión de manifestaciones o iniciativas de cualquier naturaleza, de eventos y de toda forma de reunión en un lugar público o privado, incluso de carácter cultural, recreativo, deportivo o religioso, aunque se desarrollen en espacios cerrados a los cuales el público tenga acceso; d) suspensión de los servicios educativos de la infancia y de las escuelas de todo tipo y nivel, así como de la asistencia a actividades escolares y de formación superior, a excepción de las actividades educativas a distancia; e) cierre al público de museos, instituciones y otros lugares culturales referidos en el artículo 101 del Código del Patrimonio Cultural y del Paisaje, conforme lo dispuesto en el Decreto Legislativo del 22 de enero de 2004, nº 42, así como la suspensión de la efectividad de las disposiciones reglamentarias sobre el acceso libre y gratuito a esas instituciones y lugares; f) suspensión de todos los viajes educativos, tanto en Italia como hacia el extranjero; g) suspensión de los procedimientos de insolvencia y de las actividades de las oficinas públicas, sin perjuicio de la prestación de los servicios esenciales y de los servicios públicos; h) aplicación de la medida de cuarentena con vigilancia activa de los individuos que hayan tenido contacto estrecho con casos confirmados de la enfermedad infecciosa propagada.
La desproporción ante lo que en palabras de la CNR es una gripe común, no muy diferente de las que se repiten año a año, salta a la vista. Parecería que, agotado el terrorismo como causa de las medidas excepcionales, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todo límite.
El otro factor, no menos inquietante, es el estado de inseguridad y miedo que evidentemente se ha expandido en los últimos años en las conciencias de los individuos y que se traduce en una verdadera necesidad de situaciones de pánico colectivo, a la cual la epidemia vuelve a ofrecer el pretexto ideal. Es así que, en un perverso círculo vicioso, la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos se acepta en nombre de un deseo de seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerlo.
2. Contagio
11 de marzo de 2020
¡El contagiado! ¡Dale! ¡Dale! ¡Dale al contagiado!
Alessandro Manzoni, Los novios
Una de las consecuencias más inhumanas del pánico que por todos los medios se busca difundir en Italia con ocasión de la así llamada epidemia del coronavirus está en la idea misma de contagio, que constituye el fundamento de las medidas excepcionales de emergencia adoptadas por el gobierno. La idea, que era ajena a la medicina hipocrática, tuvo su primer precursor inconsciente durante las pestes que entre 1500 y 1600 asolaron algunas ciudades italianas. Se trata de la figura del contagiado, (1) inmortalizada por Manzoni tanto en su novela como en el ensayo Historia de la columna infame. Un “bando” milanés por la peste de 1576 lo describe así, e invita a los ciudadanos a denunciarlo:
Habiendo llegado a oídos del gobernador que algunas personas con falso afán de caridad y para infundir terror y espanto al pueblo y a los habitantes de esta ciudad de Milán, y para excitarlos a algún tumulto, van ungiendo con untos, que llaman pestíferos y contagiosos, las puertas y cerrojos de las casas y las esquinas de los barrios de esa ciudad y otros sitios del Estado, so pretexto de llevar la peste a lo privado y a lo público, de lo cual resultan numerosos inconvenientes y no poca alteración entre las gentes, más aún para quienes con facilidad se persuaden de creer semejantes cosas, se hace saber a todos, cualquiera sea su calidad, estado, grado y condición, que, en el plazo de cuarenta días, se les entregarán quinientos escudos a quienes informen acerca de la persona o personas que han favorecido, ayudado o sabido de tal insolencia...
Mutatis mutandis, las recientes disposiciones (adoptadas por el gobierno con decretos que nos complacería –pero es una ilusión– que no fueran confirmados por el Parlamento en forma de leyes dentro de los plazos previstos) transforman de hecho a cada individuo en un potencial contagiado, exactamente de la misma manera que las disposiciones atinentes al terrorismo consideran de hecho y de derecho a cada ciudadano como un potencial terrorista. La analogía es tan clara que al contagiado en potencia que no cumple con las prescripciones se lo castiga con la prisión. La figura del portador sano o precoz, quien contagia a una multiplicidad de individuos sin que estos puedan defenderse de él, como uno podía defenderse del contagiado, es particularmente mal vista.
Aún más triste que las limitaciones de las libertades implícitas en las disposiciones es, en mi opinión, la degeneración de las relaciones entre los seres humanos que aquellas pueden producir. Quienquiera que sea el otro, incluso un ser querido, no debemos acercarnos a él o tocarlo, y de hecho hay que poner una distancia entre nosotros y él; algunos dicen que esa distancia debe ser de un metro, pero según las últimas recomendaciones de los así llamados expertos debería ser de cuatro metros y medio (¡qué interesantes esos cincuenta centímetros!). Nuestro prójimo ha sido abolido. Es posible, dada la inconsistencia ética de nuestros gobernantes, que quienes dicten estas disposiciones se encuentren motivados por el mismo temor que pretenden provocar. Es difícil no pensar, sin embargo, que la situación que estas crean es exactamente aquella que nuestros gobernantes han tratado muchas veces de alcanzar: que de una buena vez se cierren las universidades y las escuelas, que las clases sólo se dicten online, que dejemos de reunirnos y hablar por razones políticas o culturales, que únicamente intercambiemos mensajes digitales y que, donde sea posible, las máquinas sustituyan todo contacto –todo contagio– entre los seres humanos.
1 En italiano la palabra es untore, que tiene una connotación activa y no pasiva como en “contagiado”. Nos hemos apegado a la traducción de las versiones más establecidas de la novela de Alessandro Manzoni. En este libro la hemos traducido, según el caso, “contagiado” o “contagiador” [N. de los T.].
3. Aclaraciones
17 de marzo de 2020
De acuerdo a las buenas prácticas de su profesión, un periodista italiano se ha aplicado a distorsionar y falsear mis observaciones acerca de la confusión ética a la cual la epidemia está arrojando al país, donde СКАЧАТЬ