Название: Bill El Vampiro
Автор: Rick Gualtieri
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Ужасы и Мистика
isbn: 9788835433767
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También es un coleccionista obsesivo. Su padre le inició en ello cuando era joven, y luego el TOC de Tom tomó el control y lo mantuvo a toda marcha desde entonces. Tiene un almacén en Jersey, donde crecimos, lleno hasta el borde de cómics y figuras de acción. Eso sin contar las cosas que guarda bajo llave en su dormitorio. La mayor parte vale una mierda ahora, y probablemente lo será siempre, pero tiene algunas piezas bonitas. Nunca dejes que te pille jugando con alguna de ellas, el tipo es un poco psicópata al respecto. Una vez cambié la posición de su figura de He-Man para que le diera a la princesa Leia al estilo perrito y hubieras pensado que había envenenado a su familia. Mierda, si alguna vez envenenase a su familia, probablemente lo superaría más rápido.
Así que, ese soy yo. No soy exactamente Bruce Wayne, pero tampoco soy un caso perdido que sigue viviendo en casa con mamá y papá. Mi vida es estable, aunque un poco aburrida: me levanto, hago algo de trabajo, como algo de comida y vuelvo a dormir. Y así sucesivamente hasta el fin de semana, en el que más o menos cobro mi sueldo, salgo con mis amigos y me quejo del resto de la semana.
Algún día espero casarme, tener unos cuantos hijos, y entonces probablemente volveré a la misma rutina. Excepto que entonces pasaré los fines de semana con mi mujer, quejándome del resto de la semana. Ya sabes cómo es. Mi plan es muy parecido al de cualquier otra persona: maximizar mis buenos momentos, minimizar los malos y dejar las cosas más grandes a la gente a la que le importa más que a mí. Al menos ese era el plan, pero luego tuve que ir a arruinarlo todo con mi muerte.
El día antes del día de mi muerte
Permítanme empezar diciendo, ¡al diablo con el SoHo! Sí, eso es lo que he dicho. Nunca, nunca he tenido una buena experiencia allí. Cada persona que conozco que vive allí, es un idiota. Todas las entrevistas de trabajo que he tenido allí, han sido realizadas por imbéciles. Todos los restaurantes en los que he comido allí, han sido una mierda, e incluso cuando la comida no era una mierda, el servicio sí lo era. Es un lugar donde los trágicamente modernos van a morir, y la gente con más sentido de la moda que células cerebrales se reúne como polillas en el fuego. Así que debería haber sabido que no debía ir a una fiesta allí. Más aún, debería haber sabido que el dulce pedazo de culo que me invitó era demasiado bueno para ser verdad.
El sábado había empezado bastante bien. Era un buen día, despejado y lo suficientemente fresco como para llevar una chaqueta ligera. Tom se dirigió a pasar el día con sus padres y su linda hermanita que, en sólo dos años más, iba a tener la edad suficiente para masturbarse legalmente... no es que yo lo hiciera. Bueno, vale, habla conmigo dentro de dos años y ya veremos. Pero no le digas que he dicho eso. En cuanto a Ed, estaba encerrado en su dormitorio/oficina en casa. Estaba un poco atrasado en el diseño de niveles de un nuevo proyecto y quería quemar algunas horas del fin de semana para terminarlo. El resto de mis amigos de la zona estaban ocupados, así que solo quedábamos yo y yo.
Comí un par de Egg McMuffins por la mañana en el McDonalds de la calle 86 y luego me subí al tren R para ir a la ciudad. No tenía ningún plan. Pensé en gastar un poco de dinero, almorzar y regresar. Tal vez vería si alguien tenía ganas de ir a algún bar por la noche. Tengo que admitir que morir no estaba en mi lista de cosas por hacer. Pero bueno, vivir y aprender, supongo... ¿o es no vivir y aprender?
La primera parte de mi día fue más o menos como esperaba. Pasé por el Complete Strategist para comprar unas cuantas miniaturas nuevas de D&D (la que tenía no le hacía justicia a mi Mago Guerrero de Alto Nivel) y unos cuantos suplementos de reglas que habían salido. Puse suficiente dinero para que, gracias a mí, algún ejecutivo de Wizards of the Coast pudiera seguir pagando la educación universitaria de su hijo.
Después de eso, me dirigí al centro de la ciudad y pasé un rato en la tienda de Apple, donde, por centésima vez, me paré a debatir conmigo mismo las ventajas de comprarme un iPad y también, por centésima vez, decidí que tal vez lo dejaría para más adelante. Luego cogí unas porciones de pizza y me dirigí al metro de nuevo.
En retrospectiva, debería haber merodeado un poco más. Si eso hubiera pasado, no la habría conocido, y, bueno... Todavía estaría vivo.
Pero no estás aquí para ver la historia de Bill, el tipo que se fue a casa, se reunió con unos amigos, y luego pasó el resto de su noche de sábado discutiendo borracho sobre quién era la chica más sexy de Smallville, ¿verdad?
Como decía, fui a coger el tren de vuelta a Brooklyn. Como no quería mezclarme con la gente del fin de semana, me dirigí al final del andén, donde sólo había unas pocas personas esperando. Eso resultó ser un gran error.
El tren se tomó su tiempo, y yo empezaba a cansarme del perpetuo hedor a orina de vagabundo cuando sentí un golpecito en el hombro. Como soy un habitante de la ciudad, reaccioné con naturalidad. Es decir, me giré rápidamente, seguro de que me iban a asaltar y con la esperanza de parecer lo suficientemente intimidante (lo cual es dudoso) como para que mis posibles atacantes lo pensaran mejor.
—Estás un poco nervioso, ¿verdad?— dijo la pequeña que me miraba fijamente. No medía más de un metro sesenta y cinco, con tal vez unos cuarenta y siete kilos empapada (discúlpenme mientras considero la imagen de ella mojada... ah, sí. Bastante bien), y totalmente caliente. Tenía el cabello rubio de longitud media con reflejos verdes, pero aparte de esa pequeña rareza, parecía que podría haber salido de una sesión de fotos de moda... o de un club de striptease.
Me encantaría decirles algo tópico, como que iba vestida de negro o que tenía un aire siniestro. Pero la verdad es que era una mujer muy guapa y bien vestida. Aparte del hecho de que se dirigía a mí, no había nada en ella que fuera realmente una amenaza.
De todos modos, antes de que las cosas pudieran extenderse hasta un silencio incómodo (o, más importante, antes de que fuera obvio que la estaba desnudando con la mirada), le dije: —Lo siento. Me has sorprendido.
—Como sea— dijo ella, obviamente no sorprendida con mi respuesta. —¿Tienes fuego?
—No fumo. ¿Acaso se permitía aún a la gente hacer eso en el andén?
—Me imagino. Entonces, ¿tienes tiempo?
—Eso sí. —Dije mientras me acercaba el reloj a la cara, con cuidado de no quitarle los ojos de encima. Había oído en la CNN hace unos años que algunos pandilleros hacían esto para distraer a una persona y poder acuchillarla con una navaja. De acuerdo, no parecía exactamente una pandillera en sí, pero, aun así, mejor tener cuidado. Al parecer, se dio cuenta de mi paranoia porque sonrió a su vez.
—Alrededor de la una y media— respondí, sintiéndome demasiado cohibido.
—Gracias.
Y, bueno, eso fue todo. Dio un paso atrás y se puso en ese modo de mirar a mil metros que es tan común en la gente que espera un tren. Sin embargo, no pude evitar la sensación de que seguía mirándome de reojo y descarté esa sensación como una mera ilusión. Después de todo, ¿qué hombre heterosexual no ha tenido pensamientos de «sí, ella me desea» en el momento en que una chica sexy como ella le hace una pregunta inocua?
De acuerdo, СКАЧАТЬ