El Encargado De Los Juegos. Jack Benton
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Название: El Encargado De Los Juegos

Автор: Jack Benton

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Зарубежные детективы

Серия:

isbn: 9788835433330

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СКАЧАТЬ días de sobriedad. Ahora cuatro sin beber, seis desde que se emborrachó y doce desde que se despertó en un lugar distinto de aquel donde recordaba haberse ido a dormir. El estímulo de la cafeína hacía que palpitara su corazón, pero el atractivo desarrollo del caso Ozgood empezaba a despertar una curiosidad que solo un barril de alcohol podía enterrar. Era sin duda una tela de araña, pero si podía desentrañarla de alguna manera, podría conseguir que le pagaran por una vez y esa eterna búsqueda de un sentido para su existencia podría apaciguarse por un tiempo.

      —¿Listo, muchacho? —rechinó Croad—. He tenido un día ocupado agitando el fango que tenemos delante.

      Slim asintió, suspirando para sus adentros, preguntándose durante cuánto tiempo tendría que disfrutar de la abrasiva compañía de Croad antes de poder continuar solo con la investigación.

      Croad también tenía coche, un antiguo Morris Marina, que parecía más viejo que su dueño. De un color verde desvaído, tenía una discordante puerta de color rojo cromado y una zona azul en el techo que parecía tapar un agujero en lo alto. Slim debió quedarse mirando, porque Croad se rio de repente y dijo:

      —Techo solar. Casero. El aire no funciona.

      Slim consideró decir algo acerca de las ventanas, pero se lo pensó mejor. En su lugar, dijo:

      —¿Cuál es nuestra primera parada?

      Croad sonrió.

      —Imaginé que empezaríamos a trabajar de inmediato. Le llevo a ver al fantasma.

      7

      Capítulo Siete

      Mientras el automóvil de Croad saltaba y rebotaba por caminos rurales de los que Slim estaba seguro de que no estaban en sus mapas aéreos, el aire entraba por el agujero del techo mientras el tablero pintado de azul que normalmente cubría la abertura se encontraba a sus pies. Slim estaba seguro de que nadie que se fuera a encontrar con un fantasma real pasaría el rato hablando de partidos hace tiempo olvidados del Queens Park Rangers.

      —El nombre del tipo era Mickey —estaba diciendo Croad, tamborileando en el volante con los dedos—. Le acabó yendo bastante bien, llegó a ser internacional con Escocia. Pero el día que apareció era el novato en el entrenamiento. La noche anterior a su primer partido con los reservas, le llenamos las botas con polvos de guindilla. Un día de barro y niebla, todo mezclado. Le dio la sarna o algo así. Decía que los pies le picaban tanto que prácticamente se rascaba hasta quedarse sin piel.

      —¿La sarna? —musitó Slim, fingiendo interés mientras Croad resoplaba de la risa.

      —Al chico le hubiera ido fatal si no se lo hubiera tomado deportivamente… Ah, aquí estamos. La casa de Den.

      Una cancela cubierta de viña la separaba de la carretera. El edificio que había detrás (era difícil decir si era una casa) tenía las ventanas tapiadas, pero la puerta principal había sido reventada y la entrada invadida por arbustos y zarzas. Slim salió del coche y se acercó a la cancela, viendo ahora un segundo piso escondido entre las ramas.

      —La casa de Den —repitió Croad mientras salía y rodeaba el coche para unirse a Slim en la cancela—. Después de llegar el primer mensaje, Ozgood me hizo venir aquí a echar un vistazo, a ver si aparecía Den. Estuve vigilando durante semanas. Nada.

      —Pensaba que Sharp estaba muerto.

      —Lo está. O debería estarlo. Los fantasmas no pueden escribir cartas ni mandar correos electrónicos, ¿verdad?

      Slim dejó a un lado la cancela hasta un muro de piedra enterrado y subió por él. Si eso había sido alguna vez algo parecido a un jardín, hacía mucho de eso, reemplazado por un bloque denso de zarzas que se prendían a los vaqueros de Slim mientras este se abría paso.

      —¿Va a entrar? —preguntó Croad—. Necesitará esto. —Se inclinó por encima de la cancela para dar una linterna a Slim—. Los jóvenes han destrozado el lugar, así que Ozgood lo hizo tapiar, ya que no se volvió a alquilar.

      —Me gustaría conocer a esos jóvenes —dijo Slim—. Seguro que tienen historias que contar.

      —En el parque los viernes por la noche —dijo Croad—. Los encontrará en el jardín de la cerveza, bebiendo sidra barata. Eso hace que siga funcionando la tienda de Cathy.

      Slim asintió. Tomó la linterna y apuntó hacía la oscuridad. Las siluetas de objetos de cocina en descomposición aparecían en medio de la vegetación. Pisando con cuidado, dio unos pasos hacia el interior, pero no había nada que ver, salvo la ruina de la casa. Cristales rotos, pedazos de albañilería y unas pocas piezas no identificables de metal sostenían a los sospechosos habituales de una propiedad abandonada: unas pocas latas aplastadas de Special Brew en un par de charcos, revistas pornográficas y un condón polvoriento y usado que se había dividido en el extremo correspondiente.

      A sus espaldas, Croad dijo:

      —Yo soy el responsable de las cervezas. Con respecto al resto, no tengo nada que ver.

      Slim apagó la linterna.

      —Aquí no vive nadie —dijo—. Creo que es hora de dejar de hacer turismo y de que alguien me cuente acerca de la naturaleza de ese supuesto chantaje.

      Croad sonrió.

      —Usted manda. ¿Lo quiere en el coche o fuera de él?

      8

      Capítulo Ocho

      Pocos minutos después se sentaron delante del viejo Marina de Croad, con vasos de café sobre sus regazos. Croad sacó una hoja de papel y se la pasó a Slim, que la dejó sobre sus rodillas mientras leía.

      —La primera —dijo Croad.

      —Querido Oliver —leyó Slim—. Iré directamente al grano, puede que te sorprenda oír de mí, pero no estoy muerto como esperabas. Pido perdón por eso. De hecho, la tragedia que crees que me ocurrió nunca pasó. Estoy muy vivo. Estoy vivo, pero muy frustrado. Y ahí entras tú. Verás, sé lo que hiciste y creo que ya es hora de que lo pagues. También sé todo lo demás. Acudiré a la policía si no haces exactamente lo que te digo. Tuyo, Dennis.

      La nota acababa con una solicitud de medio millón de libras en efectivo que había que dejar en una bolsa en un paso elevado de la cercana autovía A30. Día y hora: 6 de septiembre a las siete y cuarto de la tarde.

      Slim se burló mientras la devolvía.

      —La tarifa habitual del chantajista —dijo—. Ningún detalle concreto. Supongo que la ignoraron.

      —Por supuesto, dijo Croad—. Mr. Ozgood es un hombre de negocios. Recibe cartas como esta todos los días. Esta no pasó de su secretaria. Así que el chantajista pasó a ser un poco más específico.

      —Muéstremela.

      —Esta es СКАЧАТЬ