Circe. Eduard All
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Название: Circe

Автор: Eduard All

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788418996870

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СКАЧАТЬ hacer! Esas cuestiones vergonzosas que por fuerza de saber se les hacen a los padres; en su caso, o no las hacía, o las preguntaba a alguien en afecto similar.

      Del grupo de misioneras, Solange resultaba ser su madre guardiana. Ella se emocionaba contándole sus anhelos sobre conocer el mundo, bañarse bajo una cascada, explorar una cueva, oler el aire salobre cerca del mar, mirar al horizonte sintiéndose libre y deseando no volver atrás.

      Bien sabía que esto se hacía imposible por el momento, mas lo grandioso surgía en que nadie le podía impedir soñar, así que soñaba y soñaba, viajaba lejos en su sartal de maravillas.

      A pesar de estar envuelta en el despiste, no le fue difícil escuchar el sonido como de un crujido. Miró hacia la puerta. Esta parecía estar bien cerrada. Se apresuró entonces en ir otra vez a la ventana. Tenía miedo, nunca antes la perturbó un sonido así.

      No veía nadie afuera. Se esforzó, pero la oscuridad no permitía ver más allá del espacio donde alcanzaba la luz de la bombilla. De repente, sintió a alguien tirando de sus ropas. Giró maquinalmente la cabeza y, entre las sombras, vislumbró a un hombrecito que le llegaba apenas a su cintura. Su rostro anguloso emergido en la luz, la impulsó a dar un brinco hacia atrás; se adhirió a la ventana. La saliva le resultó insípida dentro de la boca y ambas piernas flaquearon.

      —No te asustes, pequeña. Si he venido hasta aquí es para salvarte —dijo el intruso.

      —¡Salvarme!

      —Ahora no hay tiempo para explicaciones —habló atropelladamente—. Ven conmigo, no te pasará nada.

      La agarró de la mano y la condujo a la puerta de la habitación.

      —Espera, ¿cómo sé si puedo fiarme de ti?

      —Mírame bien. ¿Te parezco una mala persona?

      Ella lo observó directo a los ojos. Su mirar parecía transparente. Respiró hondo. Cierta suspicacia la asfixiaba, provocaba que su corazón palpitara rápidamente. Tal vez debía arriesgarse y seguir al hombrecito. Tenía el impulso de hacerlo. Presentía que el escenario de su vida pronto cambiaría y todo iniciaba ahora con esta decisión.

      Escudriñó aquel semblante una última vez.

      —No, no me pareces una mala persona. Además, algo en mi interior me dice que debo confiar en ti.

      El hombrecito, sin decir palabra, la llevó fuera de la habitación. Caminaron aprisa por un largo pasillo flanqueado de puertas opacas. Luego giraron a la izquierda y descendieron por unas escaleras hasta llegar al vestíbulo del hospicio.

      Doce bombillas de una lámpara gigantesca alumbraban con excelencia el ámbito. Había cuadros en las paredes cuya amalgama de colores vivificaba el recinto en aquella noche de silencio amenazante. Un tapiz casi cubría de extremo a extremo la pared a su derecha, y delante una puerta de roble, de varios pestillos, permanecía abierta de una hoja. Junto a esta aguardaba inquieta una anciana vestida con un elegante atuendo de brocado.

      —No tengas miedo, pequeña. La profesora Nélida está de nuestro lado.

      Circe escuchó al hombrecito, pero mantuvo su vista al frente.

      —¿Por qué tardaste tanto, Gudy? ¡Pensé que eras un enano sensato! Tú sabes lo que puede pasar si él la encuentra aquí, ¿no? —vociferó la anciana, dejando ver las arrugas escondidas alrededor de su boca.

      El hombrecito agachó la cabeza:

      —No fue culp…

      Pero la reluciente señora no parecía esperar respuesta.

      —¡Vamos ya, ahora mismo! Casi puedo sentir su presencia, debe estar por aquí.

      —¿Quién? —preguntó Circe que había estado dudando sin decidirse a hablar o a estar en silencio como lo había hecho hasta el momento.

      —Un hombre vil que ansía más que nada asesinarte —dijo secamente la señora.

      Circe sintió un vacío en su estómago. Se halló confundida, con gran peso en todo su cuerpo. La respuesta fue fulminante:

      —¡A mí! Pero ¿por qué?

      —En su debido momento sabrás las cosas, por ahora centrémonos en abandonar este sitio urgentemente. ¡Vámonos!

      —¿PERO SE VAN TAN PRONTO?

      En el vestíbulo se propagó una voz resonante. Los tres volvieron la mirada hacia las escaleras y allí estaba un hombre alto con una capa oscura que se arrastraba por el suelo, calzado con toscas botas de cuero negro. La tez de nieve cuarteada y el cabello blanco evidenciaban su avanzada edad. Tenía ojos verdes y brillantes, y un talante miserable.

      Circe experimentó vibraciones interiores antes de estremecerse de pies a cabeza. Aquel malhechor venía en busca de su muerte. El sudor principió a brotarle por los poros. No atinaba qué hacer. Debía correr, huir, sin embargo, los pies no respondían a su orden de reversa. Nerviosa, descubrió que su adversario portaba un báculo culminante en una calavera.

      —¡Qué pena! Recién comienza la diversión. ¿No crees, Nélida?

      —No, no creo, Corvus. Lo que tú llamas diversión significa muerte, tragedia, sufrimiento ajeno.

      —¡Y qué es la vida si no hay quien ría y quien sufra! Tú sabes que el dolor de unos es el goce de otros.

      —Pues no te voy a permitir que le hagas daño a ella —se interpuso.

      —Será mejor que me la entregues, hermana...

      —¡Eso nunca!

      Nélida arrojó al suelo una esfera metálica y luego de un parpadeo de luz roja, unas cuerdas saltaron sobre el señor de negro en un intento fallido por apresarlo. Ella fue persistente. Arrojó otra, y otra, y otra más, pero Corvus era en verdad hábil: se escabullía entre las redes.

      El hombrecito sacó, no supo bien Circe de dónde, un arco y un puñado de flechas. Pareció comprender que Nélida necesitaba apoyo en este duelo.

      —¡Detente, Corvus! ¡Ni un paso más!

      —Porque si no, ¿qué? ¿Qué harás, enano? ¿Acaso creen poder más que mi Amo? ¡Entiéndanlo de una vez! Ella fue sentenciada. No hay nada que puedan hacer.

      Corvus caminó hacia ellos. La chica tiritó en silencio, más aún cuando destellaron los rubíes por ojos de la calavera.

      La primera flecha voló, y así unas cuantas. Todas inútiles; se desviaban a diestra y a siniestra.

      —Entréguenmela, no tienen salida.

      —¡Te he dicho que no! —Nélida lanzó una última esfera.

      —¡¡¡BASTA!!! —Las cuerdas reptaron como serpientes. Gudy no pudo escapar del enlace. Un viento huracanado sopló, abrió de un tirón las ventanas y la otra hoja de la gran puerta de roble. Los cuadros a una cayeron—. ¿Tú crees que estoy solo en esto, hermana? No, no lo estoy. El Amo no me mandó solo a esta encomienda…

      Corvus hablaba, pero la mirada de Circe ya СКАЧАТЬ