Ciudadanía y etnicidad en Bosnia y Herzegovina. Esma Kučukalić Ibrahimović
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Название: Ciudadanía y etnicidad en Bosnia y Herzegovina

Автор: Esma Kučukalić Ibrahimović

Издательство: Bookwire

Жанр: Социология

Серия: Europa Política

isbn: 9788491344650

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СКАЧАТЬ que, durante el reparto entre la nueva Banovina de Croacia y lo que iba a ser la de Serbia, uno de los presentes preguntó «y, ¿qué hacemos con los musulmanes?». A lo que Maček respondió «haremos como si no existieran». En realidad, la ideología étnica del populismo identitario será un elemento común a los hasta entonces pueblos hermanados, y el detonante de la tragedia yugoslava que se convertirá en ínsita para la convivencia de las generaciones venideras, especialmente, en Bosnia y Herzegovina. «Probablemente, habrá que buscar fundamentos más firmes y duraderos para los intereses de los tres pueblos de Bosnia y Herzegovina que los que ofreció la ideología. Hemos visto con qué facilidad una ideología se reemplaza por otra opuesta: el nacionalismo, que rápidamente se desliza hacia el fascismo y que pone en cuestión el flujo de la centenarias civilizaciones y culturas de este espacio» (Ibrahimagić, 2003).

      Tras la vuelta electoral de 1990, en el parlamento bosnio –que no fue la excepción respecto de las demás repúblicas–, tomarán el poder las variantes locales de los principales partidos nacionalistas: por un lado, el Hrvatska Demokratska Zajednica (Unión Demócrata Croata) (HDZ), de Tuđman cuyo acuerdo con Milošević para la partición de Bosnia y Herzegovina era un secreto a voces. Tanta era su influencia en el partido dentro de Bosnia y Herzegovina que se afirma que poco antes del referéndum depuso al presidente del partido, Stjepan Kljuic y colocó a Mate Boban, ejecutor de sus planes territoriales. Por otro, como novedad, un partido bosniaco, el Stranka Demokratske Akcije (Partido de Acción Democrática) (SDA), presidido por un declarado musulmán, Alija Izetbegović, que acababa de salir de prisión como el principal acusado en «el proceso de Sarajevo» –una de las purgas políticas de la década contra la élite intelectual bosniaca–, y el único político que no procedía de la estructura comunista. Abogaba por la independencia, pero por un Estado unido. Y como tercera pata, el partido radical serbio, Srpska Demokratska Stranka (Partido Demócrata Serbio) (SDS), liderado por Radovan Karadžić, que decía no estar dispuesto a que su pueblo viviera como una minoría en un Estado islámico. Ya es histórico el discurso del poeta y psiquiatra en octubre de 1991, cuando dijo que tenía a 20.000 serbios armados apostados en los montes que rodean Sarajevo y que iban a convertir la ciudad en un enorme karakazan para 300.000 musulmanes. «¿No sabéis qué es un karakazan [palabra de origen turco]? Es una caldera. Una caldera negra». No mintió. El hombre que había estudiado en Sarajevo, el mismo que había trabajado en su hospital de referencia y que había vivido durante décadas en esta ciudad, perpetraría el asedio más largo de la historia moderna de una capital en el que perecieron más de 11.500 civiles. 1.600 de ellos, niños. En las cafeterías del céntrico barrio en el que vivió, no pocas veces entre carcajadas, comentó a los vecinos que era un declarado četnik. Casi nadie tomó sus comentarios en serio.

      Milošević sí. Se servirá de las técnicas de aquellas formaciones paramilitares reencarnadas en sus Escorpiones, en los Águilas Blancas de Vojislav Šešelj, o en los Tigres de Željko Ražnatovic, conocido como Arkan, tanto en Croacia como en Bosnia y Herzegovina. Así, antes del referéndum sobre la independencia que celebró el Estado bosnio a principios de 1992, ya andaban por la localidad de Bijeljina los Tigres de Arkan, recién llegados de sus labores de «limpieza» en Vukovar. Los Tigres morían bajo la bandera del nacionalismo serbio, pero tenían sus buenos motivos. Iban a la línea del frente y robaban cuanto cabía en sus camiones mientras que Arkan se iba haciendo con las aduanas, el carburante y el armamento requisado. Y mientras su figura se iba ensombreciendo ante la mirada internacional, en su país natal será catapultado a la categoría de héroe nacional, más aún tras su enlace en terceras nupcias con la cantante de turbo folk, Svetlana Veličković-Ceca. Como anécdota queda su intervención en un talk show de la televisión serbia poco después de su fastuosa boda, bautizada en su momento como el enlace del siglo. En un momento del programa entró una llamada en directo de una espectadora que alababa las joyas que lucía Ceca. «¿Y cómo sabes que mis anillos son de tantos quilates?», le preguntó la diva con sorpresa. «Porque tu marido me los robó en Bijeljina». Estos fueron, según el Tribunal de la Haya, los artífices de la ejecución masiva y la quema de pacientes en el hospital del municipio croata de Vukovar en 1991, y más tarde, de las masacres y saqueos en Bosnia y en Kosovo. Quién le diría a Milošević que, con la finalización de las guerras y los Tigres en paro, Arkan, su sicario, sería un contrincante en el plano político. En 1992 todo parecía diferente.

      El 6 de abril de 1992, aniversario más que simbólico para Sarajevo por ser la fecha en el que fue liberada a manos de sus ciudadanos de las tropas alemanas en 1945, fue el día en el que, cuarenta y siete años después, la comunidad internacional reconocía el Estado surgido de la votación popular celebrada apenas un mes antes, y le otorgaba la membresía en las Naciones Unidas. La misma fecha en la que, ante su mirada impasible, se cerró el anillo de fuego y acero –como lo llamaría el escritor Miljenko Jergović – en torno a Sarajevo, condenando a sus ciudadanos al peor de los destinos. Por aquel entonces, los serbobosnios ya estaban armados hasta los dientes desde los bastiones del JNA, Jugoslovenska Narodna Armija (Ejército Popular Yugoslavo), que supuestamente estaba abandonando Bosnia y Herzegovina, alimentados por la retórica de una alianza «ustašo-jihadista» que, según se decía, pretendía acabar con ellos, y que vomitaban los medios de comunicación serbios, todos en manos de Milošević. No tardaría en reclamar su parte del pastel el nacionalismo croata con la adhesión y creación de la denominada Herceg-Bosna. La mecha de aquella llamada a la guerra épica que se invocó en el campo de Kosovo prendió y adquirió su máxima expresión durante los cuatro años de atrocidades sobre suelo bosnio, país al que se había impuesto además un embargo internacional de armas.

      Si nos preguntamos por qué la comunidad internacional esperó cuatro años para intervenir en lo que a todas luces no fue un conflicto interno sino las pretensiones de Estados soberanos sobre el territorio de Bosnia y Herzegovina sirviéndose de sus satélites ultranacionalistas internos, la respuesta, como señala Noel Malcolm en su obra Bosnia: A short history (1996) está en la idea que acabaría comprando la opinión internacional, y es aquella de que Bosnia y Herzegovina como nación, era un producto creado por Tito donde en realidad «los odios étnicos ancestrales eran irreconciliables». Y es en esta aceptación reduccionista tan propia de la posverdad, donde yace una de las peores decisiones de la diplomacia internacional que, para frenar la agresión, justificaría un modelo estatal fragmentado internamente, y dará así a los portadores de esos odios una legitimidad soberana, en un marco en el que, como señala el filósofo Eldar Sarajlić (2010), las instituciones estatales representarán solo la corteza del poder étnico. Y esta consecuencia, quizá la más dura que ha dejado la guerra, es el legado para las futuras generaciones del país, pero también más allá de éste en un momento en el que los totalitarismos y los giros nacionalistas parecen tomar el pulso a los valores de ciudadanía.

      Tras el apocalipsis, cuya magnitud se puede resumir en más de cien mil muertos, millones de desplazados y la devastación del país, en el año 1995 se firmaría el Acuerdo Marco General para la Paz en Bosnia y Herzegovina (también conocido como Acuerdo de Dayton) auspiciado por la comunidad internacional que grosso modo dio pie a la fórmula «un Estado, dos entidades» (más un distrito), tres pueblos constituyentes: serbios, croatas y bosniacos». Mientras se anula la concepción estatal de aquella república de Bosnia y Herzegovina que se creó antes de la guerra y sus fundamentos de derecho previos, se establece internamente una división entre la Republika Srpska (o República Serbia de Bosnia y Herzegovina), étnicamente homogénea, y de una federación bosniocroata, que a su vez está subdividida en diez cantones. En todos y cada uno de los niveles de gobierno, que son muchos, desde el estatal, pasando por los entitarios, cantonales y locales, el ciudadano está obligado a identificarse permanentemente en cada uno de ellos con un grupo étnico si quiere tener cabida en los mismos. Un sistema formalmente democrático y moderno, pero en la práctica altamente segregado pues se construye de espaldas al otro, en tanto que establece dos categorías de sujetos soberanos: por una parte, los tres pueblos constituyentes y, por otra, todos los demás ciudadanos, con rango inferior explícito.

      Si bien este tipo de anclaje étnico tuvo una razón de ser en los СКАЧАТЬ