100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери
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Читать онлайн книгу 100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери страница 153

Название: 100 Clásicos de la Literatura

Автор: Люси Мод Монтгомери

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9782378079987

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СКАЧАТЬ como una lección, la hizo reaccionar favorablemente.

      Pasaron unas semanas. Plumfield seguía anonadado por aquella inesperada desgracia cuando llegó un telegrama, que ya nadie más que Jo esperaba:

      «Todos salvados. Pronto recibiréis cartas.»

      La alegría fue indescriptible. Jo pareció salir de un infierno y derrochó vitalidad.

      ―¡Izad la bandera del colegio! ¡Que repiquen las campanas!

      Los escolares más pequeñines entonaron un cántico de acción de gracias, que conmovía por la pureza de las voces y la sinceridad de su sentir.

      Las cartas anunciadas no tardaron en llegar también. En una de ellas, Emil daba cuenta del incendio y naufragio, de una manera casi lacónica. En otra, la señora Hardy escribía con elocuencia en términos tan elogiosos para Emil, que enorgullecieron a la entusiasmada comunidad. El capitán ponderaba el valor, pericia y espíritu de sacrificio del muchacho y se expresaba con gran agradecimiento. En cuanto a María escribía con palabras que conmovieron a todos.

      Entonces empezó otro tipo de espera. Febril, impaciente, pero alegre y bulliciosa. Todo Plumfield quería festejar a su héroe.

      Rob compuso un poema épico, inspiradísimo, al que John puso música con objeto de convertirlo en himno de bienvenida.

      Pero la espera se alargaría aún. Porque los salvados náufragos regresaban vía Hamburgo, donde pensaban asistir primero a la boda de Franz, retrasada como consecuencia del luto que había llevado por el resucitado Emil. Eso saldrían ganando todos, porque Franz y su esposa los acompañarían a América en su luna de miel.

      Los otros ausentes vivían diversas visicitudes, que vamos a analizar antes de la llegada de Emil a Plumfield.

      Nath seguía fielmente el camino trazado, muy distinto del de los primeros tiempos de su estancia en Alemania. No le importaba soportar privaciones. Quería seguir adelante, pese a todo, por respeto a quienes habían confiado en él y que estuvo a punto de defraudar.

      Durante el día daba lecciones y por la noche tocaba el violín en un teatrucho de los arrabales. Se abstenía de cuanto no fuera indispensable, incluso en lo más crudo del invierno, y estudiaba todo cuanto podía.

      El profesor Bergmann estaba muy contento de él y empezaba a distinguirle como alumno predilecto. Tanto es así que al llegar la primavera le propuso:

      ―¿Deseas formar parte del conjunto que actuará en un festival musical en Londres? Yo creo que te será conveniente en todos conceptos.

      ―¿Usted cree que estoy preparado para ello, profesor?

      ―Lo afirmo categóricamente.

      ―Entonces, por mi encantado. No sé cómo expresarle mi agradecimiento. ¡Es tanta mi alegría!

      ―Hay un modo de agradecer las oportunidades: haciéndose digno de la confianza de quien nos las proporciona.

      Nath comprendió perfectamente el alcance de estas palabras. Serenamente, pero con una firmeza de la que antes no parecía capaz, contestó:

      ―Seré digno de esta confianza.

      La excursión a Inglaterra y la ocasión que le brindaba en su carrera parecieron a Nath una dicha insuperable. Sin embargo, la vio aumentada aún con la visita que le hicieron Emil y Franz, y sobre todo cuando se enteró de lo del naufragio.

      Los tres «hermanos», como se llamaban entre sí los muchachos de Jo, vivieron horas de feliz camaradería, y Nath tuvo la íntima satisfacción de demostrarles que se había superado a base de sacrificios, de modo que su mal principio era cosa olvidada.

      Emil y Franz lo celebraron y le felicitaron efusivamente. Franz le invitó a su próxima boda, a celebrar en junio, y Emil, quieras que no, le llevó a un sastre para encargarle un magnífico traje con que sustituir la deficiente ropa que llevaba.

      Como si las alegrías se encadenaran llegaron para Nath cartas de los suyos en las que le felicitaban por el éxito conseguido y por su magnífica demostración de hombría y firmeza. Entre las cartas había un cheque por una cantidad apreciable, que al muchacho le pareció extraordinaria.

      Muy lejos, a miles de kilómetros de los tres camaradas, también Dan formaba proyectos para el futuro, contando las semanas que faltaban para verse libre en agosto próximo.

      Sin embargo, a él no le esperaban ni una boda feliz, ni un recibimiento triunfal, ni grandes conciertos. Pensaba que ningún amigo le tendería la mano cuando saliese de la cárcel. No tenía ante sí ni la menor perspectiva feliz.

      No obstante, su triunfo había sido muy meritorio, aunque sólo Dios y el capellán del penal lo supieran. Porque la batalla había sido despiadada dentro de sí, entre el bien y la desesperación que conduce al mal.

      Pero había encontrado un buen aliado en la Biblia, que se había acostumbrado a leer.

      ―Cuando me vea libre volveré con mis amigos los indios. Trabajaré para ayudarles, porque necesitan ayuda. Enterraré en su comprensión esta mancha de mi vida. Y, cuando haya hecho algo de lo que pueda estar contento, volveré a Plumfield. ¡Antes no!

      Estaba totalmente decidido a no volver hasta borrar con algo magnífico aquello que le separaba de sus amigos.

      ―Conseguiré que se enorgullezcan de mí.

      Y al decirlo miraba al cielo como si formulase un juramento, que estaba decidido a cumplir costase lo que costase.

      CAPÍTULO XVI

      EN EL CAMPO DE TENIS

      Plumfield estaba ganado para la causa del deporte. El río en que otrora sólo navegaba un bote cargado de chiquillos se veía concurridísimo de toda clase de embarcaciones de remo, desde el ligero esquife al adornado y cómodo bote de gran capacidad.

      Había lugares adecuados para la práctica del baseball, por el que existía gran afición, para el atletismo y para el tenis.

      Jo era asidua practicante de este último deporte, tanto que a uno de los campos de tenis le llamaban «el de Jo».

      Una tarde dominical estaban aquellos lugares más concurridos que nunca. Por doquier había actividad.

      Jossie y Bess competían, aunque era tanta la diferencia que ninguna opción tenía la «princesa» al triunfo. Eso la aburría y ponía de malhumor, aunque procurase contenerse por cuestión de buenos modales.

      A propuesta de Bess, decidieron descansar un poco, aunque Jossie no lo deseaba. Por eso recibió tan alegremente a dos elegantísimos jóvenes que acababan de llegar.

      Eran Dolly y «Relleno».

      ―¿Cuál de los dos quiere jugar conmigo?

      «Relleno» sudó sólo de pensarlo. Dolly se ofreció.

      ―Encantado de hacerlo, Jossie.

      ―Yo acompañaré a la «Princesa» ―decidió «Relleno», sentándose cómodamente a la sombra.

      También Dolly fue vencido СКАЧАТЬ