Название: Padres e hijos
Автор: Ivan Turgenev
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Clásicos
isbn: 9786074571127
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—¡Arkadi, mándame una cerilla, no tengo con qué encender la pipa! —resonó la voz de Basarov desde el carruaje.
Nikolai Petrovich se calló. Arkadi, que había empezado a escuchar a su padre con cierto asombro, mezclado de compasión, se apresuró a sacar del bolsillo una cerillera de plata, que pasó a Basarov por medio de Piort.
—¿Quieres un cigarro? —gritó de nuevo Basarov.
—Pásame uno —respondió Arkadi.
Piotr volvió al coche y le entregó la caja de cerillas junto con
un gran puro que Arkadi encendió al instante extendiendo en torno suyo un fuerte olor acre a tabaco malo. Nikolai Petrovich, que jamás había fumado, apartó sin querer la nariz, aunque lo hizo de un modo imperceptible, para no ofender a su hijo.
Al cabo de un cuarto de hora ambos carruajes se detuvieron ante el soportal de una casa nueva de madera, pintada de gris, y con tejido de chapa de hierro en color rojo. Aquello era Marino, la Nueva Solvodka, o como lo llamaban los campesinos, el caserío de Bobili.
(5) Tributo en dinero o especie que pagaba el campesino al terrateniente en Rusia durante el feudalismo.
(6) Nana.
IV
La numerosa servidumbre no salió al zaguán a esperar a los señores. Apareció solamente una niña de unos catorce años y tras ella salió de la casa un mozo muy parecido a Piort, vestido de chaqueta gris de librea, con botones blancos con blasones. Era el criado de Nikolai Petrovich quien abrió en silencio la portezuela del coche.
Nikolai Petrovich, su hijo y Basarov atravesaron una sala oscura, casi vacía, tras la puerta de la cual asomó el rostro de una joven, y se dirigieron al salón, amueblado y decorado a la última moda.
—Ya estamos en casa —dijo Nikolai Petrovich quitándose el gorro y sacudiéndose el cabello—. Lo principal ahora es cenar y descansar.
—Eso de comer, desde luego, no está mal —observó Basarov estirándose y dejándose caer en un diván.
—Sí, sí. ¡Rápido! ¡Que nos sirvan rápidamente la cena! —exclamó Nikolai Petrovich golpeando el suelo con los pies, sin ningún motivo aparente—. A propósito, ahí está Prokofich.
Entró un hombre de unos sesenta años, de cabello blanco, delgado y de tez morena. Vestía frac color marrón con botones metálicos y llevaba un pañuelo rosa en el cuello. Hizo una reverencia, besó la mano de Arkadi, saludó al huésped y se retiró hacia la puerta cruzando los brazos tras la espalda.
—Ahí lo tienes, Prokofich —le dijo Nikolai Petrovich—. ¿Cómo lo encuentras? por fin ya lo tenemos en casa...
—Su aspecto es excelente —profirió el viejo inclinándose de nuevo, pero inmediatamente frunció el entrecejo—. ¿Desea el señor que se sirva la mesa? —preguntó con acento grave.
—Sí, claro, haga el favor. Pero quizás desea usted pasar antes a su habitación, Evgueni Vasilich.
—No, gracias. No hace falta. Ordene solamente que me lleven allí la maleta y esta pequeña prenda —respondió Basarov quitándose al capote.
—Está bien. Prokofich, llévate también su capote.
Prokofich tomó desconcertado la “pequeña prenda” de Basarov y elevándola con ambas manos por encima de la cabeza, salió de puntillas.
—Y tú, Arkadi, ¿no quieres pasar un momento a tu habitación?
—Sí, tengo que asearme —respondió Arkadi, y ya se dirigía hacia la puerta cuando entró en el salón un hombre de mediana estatura, vestido con un traje oscuro de corte inglés, corbata corta a la última moda y zapatos de charol.
Era Pavel Petrovich Kirsanov. Aparentaba unos cuarenta y cinco años. Sus cabellos grises, cortos, tenían reflejos plateados. Su rostro cetrino, pero sin arrugas, extraordinariamente correcto y pulcro, como tallado con fino y leve cincel, mostraba las huellas de una gran hermosura. Sobre todo destacaban los ojos, unos ojos claros, brillantes y rasgados. Todo el aspecto del tío de Arkadi, elegante y de buena casta, conservaba una esbeltez juventud y esa tendencia a ir siempre erguido, que generalmente desparece después de los veinte años.
Pavel Petrovich sacó del bolsillo del pantalón su hermosa mano, de largas y sonrosadas uñas, mano que embellecía aún más la nívea blancura del puño, abrochado por un único botón de ópalo, y se la tendió a su sobrino.
Después del previo choque de manos europeo, lo besó tres veces al estilo ruso, rozando con sus perfumados bigotes la mejilla de Arkadi y diciendo después:
—¡Bienvenido!
Nikolai Petrovich lo presentó a Basarov. Pavel Petrovich inclinó ligeramente su gentil figura, mientras que sus labios apenas dibujaron una sonrisa; pero no le tendió la mano, y por el contrario se la guardó de nuevo en el bolsillo.
—Ya creía que no vendría hoy —dijo con voz agradable y cariñoso ademán, mostrando sus maravillosos dientes blancos—. ¿Acaso ha ocurrido algo en el camino?
—No ha ocurrido nada —respondió Arkadi—, nos hemos retrasado un poco, eso es todo. Y ahora tenemos un hambre canina. Dile a Prokofich que se dé prisa, papá, yo vuelvo enseguida.
—Espera, voy contigo —dijo Basarov levantándose súbitamente del diván.
Ambos jóvenes salieron.
—¿Quién es ése? —preguntó Pavel Petrovich.
—Un amigo de Arkadi, muy inteligente, según dice.
—¿Va a ser nuestro huésped?
—Sí.
—¿Ese melenudo?
—Sí, claro.
Pavel Petrovich repicó con las uñas en la mesa.
—Encuentro que Arkadi s'est dégourdi(7) —observó—. Me alegra su llegada.
En el transcurso de la cena se habló poco. Basarov, sobre todo, apenas dijo nada, aunque comía mucho. Nikolai Petrovich contó varios episodios de su vida de granjero, como él la llamaba, comento las disposiciones del gobierno, habló de los comités, de los diputados, de la necesidad de adquirir máquinas, etcétera. Pavel Petrovich, que jamás cenaba, se paseaba pausadamente por el comedor, bebiendo de cuando en cuando de su copa, llena de vino tinto, y habiendo de muy en tarde en tarde alguna observación, o, mejor dicho, alguna exclamación, como “!Ah! ¡Eh! ¡Hum!”, Arkadi comunicó algunas novedades de Petersburgo, pero experimentaba esa clase de embarazo que suelen sentir los jóvenes cuando han dejado de ser niños y regresan al lugar donde están acostumbrados a verlos y considerarlos como niños. Se extendía en detalles sin motivo, evitaba el término papascha, sustituyéndolo incluso una vez por la palabra “padre”, aunque la pronunció más bien entre dientes. Con excesiva desenvoltura llenó el vaso mucho más de lo СКАЧАТЬ