Название: 100 Clásicos de la Literatura
Автор: Люси Мод Монтгомери
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9782378079987
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—Ven conmigo; Oz te manda llamar.
El hombre de paja lo siguió hasta el Salón del Trono, donde vio a una hermosa dama sentada en el sillón de esmeraldas. La dama lucía un vestido de gasa verdosa y tenía una corona sobre sus verdes cabellos. De su espalda nacían dos alas de hermosos colores y tan delgadas que parecían vibrar con cada movimiento del aire ambiente.
Cuando el Espantapájaros se hubo inclinado con tanta gracia como lo permitía su relleno de paja, la hermosa dama lo miró con dulzura.
—Soy Oz, la Grande y Terrible. ¿Quién eres tú y por qué me buscas?
Ahora bien, el Espantapájaros, que había esperado ver la gran cabeza de que le hablara Dorothy, se sintió profundamente asombrado, no obstante lo cual respondió sin desmayo:
—No soy más que un Espantapájaros relleno de paja. Por consiguiente no tengo cerebro y he venido a verte para rogarte que pongas sesos en mi cabeza para que pueda llegar a ser tan hombre como los otros que viven en tus dominios.
—¿Por qué habría de hacer tal cosa por ti? —preguntó la dama.
—Porque eres sabia y poderosa, y nadie más podría ayudarme.
—Nunca concedo favores sin que me den algo a cambio —manifestó Oz—. Pero puedo prometerte esto: si matas a la Maligna Bruja de Occidente, te daré un gran cerebro, y tan bueno que serás el hombre más sabio de todo el País de Oz.
—Creí que habías pedido a Dorothy que matara a la Bruja —dijo con gran sorpresa el Espantapájaros.
—Así es. No me importa quién la mate; lo que importa es que no te concederé tu deseo hasta que ella haya desaparecido. Vete ahora y no vuelvas a buscarme hasta que te hayas ganado ese cerebro que tanto ansías.
Muy desalentado, el Espantapájaros regresó al lado de sus amigos y les repitió lo que había dicho Oz. Dorothy sintióse muy sorprendida al saber que el Gran Mago no era una cabeza, como la había visto ella, sino una dama encantadora.
—Aunque lo sea —dijo el Espantapájaros—, tiene tan poco corazón como el Leñador.
La mañana siguiente, el soldado de la barba verdosa fue a buscar al Leñador y le anunció:
—Oz te manda llamar. Sígueme.
Y el Leñador lo siguió hasta el gran Salón del Trono. Ignoraba si vería en Oz a una dama encantadora o a una cabeza, pero esperaba que fuera lo primero. "Porque" se dijo "si es la cabeza, seguro que no me dará un corazón, ya que las cabezas no tienen corazón propio y por lo tanto no sentirá lo que yo siento. Pero si es la dama encantadora, le rogaré con todas mis fuerzas que me dé un corazón, pues dicen que todas las damas son bondadosas".
Pero cuando entró en el gran Salón del Trono, no vio ni la cabeza ni la dama, porque Oz había tomado la forma de una bestia terrible. Era casi tan grande como un elefante, y el trono verde parecía resistir apenas su peso. La bestia tenía la cabeza de un rinoceronte, aunque con cinco ojos; de su cuerpo salían cinco largos brazos y sus patas eran también cinco, y muy delgadas. Lo cubría un pelaje muy espeso y no podría imaginarse un monstruo más espantoso. Fue una suerte que el Leñador careciera de corazón, porque el terror le habría acelerado muchísimo sus latidos. Claro que, como era sólo de hojalata, no tuvo nada de miedo.
—Soy Oz, el Grande y Terrible —manifestó la bestia con voz que era un rugido—. ¿Quién eres y por qué me buscas?
—Soy el Leñador de Hojalata. Por eso no tengo corazón y no puedo amar. Vengo a rogarte que me des un corazón para poder ser como otros hombres.
—¿Por qué habría de hacerlo? —preguntó la bestia.
—Porque yo te lo pido y sólo tú puedes conceder mi deseo. Al oírle, Oz lanzó un ronco gruñido y agregó:
—Si de veras deseas un corazón, tienes que ganarlo.
—¿Cómo?
—Ayuda a Dorothy a matar a la Maligna Bruja de Occidente. Cuando haya muerto la Bruja, ven a verme y te daré el corazón más grande, más bondadoso y más lleno de amor de todo el País de Oz.
Y, así, el Leñador se vio obligado a volver donde estaban sus amigos y hablarles de la terrible bestia que había visto. A todos les maravilló que el Gran Mago pudiera adoptar tantas formas diferentes.
—Si es una bestia cuando vaya a verlo yo —declaró el León—, rugiré con tal fuerza y lo asustaré tanto que tendrá que darme lo que deseo. Y si es una dama encantadora, fingiré echarme sobre ella para obligarla a obedecerme. Si es una gran cabeza, la tendré a mi merced, pues la haré rodar por todo el salón hasta que prometa concedernos lo que deseamos. Así que alégrense todos, porque las cosas saldrán bien.
La mañana siguiente el soldado de la barba verdosa condujo al León hasta el gran Salón del Trono y le hizo pasar para que viera a Oz.
Una vez que hubo pasado por la puerta, el León miró a su alrededor y, para su gran sorpresa, vio que frente al trono pendía una bola de fuego tan brillante que casi no podía mirarla. Su primera impresión fue que Oz se había incendiado y estaba ardiendo. Empero, cuando trató de acercarse, el intenso calor le chamuscó los bigotes y, temblando de miedo, tuvo que retroceder de nuevo hacia la puerta.
Acto seguido oyó una voz tranquila que salía de la bola de fuego y le decía:
—Soy Oz, el Grande y Terrible. ¿Quién eres tú y por qué me buscas?
—Soy el León Cobarde, temeroso de todo —respondió el felino—. He venido a rogarte que me des valor para que pueda ser realmente el rey de las fieras, como me consideran los hombres.
—¿Por qué he de darte valor?
—Porque entre todos los magos tú eres el más grande y el único que tiene poder para conceder mi deseo.
La bola de fuego ardió con fiereza durante un rato, y al fin dijo la voz:
—Tráeme pruebas de que ha muerto la Bruja Maligna y en seguida te daré valor. Pero mientras viva la Bruja seguirás siendo un cobarde.
El León se enfureció al oír esto, mas no pudo responder nada, y mientras se quedaba mirando en silencio a la bola de fuego, ésta se hizo tan caliente que la fiera debió volver grupas y salir corriendo de la estancia. Al salir se alegró de ver que sus amigos lo esperaban, y les relató su entrevista con el Mago.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Dorothy en tono pesaroso.
—Una sola cosa podemos hacer —replicó el León—, y es ir a la tierra de los Winkies, buscar a la Bruja Maligna y destruirla.
—¿Y si no podemos hacerlo? —dijo la niña.
—Entonces jamás tendré valor —dijo el León.
—Ni yo un cerebro —expresó el Espantapájaros.
—Ni yo un corazón —intervino el Leñador.
—Y yo jamás volveré a ver a mis tíos —dijo Dorothy, rompiendo a llorar.
—¡Ten СКАЧАТЬ