Название: Danzar con tu sombra
Автор: Kim Nataraja
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Sauce
isbn: 9788428837804
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El siguiente relato ilustra extraordinariamente la transformación que se necesita en el sendero espiritual:
Awid Afifi el Tunecino fue un maestro derviche del siglo XIX que obtenía su sabiduría de las amplias extensiones del desierto del norte de África. En cierta ocasión compartió con sus discípulos una historia que comenzaba con una suave lluvia que caía sobre las altas montañas en una lejana tierra. La lluvia era al principio suave y silenciosa, y goteaba deslizándose por las laderas de granito. Poco a poco fue incrementando su fuerza, mientras riachuelos de agua oscura corrían sobre las rocas y caían por los nudosos y retorcidos árboles que crecían en ese lugar. La lluvia caía, como cae siempre el agua, sin pensar en ello. El maestro sufí pronto comprendió que el agua no tiene nunca tiempo para practicar su caída. Enseguida se convirtieron en aguas torrenciales y unas rápidas corrientes de aguas oscuras fluyeron al unísono en el nacimiento de un torrente. El riachuelo se abrió paso montaña abajo, atravesando un pequeño grupo de cipreses y de campos de verdolaga con flores de espliego y cayendo en cascadas de agua. Avanzaba sin esfuerzo, salpicando entre las rocas, aprendiendo que un arroyo interrumpido por las rocas es el que más noblemente canta. Finalmente, después de haber dejado atrás las alturas de las distantes montañas, el riachuelo se abrió paso hasta los límites de un gran desierto. Arenas y rocas se extendían más allá de lo que la vista podía alcanzar. Después de haber superado todos los obstáculos de su camino, el arroyuelo esperaba poder salvar este obstáculo también. Pero cuanto más rápido sus olas salpicaban el desierto, más velozmente desaparecían en las arenas. Poco después el agua escuchó una voz que susurraba y que parecía venir del propio desierto, que decía:
–El viento cruza el desierto, el riachuelo también puede hacerlo.
–Sí, ¡pero el viento puede volar! –exclamó el riachuelo, estrellándose con la arena del desierto.
–Así nunca conseguirás cruzar –susurró el viento–. Has de permitir que te lleve el viento.
–Pero ¿cómo? –gritó el riachuelo.
–Tienes que dejar que el viento te absorba.
Pero el riachuelo no podía aceptarlo, no quería perder su identidad ni abandonar su propia individualidad. Después de todo, si se entregaba al viento, ¿podría estar seguro de que volvería a ser un riachuelo alguna vez?
El desierto contestó que el riachuelo podría seguir fluyendo, y quizá algún día se convertiría en un pantano allí, a la orilla del desierto. Pero que jamás cruzaría el desierto siendo un riachuelo.
–¿Por qué no puedo seguir siendo el mismo riachuelo que soy? –se lamentó el agua.
–O te conviertes en un pantano o te abandonas al viento.
El riachuelo permaneció en silencio durante largo tiempo, escuchando los distantes ecos de su memoria, sabiendo que partes de él mismo ya habían estado en brazos del viento. Desde aquel lugar, tanto tiempo olvidado, fue poco a poco recordando que el agua conquista solo si se entrega, fluyendo a través de los obstáculos, convirtiéndose en vapor cuando la amenaza el fuego. Desde las profundidades de ese silencio, lentamente, el riachuelo elevó sus vapores a los acogedores brazos del viento y subió hacia arriba, y fue dulcemente transportado en grandes nubes plateadas sobre el extenso desierto. Al acercarse a las distantes montañas del extremo más alejado del desierto, el riachuelo comenzó de nuevo a caer como fina lluvia. La lluvia, al principio, era suave y silenciosa, y goteaba deslizándose por las laderas de granito. Poco a poco fue incrementando su fuerza, mientras riachuelos de agua oscura corrían sobre las rocas y caían por los nudosos y retorcidos árboles que crecían en ese lugar. La lluvia caía, como cae siempre el agua, sin pensar en ello. Y enseguida se convirtieron en torrenciales aguas oscuras que fluyeron al unísono –una vez más– en el nacimiento de un nuevo torrente. Awad Afifi se negó a decir qué significaba aquel relato, cómo había que interpretarlo. Sencillamente señaló el desierto cercano a sus alumnos y les instó a averiguarlo por sí mismos 6.
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