Víctimas y verdugos en Shoah de C. Lanzmann. Arturo Lozano Aguilar
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СКАЧАТЬ de inocencia del Dr. Peters, director general de la compañía que proveía del Zyklon-B a las SS, sustentada en las «insuficientes» pruebas de que dicho gas fuera utilizado para el asesinato de los deportados en las cámaras de Auschwitz.

      Las víctimas judías eran incluidas en el cómputo total y acomodadas al relato de cada una de las potencias vencedoras. En ningún caso era reconocida su especificidad como consecuencia de una política racista, ya que dicho argumento resultaba muy poco rentable para los distintos discursos articulados sobre especificidades locales. Los países ocupados por los nazis las contabilizaron entre sus víctimas –aun cuando muchas de ellas no gozasen de estatuto de ciudadanos con plenos derechos por la política antisemita4 anterior a la guerra– y fueron integradas en un relato de sufrimiento nacional o resistencia heroica al invasor.

      La inclusión de las víctimas judías en los cómputos nacionales no fue fruto de la posguerra, sino que ya las primeras informaciones sobre las matanzas se adaptaron al molde nacional más conveniente a la coyuntura, primero a la propaganda bélica5 y, posteriormente, a la propaganda política de la Guerra Fría. El Holocausto empezó a principios de julio de 1941 en la Unión Soviética, con los fusilamientos indiscriminados de todos los judíos,6 mujeres y niños incluidos, y las primeras informaciones llegaron pocos días después a las autoridades soviéticas. Contrariamente a lo aceptado durante años, estas fueron difundidas ampliamente en prensa, radio y noticiarios cinematográficos. El 24 de agosto, el famoso actor y director teatral del teatro yidis de Moscú, Solomon Mijoels, leyó un discurso en la radio estatal dirigido a los judíos del mundo. Dicho discurso sería publicado ampliamente por la prensa y la lectura radiofónica sería filmada e incluida en el noticiario cinematográfico soviético Soiuzkinozhurnal, del 30 de agosto. El análisis de Jeremy Hicks de esta primera noticia sobre el Holocausto nos ofrece la pauta que marcaría la adaptabilidad del acontecimiento a las narraciones nacionales:

      En su discurso, Mijoels describió a los judíos soviéticos como resistentes, vinculando tal condición a la influencia de la cultura soviética. Pero la insistencia en su identidad judía fue todavía mayor que en su activa resistencia. Este énfasis dual sugiere que su discurso no solo se dirigía al mundo judío internacional, sino también a los judíos soviéticos. De hecho, esta tensión entre estos dos públicos caracterizó las acciones emprendidas por Mijoels y otros durante la guerra, especialmente tras la formación del Comité Judío Antifascista, en febrero de 1942. Una muestra bien temprana de este conflicto la encontramos en el estreno de la filmación de su discurso, cuyo montaje solo hizo un llamamiento a la comunidad judía internacional de oposición y resistencia contra el nazismo y evitó la inquietante apelación a los judíos soviéticos para resistir en tanto que judíos (Hicks, 2012a: 45).

      Un proyecto editorial refleja como ningún otro ejemplo las tensiones, la divulgación internacional y el enmudecimiento total en la inmediata posguerra de las víctimas judías en la Unión Soviética. Los intentos del Comité Judío Antifascista (CJA) por destacar la singularidad del exterminio de los judíos, la cierta tolerancia inicial con que fueron vistos y aprovechados desde Moscú y la posterior y brutal negativa a cualquier disensión de la unidad nacional y política promovida por los órganos de propaganda oficiales son los cabos que explican el embrollado proceso de publicación de El libro negro.7

      La idea original de dicho libro pertenece a Albert Einstein y al Comité de Escritores Judíos de Estados Unidos, quienes a finales de 1942, alarmados por las noticias que llegaban de la aniquilación nazi de la población judía europea, se dirigieron al CJA con la propuesta de una recopilación de materiales y testimonios de las matanzas realizadas en el territorio soviético invadido por el ejército alemán. La propuesta no tuvo respuesta hasta la gira por Estados Unidos de Solomon Mijoels, presidente del CJA, en el verano de 1943. La aprobación necesitó de la autorización de Moscú, pues el Comité estaba subordinado al Buró Soviético de Información y todas las cuestiones de cierta trascendencia debían ser previamente aprobadas por la Dirección de Propaganda y Agitación del Comité Central del Partido Comunista Panruso.

      Desde sus primeros pasos, el destino del proyecto quedaba supeditado a los intereses que la política estalinista ponía en juego en el tablero nacional e internacional. Este acuerdo no implicaba que hubiese una publicación del libro en la URSS, sino simplemente que el CJA fuera autorizado a recopilar los materiales y a colaborar con los editores norteamericanos. Las tareas recayeron en la Comisión Literaria del CJA, dirigida por Ilyá Ehrenburg. Un informe de septiembre de 1944 de Ehrenburg especifica que

      el libro contendrá los relatos de los judíos que consiguieron sobrevivir, los testigos de los crímenes, las órdenes emitidas por los alemanes, los diarios y declaraciones de los verdugos, las notas y diarios de quienes consiguieron esconderse. No se trata de publicar una colección de informes o actas, sino de recoger los vivos testimonios que mostrarán la hondura de la tragedia (Ehrenburg y Grossman, 2011: 14).

      Quedaba claro que su proyecto no se limitaba a la recopilación de documentos solicitada desde Estados Unidos y que el informe a las altas instancias pretendía obtener el apoyo para su publicación en ruso. Surgían así dos proyectos, el norteamericano, que pretendía recoger todas las atrocidades cometidas contra los judíos en Europa, y cuyos materiales provistos por el comité solo harían referencia a las acaecidas en suelo soviético, y el de Ehrenburg, que solo recogía los crímenes que tuvieron por escenario la Unión Soviética, pero que iría acompañado por dos volúmenes más, dedicados a los judíos que lucharon en el Ejército Rojo y en las guerrillas antifascistas, respectivamente.

      Sin duda, el esfuerzo bélico titánico que se libraba era propicio para establecer vínculos internacionales y fomentar la resistencia contra el invasor, incluso a costa de resaltar grupos específicos poco acordes con la homogeneidad nacional y política deseada en Moscú. En esta coyuntura, el CJA llegó a un acuerdo con el Consejo Mundial Judío para que cada una de las partes se ocupara de la recopilación e intercambio de materiales con vistas a la publicación en distintas lenguas. El interés de la cúpula política soviética en el proyecto residía en su carácter plurinacional y sería el causante de la ruptura entre la Comisión Literaria presidida por Ehrenburg, comprometida con la publicación nacional de los testimonios que destacaban la especificidad judía, y el CJA.

      En octubre de 1944 el CJA envió, sin conocimiento previo de la Comisión Literaria, 552 páginas del material recopilado en la URSS a un comité editorial internacional, presidido por Nahum Goldmann y B. Z. Goldberg, por exigencia del embajador soviético en los Estados Unidos, A. Gromyko. La cuestión fue zanjada el 28 de mayo de 1945 con la creación de un nuevo comité editorial compuesto por miembros del CJA y el Buró Soviético de información. Apartado Ehrenburg, fue Vasili Grossman, quien había trabajado con anterioridad en el libro, el encargado por el nuevo comité de continuar con los trabajos y unificar en un solo libro los dos proyectos, el documental y el literario.

      La publicación del libro parecía próxima y se enviaron copias del manuscrito a numerosos países, pero todo se detuvo en el primer invierno de posguerra. La razón no fue otra que el avance de la edición norteamericana de los documentos enviados, cuyo prólogo, escrito por Albert Einstein, e introducción motivaron la negativa del CJA a compartir la coedición. Los motivos del desencuentro eran la inconveniencia de la petición de mecanismos internacionales para defender a las minorías nacionales dentro de los países, la reivindicación del pueblo judío de haber sido porcentualmente el más castigado por el nazismo y la exigencia judía de ser tratados como una nación en el panorama de posguerra. Pese a este primer tropiezo, el CJA confiaba en tener muy pronto la impresión de El libro negro en ruso, incluso Mijoels soñaba con una edición en yidis.

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