Название: Presencias del pasado
Автор: Roger Chartier
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: HONORIS CAUSA
isbn: 9788491347958
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En esta tarea imprescindible, los historiadores deben y pueden desempeñar un papel particular. En varios casos, la destrucción de las libertades académicas y de la independencia de la investigación está acompañada por la voluntad de reescribir la historia, imponiendo desde la escuela primaria hasta la universidad una verdad oficial y única. Es en contra de estas fake truths, de estas verdades falsas, que el trabajo de los historiadores debe afirmar su capacidad para producir un saber verdadero. Sabemos que la escritura de la historia retoma estructuras narrativas y formas retóricas que comparte con la literatura. Sin embargo, sus técnicas propias, sus operaciones específicas y los criterios de prueba a los cuales se somete establecen una radical diferencia entre la fábula y el conocimiento, entre los encantos de la ficción y las operaciones científicas que desenmascaran las falsificaciones y aseguran una representación adecuada de lo que ha sido y que ya no es.
Es lo que mostró, paradójicamente, Max Aub, un valenciano de adopción, cuando publicó en 1958 la biografía de un pintor imaginario, Jusep Torres Campalans. La ficción se apoderaba de todas las técnicas encargadas de acreditar la realidad del pasado tal como está representado por el discurso histórico, pero lo hizo no solamente para el engaño divertido de los lectores, sino también para recordar la distancia que separa los juegos con un pasado imaginado y el conocimiento producido por las reglas, las operaciones y los controles propios de la historia. El epígrafe del libro lo indicaba con ironía: «¿Cómo puede haber verdad sin mentira?». Los sortilegios placenteros de la ficción son así la garantía del saber histórico, tal como el olvido es la condición de la memoria.
Es esta certidumbre la que inspiró a la Universitat de València cuando honró a una serie de prestigios historiadores con su doctorado honoris causa: no solamente Pierre Vilar, al que ya mencioné, sino también John Elliot, Paul Preston o Josep Fontana. Encontrarme en semejante compañía resulta más que intimidante. Es una exhortación para seguir los caminos que abrieron. Fueron diferentes sus senderos, por supuesto, y como los de Borges, algunas veces se bifurcaron. Pero todos recuerdan el rigor que deben respetar las investigaciones históricas, cualquiera que sea su temática.
Mi campo de estudio es la historia de la cultura escrita en la primera Edad Moderna, entre los siglos XV y XVIII. Este trabajo histórico no puede ignorar los interrogantes del presente. ¿Cómo mantener el concepto de propiedad literaria, definido desde el siglo XVIII a partir de una identidad perpetuada de las obras, reconocible más allá de cuál fuera la forma de su publicación, en un mundo donde los textos son posiblemente móviles, maleables, abiertos? ¿Cómo reconocer un orden del discurso, que fue siempre un orden de los libros o, para decirlo mejor, un orden de las producciones escritas que asociaba estrechamente autoridad de saber y forma de publicación, cuando las posibilidades técnicas permiten, sin controles ni plazos, la puesta en circulación universal de opiniones y conocimientos, pero también de errores y falsificaciones? ¿Cómo preservar maneras de leer que construyen el sentido a partir de la coexistencia de textos en un mismo objeto (un libro, una revista, un periódico) mientras que el nuevo modo de conservación y transmisión de los escritos impone a la lectura una lógica enciclopédica donde cada texto no tiene otro contexto más que el proveniente de su pertenencia a una misma temática? Los historiadores son profetas lamentables que a menudo se equivocaron, pero tal vez pueden procurar a sus lectores instrumentos de comprensión que ubican en la larga duración de la cultura escrita los entusiasmos y temores del presente y así domarlos.
Es un placer particular para mí ver que mi trabajo es reconocido por una de las más antiguas universidades de Europa, donde estudiaron dos autores presentes en mi biblioteca histórica: Joan Lluís Vives, encontrado en mis primeros estudios dedicados a la historia de la educación, y Gregori Maians i Siscar, primer biógrafo del autor omnipresente en mis más recientes investigaciones, Miguel de Cervantes. «El tiempo del Quijote» es el título de un magnífico ensayo de Pierre Vilar. Pierre Vilar recibió el doctorado honoris causa de la Universitat de València el 24 de mayo de 1991. Veinticinco años después, lo recibo con inmensa gratitud y humilde orgullo, vinculando en mis pensamientos la lucidez intelectual del historiador y los sueños del hidalgo que esperaba un mundo más justo.
Aquestes paraules, pronunciades per l’Excma. i Mgfca. Sra. Rectora de la Universitat de València, M. Vicenta Mestre Escrivà, en l’acte d’investidura com a doctor honoris causa del professor Roger Chartier, fan referència també al professor Jürgen Basedow, el qual fou investit, així mateix, com a doctor honoris causa en la mateixa ocasió. Per coherència discursiva, es reprodueixen ací íntegrament.
Excel·lentíssimes i il·lustríssimes autoritats acadèmiques,
autoritats del Govern valencià,
membres del Comitè Econòmic i Social de la Generalitat,
antics rectors de la Universitat de València,
representants de la Reial Societat Econòmica d’Amics del País,
senyores i senyors,
És un plaer donar-los la benvinguda a aquest emblemàtic espai, el Paranimf de la Universitat de València, al seu edifici històric, conegut amb el nom del carrer al qual s’obri una de les múltiples portes d’aquesta casa d’estudis i de ciència, La Nau.
Diverses portes obertes en tots els sentits, com les d’aquesta edificació, que té els seus orígens en la creació de la Universitat de València com a institució, el 1499. Com ens ha recordat el nostre nou doctor honoris causa, el professor Basedow, la butlla del papa Alexandre VI el 1501 i el privilegi reial de Ferran d’Aragó, el rei Catòlic, concedida l’any 1502, suposaren el reconeixement institucional d’una universitat que tenia les arrels en la mateixa creació de l’antic regne de València, quan Jaume I, el rei Conqueridor, va demanar a Innocenci IV butlla papal, concedida el 1245, per poder crear una universitat a la nova València.
Les portes de l’Estudi General de València, de la Universitat de València, obertes a les persones, a la ciència i al coneixement, ho han estat sempre, malgrat que els contextos històrics hagen suposat persecucions per raons científiques, ètniques o polítiques.
Bé que ho experimentà Joan Lluís Vives, l’estàtua del qual presideix el nostre claustre en un reconeixement a la seua destacada figura intel·lectual. Però cal que recordem que Vives va viure fora de la seua ciutat per evitar una persecució ètnica.
No va poder fugir-se’n, malauradament, el nostre catedràtic de Medicina, Lluís Alcanyís, que morí en la foguera inquisitorial. Hi ha molts més personatges històrics que han patit la intolerància, i que han estat vinculats a la nostra Universitat. Em permetran dues referències, la primera a Olimpia Arozena. El quadre que la recorda va ser ubicat recentment en aquest Paranimf, com podran observar en la galeria de personatges illustres que ens envolten.
La doctora Arozena va ser la primera dona professora de la Universitat de València, docent auxiliar en la secció d’Història de la Facultat de Filosofia i Lletres, membre del Laboratori d’Arqueologia. Parlem de l’any 1930. I sis anys després, el 1936, va ser depurada de l’activitat universitària per qüestions ideològiques.
La segona referència és al rector Joan Baptista Peset Aleixandre, afusellat al cementeri de Paterna l’any 1941.
Al llarg de les darreres dècades, com ha assenyalat el nostre nou doctor honoris causa, el professor Chartier, en la seua lectio, pensàvem que СКАЧАТЬ