100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери
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Читать онлайн книгу 100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери страница 144

Название: 100 Clásicos de la Literatura

Автор: Люси Мод Монтгомери

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9782378079987

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СКАЧАТЬ ajenos a todo cansancio, porque estaban radiantes.

      Eran John y Tom.

      ―Adelántate, Tom, y suelta la noticia. Aunque el periodista sea yo, esta vez te cedo las primicias.

      ―Sí, será mejor que lo diga yo.

      Tom siguió pedaleando, mientras John se detuvo ante la puerta de Dove-cote.

      Al llegar Tom, Jo estaba sola, lo cual alegró al muchacho.

      A la señora Bhaer le bastó una mirada para darse cuenta de que algo anormal ocurría.

      ―¡Bien venido, Tom! ¿Ocurre algo?

      ―Un lío. Un lío tremendo. Y me encuentro en medio, liado a más no poder.

      ―Bueno, eso no me sorprende. Es una especialidad tuya. ¿De qué se trata? ¿Has atropellado a alguien con tu bicicleta?

      ―Peor, mucho peor ―gimió Tom.

      ―¿No te habrás atrevido a recetar a nadie, verdad? Eres capaz de administrar estricnina sin darte cuenta.

      ―No, no es eso. Es aún peor.

      ―Me doy por vencida. Dime pronto qué es lo que pasa, porque ya estoy intrigada.

      Tom puso una cara de auténtico pesar.

      ―Tengo novia.

      Aquello era lo último que Jo podía esperar. Por unos instantes quedó silenciosa, con gesto de asombro.

      ―¿De manera que lo has conseguido? ¡No se lo perdonaré nunca a Nan! ¡Adiós carrera!

      ―No, no, señora Bhaer. No se trata de Nan. Es otra muchacha.

      ―¡Ah, bueno, entonces ya todo cambia! Pero es realmente sorprendente un cambio tan radical. ¿Cómo ha sido eso?

      ―Ya le contaré. Pero ¿qué dirá Nan?

      ―No debes preocuparte por ella. Estará la mar de contenta de haberse sacado un moscón que la importunaba a todas horas. Pero, dime, ¿quién es la novia?

      ―¿Es que no le escribió John acerca de ella?

      ―Creo recordar que se refería a una tal señorita West. ¿Es ella? Creo que se cayó…

      ―Ahí empezó todo. Sin querer le di un chapuzón. Naturalmente, después tuve que mostrarme galante y servicial con ella. Es lo lógico, ¿no? A todos les pareció muy natural. Si no hubiéramos ido en seguida todo se habría evitado, pero John se empeñó en quedarse para hacer unas fotografías… ¡y me perdió!

      ―Realmente, nadie diría que acabas de prometerte. Más pareces un recién sentenciado.

      ―Entre retrato y retrato, yo estaba siempre con ella…

      Sacó una serie de fotografías que enseñó a Jo.

      ―Ya veo, debe ser ésa, ¿verdad? Siempre está junto a ti.

      ―Sí. Es «ella». Se llama Dora, ¿le parece a usted bonita?

      ―¡Hay que ver qué clase de hombre eres! ¿Me preguntas a mí si me parece bonita? Sí, me lo parece. Pero lo esencial es que te lo parezca a ti. Y que sea algo más que bonita, por supuesto.

      ―¡Oh, sí! Es muy hacendosa, sabe llevar una casa, coser y una infinidad de cosas. Tiene un carácter muy dulce, canta y baila que da gusto, y le encantan los libros. Los de usted los ha leído todos y me pidió que le dijera cuánto le han gustado.

      ―Bueno, todo eso son elogios interesados. Tú deseas que te ayude en algo. Pero primero empieza por contármelo todo.

      ―Se formó un grupo. La mayoría eran conocidos de John. Salimos a remar. La verdad es que lo estábamos pasando bien. De repente, ¡el chapuzón! Involuntariamente causé la caída de Dora al agua. Creí morirme del susto. Afortunadamente es una buena nadadora y todo terminó en un remojón y un bonito vestido echado a perder.

      ―Debió ser todo un espectáculo.

      ―Sí, lo fue. Como es natural nos quedamos un día para saber si el incidente había tenido otras consecuencias. La visité y me recibió muy bien. La verdad, no estaba preparado para ser tan bien tratado. Acostumbrado a los desplantes y chascos de Nan me encontré a gusto con Dora. Me sonreía, se alegraba cuando iba y se entristecía cuando me marchaba. Me escuchaba, daba importancia a todo cuanto yo decía… Eso halaga. Uno se siente un hombre importante y no un tonto que hace el ridículo tras una chica cerril.

      Jo le escuchaba, contenta de que las cosas hubieran terminado así.

      ―No te falta razón. Yo, en tu lugar, me dedicaría definitivamente a Dora y olvidaría esta obcecación. Porque no te quepa duda que es obcecación y no otra cosa lo que tenías. Pero, dime, ¿cómo llegaste a declararte?

      ―Fue como consecuencia de un accidente. No tenía intención de hacerlo, pero el burro se metió de por medio…

      ―Oye, oye, Tom. ¿A quién te refieres al decir burro?

      ―A un burro, naturalmente, ¿a quién había de ser? En el grupo causaron sensación las bicicletas que John y yo traíamos. Como es natural, procurábamos lucirnos con ellas. Todas querían que les diésemos un paseo. Estaba paseando a Dora cuando se cruzó un burro ante nosotros. Yo pensé que se apartaría y seguí adelante. Cuando quise frenar viendo que no se apartaba ya era demasiado tarde. Chocamos contra el pollino que se defendió propinando un par de coces a la bicicleta. Dora y yo rodamos por el suelo. Me llevé un susto tremendo pensando que podía estar herida de consideración.

      ―¿Lo estaba?

      ―No, afortunadamente. Como consecuencia del susto tuvo un ataque de nervios. Reía y lloraba al mismo tiempo. Me conmoví. Me atolondré. La llamé «paloma mía», «querida mía», ¡qué se yo! Le pedí perdón por mi torpeza y me sorprendió quitándole importancia con una gentileza encantadora. Entonces ya no me contuve y me declaré. Y lo que es peor… ¡me aceptó!

      La compungida expresión de Tom venció a Jo, que ya hacía rato estaba pugnando por dominar sus ganas de reír. Las carcajadas de la señora Bhaer fueron un alegre colofón a aquel cómico relato.

      ―No se ría por favor. Ahora me encuentro con Dora, que está anunciando a los cuatro vientos nuestro noviazgo, y con las promesas de amor eterno que le he hecho a Nan durante años. Además, no son sólo promesas. También la quiero de verdad.

      ―No sigas por este camino. Estás diciendo tonterías. Ahora te aferras a lo de Nan, porque te humilla reconocer que todas aquellas promesas no tenían base para ser hechas. Pero la realidad es que te gusta Dora. Te encuentras bien a su lado. Te sientes fuerte, capaz de muchas empresas y grandes cosas, ¿verdad? ¿Por qué crees que sucede eso?

      ―Yo creo que…

      Jo interrumpió a Tom. Deseaba convencerle del todo ahora que era el momento oportuno.

      ―Sucede simplemente porque estás enamorado. Y no le des más vueltas. No se puede estar enamorado de dos personas a la vez, eso, es seguro. СКАЧАТЬ