La baba del caracol. Chantal Maillard
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Название: La baba del caracol

Автор: Chantal Maillard

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Cardinales

isbn: 9788412437492

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СКАЧАТЬ que importa, en ambos casos, es cierta inclinación, un sesgo de la percepción, una oblicuidad que atraviesa «lo real», superponiéndose de repente a las líneas del mapa con el que acostumbramos a descifrar la existencia.

      Quisiera hablar de ambas cosas como si fueran una sola. Una obra (de arte) es un poema. Un poema es una obra, algo que se presenta y se dice, y lo que dice no es distinto de la forma en que se dice.

      Sin embargo, me doy cuenta de la dificultad de pensar ambas cosas conjuntamente. En nuestra mente siempre se forma alguna representación mientras se escucha, y esto dificulta las cosas. Tan sólo pediré que se tenga en cuenta, pues, que cuando hablo del «poema» no me refiero tan sólo a la obra escrita.

      Quiero empezar sugiriendo que consideremos la manera en que el artista, el hacedor –el que hace (obra)–, se relaciona con lo que llamamos realidad. Propongo que consideremos tres modalidades de relación que son, a su vez, tres modelos teóricos: el de descubrimiento y revelación, el de construcción, y un tercero al que dejaré sin nombre, invitándole a usted a que se lo ponga.

      El primero de ellos, el de descubrimiento, puede inscribirse dentro de lo que en filosofía se denomina «realismo». Una actitud realista es la que entiende que la realidad está dada y que lo que el ser humano puede hacer es descubrirla, en la medida de sus capacidades. El poeta, aquí, es un mediador; a él le toca revelarla.

      En el segundo, el constructivo, la realidad no está dada sino que ha de ser construida. Así que, como cualquier idealista filosófico, el constructivista necesita entender a los individuos como sujetos activos cuyo cerebro no sea un sistema tan sólo receptivo, sino operante. El artista, aquí, es un arquitecto, o un tejedor. También es un científico. Le compete proponer nuevos patrones.

      En ambos casos, tanto si se descubre como si se construye, la realidad es algo estable, y está fuera; tanto si el poeta la recibe como si el artista la construye, no forman parte de ella, ni siquiera cuando hablan en primera persona, proponiéndose a sí mismos como objeto. Según el tercer enfoque, por el contrario, lo que llamamos «la realidad» sería inestable, moviente y, a pesar de sus constantes (que permiten a la ciencia elaborar patrones teóricos), irreducible a parámetros fijos. Hablaríamos de suceso ahí donde se hablaba de realidad y veríamos trayectorias ahí donde creíamos ver objetos y sujetos. La noción de ritmo reemplazaría las de materia y forma (lo que sucede, sucede con un ritmo). Hablaríamos de resonancia. Y de escucha. ¿Y el poeta? El poeta no haría ningún ruido. Abriría la mano, tan sólo, para el poema.

      Estos tres enfoques, por supuesto, tienen su historia. Pero están presentes en la actualidad, y esto es lo que nos interesa ahora.

      I. El erizo y el ermitaño

      Como ejemplo actual de la primera modalidad, me gustaría traer aquí a un pequeño personaje, un erizo, el erizo poemático de Jacques Derrida.

       Lo que encierra el poema

      «Un corazón allí (là-bas), entre los senderos o las autopistas, fuera de tu presencia, humilde, a ras de tierra, muy bajito (tout bas). Reitera murmurando: no repite jamás…».

      Un corazón «allí» (un coeur là-bas), pero también un corazón que allí late (un coeur là bat), que late allí, fuera de nuestra presencia, fuera del cuerpo, en la autopista. El latido que expresa, que inaugura y expone el compás entre el dentro y el fuera, entre el sí mismo y… el otro.

      «Lo poético, digámoslo, sería aquello que deseas aprender, pero del otro, gracias al otro y al dictado». El dictado… ¿Quién dicta? El otro. ¿Qué otro? «Un poema, yo no lo firmo jamás. El otro es el que firma. El yo tan sólo está cuando aparece ese deseo: aprender de memoria».

      «Yo es otro», escribía Rimbaud…

      El otro. El otro que soy cuando no me soy. Eso que sabe más allá del mí. Porque el mí se construye; el otro no. ¿Qué es lo que el otro sabe? ¿Qué es lo que cela, lo que recela su presencia?

      Antes, mucho antes de esta época nuestra, el otro era un inspirado por los dioses, en Grecia era un ser enthusiasmado (en-theós), poseído por un dios. Aun ahora, en lugares como India o como Siria, el poeta sigue conservando el aura de los seres elegidos, es un mediador. Elegido pero anónimo, porque lo que importa es el poema.

      El poema, no el sujeto; no lo había en los inicios. El sujeto es el mí que se pone, que se pro-pone frente-a. Y entonces las cosas, los otros (los de-más) vienen a ser objetos. El sujeto es el mí bien construido, una retícula personal, retículas sostenidas entre todos.

      ¿Respondería el erizo derridiano a una teoría de la revelación? Eso pensé al principio: el dictado. El poema que, recogido, entrañado, hace el corazón, lo des-cubre. Corazón-memoria. Corazón antiguo. Algo se reconoce: «¡Esto era!», exclamamos. A-sentimos. No sabíamos que lo sabíamos. El poema no nos enseña nada que no sepamos ya. El poema sólo des-cubre. ¿Qué es lo que des-cubre? ¿Qué es lo que re-vela? Porque no hay descubrimiento sin revelación (en las artes como en la ciencia), y toda revelación es un volver a velar. ¿Qué es lo que se vela?

      El universo metafórico de los velos (el desvelar y el revelar) necesita un cuerpo. Tal cuerpo habrá de ser distinto de la vestimenta que lo cubre. ¿Cumple el erizo con este requisito? Me parece que no. Y de ser así, no está en su sitio en esta primera parte. Tampoco lo estará en la segunda.

      Propongo que nos olvidemos un momento del erizo (lo recuperaremos después) y que nos traslademos de los campos a los parajes costeros para seguir a un cangrejo ermitaño.

      Como aquél, también el ermitaño parece un ser tímido y vulnerable. Cuando lo cogemos se interna dentro de su concha, una concha de mil volutas, una espiral de vías recónditas. Si abrimos la mano y nos inmovilizamos, al cabo de un rato le vemos asomarse. Nos hace frente y recula sin dejar de mirarnos.

      Pero lo más extraño, lo que me llama la atención sobre este animal es que, en realidad, esa concha en la que se retrae no le pertenece; es la concha de un molusco muerto. Y es que, a diferencia de los demás cangrejos, tiene el abdomen blando y necesita protegerse. Es uno de los pocos animales que practican esa variedad de comensalismo a la que se ha dado el nombre de tanatocresis. El ermitaño es un ser frágil que sabe adaptar su cuerpo a las volutas de la concha que le conviene. No puede vivir sin una concha. Cuando se le queda estrecha, va en busca de otra, en la que vuelve a enroscarse.

      Así deberemos entender el poema si nos situamos en la perspectiva del modelo de revelación. El poema es lo que adviene antes del texto y, a diferencia del erizo derridiano, no es uno con el texto. El poema habita el lenguaje, se sirve de palabras muertas a las que traslada y reaviva. Vehicula algo (¿vivencias, sentimientos, saberes ocultos?) СКАЧАТЬ