Un don para amar. Ricardo Enrique Facci
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Название: Un don para amar

Автор: Ricardo Enrique Facci

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Cristo Vive en mí

isbn: 9789878438085

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СКАЧАТЬ Dios nos regaló 24 horas por día. A algunos no les “alcanza” (cuestión de opciones), otros no saben qué hacer con ellas y las desperdician en superficialidades.

      Hay que llevar a Cristo a lo concreto, sino no sirve seguir a Cristo. Él no es un relato para una realidad del cielo, Él es el Hijo de Dios que se encarna, que muere en la cruz por nosotros, que Dios exalta por la entrega, que vive en nuestras vidas. Este es el Cristo que quiere estar en lo concreto, en lo de todos los días: caminar, vivir, decidir con nosotros. Y para esto, es fundamental que nos acerquemos a Él y que le dejemos penetrar nuestro corazón con su palabra y retenerla.

      Atendamos a la parábola del sembrador (cfr. Mt 13,3ss). La semilla cae al borde del camino, entre piedras o espinos. En esos casos no hay un ámbito que pueda retener la semilla queda a la intemperie, por lo tanto, no será fecunda. Pero, cuando el sembrador clava el arado en el campo, abre el surco, pone la semilla y la cubre de tierra. El seno mismo de la tierra la retiene. Esa semilla dará muchos frutos, con la paciencia del campesino, que no puede ir instantáneamente a otro rincón del campo y encontrarse ya con los frutos. Existe todo un proceso posterior de abonar, regar, desmalezar. Lo importante es tener claro que exigió un primer paso: que la semilla fuera retenida.

      Esto ocurre con la Palabra de Dios, hay que retenerla en el corazón, conservarla en nuestra conciencia y memoria: horas, días, semanas, tal vez años esperando que esa Palabra dé frutos. Este es el modo de retener a Jesucristo y que Él pueda decidir en nuestras vidas.

      Si la oración no nos lleva a un contacto íntimo con Jesús, donde mucho antes que hablar es escuchar, difícilmente lo conozcamos. En la oración Él nos habla y nosotros veremos sus claras respuestas. Mucho más, si nosotros antes nos hemos empapado con su Palabra.

      Seguramente en lo más íntimo de nuestro corazón, de nuestra conciencia, aparecerá inmediatamente la respuesta de Jesús.

      Para esto, es necesario un fundamento: el encuentro personal con Cristo Vivo. No le podemos dar espacio a Cristo para que sea centro y eje de nuestra vida, si primero no lo encontramos a Él como persona, como se encontraron tantos en los 2000 años de Iglesia. Así vemos a la Samaritana (cfr. Jn 4, 1ss), a la pecadora (cfr. Jn 8, 1ss), a Zaqueo (cfr. Lc 1,19ss) a Nicodemo (cfr. Jn 1, ss.) y a tantos otros a quienes el encuentro con Jesús les produjo un cambio profundo en sus vidas. No creamos que esto es fácil, los apóstoles vivieron tres años con Jesús y no lograron encontrarlo. Motivo por el cual, a la hora de la cruz se escondieron, se llenaron de desesperanza, tenían miedo y volvían a sus barcas. Fue necesario para ellos la presencia del Cristo Vivo de la Pascua y ahí sí trasformaron sus vidas.

      ¡Cuidado! A nosotros nos puede ocurrir lo mismo. Convivir con Cristo toda la vida y no encontrarlo nunca. Él hace tiempo que nos busca, desde la misma cruz. Por eso, debemos buscarlo y seguramente que nos encontraremos con Él, produciéndose algo muy importante: la conversión.

      La conversión es dejar un Cristo que tiene una distancia conmigo para asumir un Cristo dentro de mí.

      Nadie tiene garantido el encuentro con Cristo, por más que sea Papa, obispo, religioso, consagrado, laico comprometido. Por ejemplo, la Madre Teresa en la opinión de su Obispo, no servía ni para prender las velas del altar. En un retiro tiene un encuentro con Cristo y a partir de ahí genera una gran revolución dentro de la Iglesia.

      Todos podemos estar en la primera etapa de la Madre Teresa, no servimos ni para prender las velas del altar. Oportunidades no nos faltan, debemos analizar hasta donde somos capaces de aprovecharlas y mirar nuestro proceso interior.

      El encuentro con Cristo es algo muy personal, íntimo, no es algo “sentimentaloide”. Es atrapante y por ser atrapante es transformante. Al decir que Cristo es centro y eje de nuestras vidas, hacemos referencia a la acción transformante en tres ámbitos: en el sentimental, en la mente y en el corazón.

      El primer paso que produce nuestro encuentro con Cristo, es una adhesión profunda a Él, la cual, nace desde el sentimiento.

      Sentimiento es aquello que se produce en nuestro interior frente a una experiencia determinada. Será de adhesión, de aceptación o de rechazo. El primer paso de conversión a Jesucristo es una adhesión a Él; como los esposos que un día, experimentaron entre ellos un profunda adhesión hecha en el sentimiento y lucharon a brazo partido para llevarla adelante. Así también pasa entre nosotros y Jesús, si nuestro sentimiento se adhiere fuertemente a Él.

      En segundo lugar, transforma nuestra mente porque va cambiando nuestra forma de pensar; nos lleva a identificarnos con el pensamiento de Cristo, a tener el criterio que Él tiene para la vida, nos enseña a ver cómo ve Jesús.

      En tercer lugar, transforma nuestro corazón porque amaremos como ama Él.

      La transformación del sentimiento se da instantáneamente, se da en el momento en que nos encontramos con Cristo. La transformación de la mente y el corazón se va dando paulatinamente a medida que vamos creciendo en el conocimiento de Aquél con quien nos encontramos.

      De esta manera, le damos la oportunidad a Él, para que vaya cristificando nuestra vida, así cada uno llegaremos a ser otro Cristo.

      Aquél que siente la transformación en el sentimiento, en la mente y en el corazón, comienza a tener una verdadera necesidad de Jesucristo. Esto ocurre cuando se ensancha en el corazón el don de la humildad.

      Estamos llamados a ser reflejo de Cristo. Que toda nuestra vida tenga esta sublime aspiración: ser Cristo. Plenamente Cristo en la seriedad de nuestra vida, en la dinámica de la vida familiar, en el accionar de trabajo, apostolado, en la relación con los demás. Ésta es la vida que con nuestra conducta y palabra hemos de testimoniar. Debemos ser luz, gracia que oriente hacia un cristianismo total que satisfaga totalmente y que muestre cómo, en cada circunstancia de la vida, los demás tienen el deber de ser cristianos, y como a su vez, pueden serlo. Los hombres de hoy, en este mundo materialista, sienten como nunca esta inquietud. Es deber nuestro, los cristianos, saciar esta sed y demostrarles con nuestras palabras, y sobre todo con nuestras vidas, el camino seguro de realizar esa aspiración.

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