Название: Meditaciones de Marco Aurelio
Автор: Marco Aurelio
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Autor Pensamiento
isbn: 9788418546433
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17. Debo a los dioses el haber tenido buenos abuelos, buenos padres, una buena hermana, buenos maestros, buena familia, parientes, amigos, y, por decirlo en breve, todo género de bienes. El no haber faltado en nada a mi deber con ninguno de ellos, tanto más, teniendo yo en mí mismo tal disposición, que, en fuerza de ella, si me hubiese ofrecido la ocasión, habría, sin duda, cometido alguna falta en este particular. Pero, gracias a los dioses, con su favor nunca hubo tal concurrencia de cosas que en ella se descubriese mi ruin disposición.
El no haber sido por largo tiempo educado en casa de la concubina de mi abuelo, el no haber marchitado con ninguna infamia la flor de mi juventud y el que no hubiese consentido en contraer matrimonio antes de sazón, sino haber dejado que pasase primero algún tiempo. El que yo viviese bajo la dirección de un príncipe, y justamente padre, de quien no ignoraban que me había de quitar todo género de orgullo, haciéndome entrar en la idea que se puede componer fácilmente el que uno viva en palacio, sin que necesite de guardias ni use vestidos suntuosos ni que le precedan en el público lampadarios, no teniendo en los salones aquella larga serie de estatuas ni gastando semejante pompa y aparato; antes, por el contrario, cabe muy bien que uno en palacio se reduzca a imitar muy de cerca la vida privada de un ciudadano particular, sin que por esto pierda un punto de su grandeza y fuerza, para ejercer con toda la autoridad de superior las funciones públicas del Imperio.
El haberme cabido en suerte un hermano tal, que, por una parte, me obligase con sus costumbres a cuidar mucho de mi misma conducta, y por otra, con el respeto y amor que me tenía, me sirviese de grande consuelo. El haberme dado unos hijos no faltos de talento y no contrahechos. El que yo no hiciese grandes progresos en la retórica, ni en la poesía, ni en otros estudios, porque tal vez en éstos me hubiera estancado, sin pasar a otra cosa, si en ellos me hubiera visto muy adelantado. El haber yo promovido a los que corrieron con mi educación, concediéndoles los honores que a mi parecer deseaban y no dilatando sus esperanzas con las buenas razones de que todavía eran jóvenes y que con el tiempo les premiaría. El haber yo conocido a Apolonio, Rústico y Máximo, como también el que, muy a menudo y con mucha claridad, se me representase el sistema de una vida conforme a la naturaleza.
De modo que, por lo que mira a los dioses, a los auxilios e inspiraciones que de parte de ellos recibí, me hallo en estado de vivir acorde con la naturaleza, si yo, por mi culpa, o por no querer seguir y observar los avisos, y no sé si diga las lecciones que ellos mismos me dan, me quedare atrás. De que mi cuerpo haya podido por tanto tiempo resistir al trabajo en este género de vida. ¡De que yo no llegase a tener un trato poco decente, ni con Benedicta ni con Teodoto, sino que, con el tiempo, me viese libre de aquellos afectos poco castos a que antes había dado lugar! ¡De que, enojado muchas veces contra Rústico, no por eso me propasé jamás a alguna resolución de que después tuviese que arrepentirme!
El que mi madre, aunque hubiese de morir joven, con todo, tuviese el consuelo de pasar en mi compañía los últimos años de su vida. El que yo, cuantas veces quise socorrer a algún pobre, o bien a otro cualquiera que tuviese necesidad de mí para distinto fin, jamás me oyese decir que no tenía por entonces dinero con que poder hacerlo, y que ni tampoco me viese yo en igual necesidad de socorro ajeno.
El que yo tuviese una consorte de unas prendas tan bellas, tan inclinada a complacerme, tan apasionada por mí, de una condición tan llana y sencilla. El poder echar mano de tantos y tan hábiles maestros para mis hijos. El proponerme, entre sueños, aquellos remedios, de que yo necesitaba, y, entre otros, los que me habían de servir contra el esputo de sangre y los vahídos de cabeza, lo que me aconteció en Gaeta. El que, habiendo yo concebido mucha pasión por la filosofía, ni tuviese la desgracia de dar con algún sofista ni de perder malamente el tiempo en seguir a escritores, o en resolver silogismos, o en discurrir sobre la física celeste. Cuanto acabo de referir no me pudo acontecer sin el socorro de los dioses y favor de la fortuna.
En el país de los Cuados, a orillas del Gran.
Libro II
1. Por la mañana no dejes de decirte a ti mismo: Tropezaré hoy con algún curioso, con algún ingrato, con algún provocativo, con otro doloso, con otro envidioso, con otro intratable; todo esto le viene a ellos de la ignorancia del bien y del mal. Pero yo, que por una parte tengo bien visto y meditado que la naturaleza del bien, totalmente consiste en lo «honesto»; la del mal, en lo vergonzoso, y que por otra conozco a fondo ser tal la condición del que peca, que no deja de ser mi pariente, no por un vínculo común de una misma sangre o prosapia, sino porque participamos de una misma mente y partícula o porción divina; bien sé que ninguno de éstos puede perjudicarme (puesto que ningún otro, no queriendo yo, puede complicarme en su infamia); ni debo enojarme contra quien es mi pariente, ni concebir odio contra su persona. Porque los hombres hemos nacido para ayudarnos mutuamente como lo hacen los pies, las manos, los párpados, los dos órdenes de dientes, el superior e inferior; por tanto, es cosa contra la naturaleza que unos a otros nos ofendamos, como sin duda lo hace el que se estomaga con otros y les es contrario.
2. Todo mi ser consiste en una porción de carne, con un soplo y un principio director.
Déjate ya, pues, de libros; no te distraigas por más tiempo. ¿No tienes en tu mano hacer cuanto te digo? Tú, como quien en breve ha de morir, desprecia tu cuerpo, que es tan solo sangre, unos huesecillos y un tejidillo de nervios, de pequeñas venas y de arterias. Mira qué cosa viene a ser tu espíritu: viento es, ni siempre un mismo viento; antes bien, de un instante a otro renovado; entrando y saliendo. Quédate, pues, en tercer lugar la mente, parte principal. Hazte así la cuenta: viejo eres, no permitas más que se esclavice, ni que sea agitada a manera de títere con el ímpetu de las pasiones contrarias a la sociedad; no te desazonen las presentes disposiciones del hado ni las futuras te asusten.
3. Las obras de los dioses están llenas de providencia. Las de la fortuna, o tienen su origen en la misma naturaleza o no suceden sin concierto y conexión con aquellos efectos a los cuales rige y preside la Providencia, de la cual todo dimana. Además de que así la necesidad, como la utilidad del universo, del cual tú eres una parte, pide de suyo que las cosas tengan este curso que vemos. Y podemos decir que es bien de cada una de las partes de la naturaleza aquello mismo que la condición del universo lleva consigo, y aquello también que de suyo se ordena a la conservación del mismo.
Igualmente la mutación de los elementos y de los compuestos conservan en su ser al mundo. Esto te baste; éstos sean para ti tus dogmas perpetuos; echa, pues, de ti esa sed de leer para que no mueras con repugnancia, antes bien, con resignación verdadera y agradecido de corazón a los dioses.
4. Acuérdate cuánto tiempo hace ya que dilatas la ejecución de estas máximas y cuántas veces, habiéndote los dioses concedido aquel plazo que te habías prefijado, con todo, no te has aprovechado de él. Es menester, pues, que ahora, por fin, conozcas de cuál mundo eres una parte y de cuál gobernador del mundo has salido como un destello; que tienes predefinido el término de tu vida en un tiempo acotado del cual si no te aprovechares, serenando tus apetitos y pasiones, él se te pasará y tú pasarás con él y otra vez no volverá.
5. Cuida a todas horas de obrar valerosamente, como corresponde a un romano y a un hombre, aquello que tuvieres entre manos, con una gravedad perfecta y natural, con mucha humanidad, con franqueza, con entereza y justicia, poniendo en calma tu corazón, desembarazado de cualquiera СКАЧАТЬ