Apenas lo que somos. Eduardo Bieger Vera
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Название: Apenas lo que somos

Автор: Eduardo Bieger Vera

Издательство: Bookwire

Жанр: Сделай Сам

Серия: Crecimiento personal

isbn: 9788418811500

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СКАЧАТЬ me trataba bien. Por eso, cuando a los pocos meses de conocernos me dijo que nos casábamos, me vi dándole el «sí, quiero» de blanco y ante su Dios, padre, que ya dejó de ser el mío, y que hizo de testigo en la ceremonia. Yo quería la familia que nunca tuve. Dejé mi trabajo como dependienta en la mercería para dedicarme a él y a mis hijos. Pero enseguida todo cambió, o simplemente no supe o no quise darme cuenta y... siguió como tenía que seguir. Comenzó a insultarme, luego cada vez me pegaba más y más y me forzaba noche sí y noche también, y yo no hacía más que embarazarme y parir, y él seguía vejándome y golpeándome incluso estando encinta; fíjese que tengo cuatro hijos que serían cinco si no hubiera abortado, pero no se me asuste padre, que no soy una asesina, que no lo hice aposta, que, como ya le he dicho, yo adoro a los niños, que si no fuera por ellos ya me habría tirado por la ventana, dado un atracón de pastillas o un buen lingotazo de limpia suelos. Lo perdí en casa, después de una paliza. Me caí de tripa y dejé de sentirlo. Esto solo lo sabe Dios y usted.

      –Hija mía, eso que cuentas es terrible; que Dios lo acoja en su seno.

      –Gracias, padre. Bueno, y ahora voy a cambiar al chiquitín y a recoger los desayunos y a preparar la cena, poner dos lavadoras, tenderlas rapidito para que se seque la ropa y no huela a humedad y planchar lo que me dé tiempo, sobre todo sus camisas, que si no entra en cólera y ya se sabe cómo terminamos. Si pudiera descansar un par de horas, bueno me conformaría, aunque fuera con poder dar una cabezadita.

      –Debes descansar y rezar, y habla con él; seguro que todo se soluciona, Dios nunca te abandonará.

      –¿Sabe, padre? Ya termino, no se preocupe. En algo sí han mejorado las cosas. Antes tenía pesadillas, me despertaba sobresaltada y prefería no dormir y permanecer despierta, pendiente de su llegada. Pues resulta que el peor de esos sueños era mejor que mi realidad. Es curioso, ¿verdad? Ahora las pesadillas son de día y con los ojos abiertos y cuando consigo dormir, lo peor que pueda soñar... es mejor que lo que tengo por delante. Bueno, padre, seguro que se me olvidan muchas cosas, pero tampoco es cuestión de darle más detalles, que noto que le incomodan porque le siento removerse ahí dentro y oigo crujir la madera del confesionario, porque como todo el mundo, y no se ofenda, padre, usted también se esconde detrás de una rejilla. Qué fácil debe ser verlo todo desde ahí, ¿verdad? Me confieso de todo lo dicho porque me siento muy culpable de ser tan mala cristiana, aunque ponga bastante más que la otra mejilla, porque me dan por todos lados... Es broma, padre. Peco, padre, peco cada segundo de mi vida contra el más esencial de los mandamientos.

      –Hija mía, perdona que te interrumpa, y debes saber que te acompaño en tu dolor, que es el mismo que sintió Jesús en la cruz, que él también sufrió y sufre contigo. Debes saber que no estás sola. Espero que lo que me has contado te valga como desahogo, y ya sabes que estoy aquí para escucharte cuando lo desees, pero por mucho que me esfuerzo no consigo ver tu pecado, sino tu penitencia.

      –Discúlpeme que le lleve la contraria, padre, pero esto no es un desahogo, es una confesión en toda regla. Confieso que he pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión contra el undécimo mandamiento.

      –No te ofendas, hija, pero el Señor escribió diez mandamientos en dos tablas de piedra que entregó a Moisés en el monte Sinaí…

      –Ya lo sé, lo sé, padre, ya lo sé; no es necesario que lo cuente. Le recuerdo que me crié en un orfanato de monjas.

      –…

      –No se preocupe, padre, yo se lo explico; Dios olvidó escribir el último mandamiento o, ¿quién sabe?, a lo mejor se lo dejó en un bolsillo apuntado en un pedrusco que no le dio tiempo a pasar a limpio a las susodichas tablas. El hecho es que, por uno u otro motivo, que la verdad, me importa un rábano, nunca se lo llegó a dar a Moisés. El undécimo mandamiento es uno de los más importantes, si no el que más, sobre todo porque, si lo incumples, puedes terminar pecando contra el quinto. ¡No me diga que no sabe de lo que le hablo!

      –…

      –El undécimo mandamiento, padre: no aguantarás.

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