Название: La palabra de Dios para el mundo de hoy
Автор: John Stott
Издательство: Bookwire
Жанр: Философия
isbn: 9786125026002
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• los llevó a salvo a través del desierto, y los ubicó en la tierra prometida;
• preservó su identidad nacional durante el periodo de los jueces;
• les dio reyes para que los gobiernen, a pesar de que su demanda de un rey humano era, en parte, un rechazo a su propia soberanía;
• los juzgó por su persistente desobediencia cuando fueron deportados al exilio babilónico;
• los restauró a su propia tierra y les permitió reconstruir su nación y su templo.
Pero, por encima de todo, para nosotros los pecadores y para nuestra salvación, Dios envió a su Hijo eterno, Jesucristo, a nacer, vivir y trabajar, sufrir y morir, resucitar y derramar su Espíritu Santo. Dios se estaba manifestando a sí mismo de una manera personal por medio de estos hechos, primero en la historia del Antiguo Testamento, pero de manera especial, en Jesucristo.
Por este motivo, se ha puesto de moda que algunos teólogos distingan claramente entre la revelación «personal» (que se evidencia a través de las obras de Dios) y la revelación «proposicional» (que se evidencia a través de sus palabras), y que luego rechacen las palabras de Dios y se centren en sus obras. Esta polarización no es necesaria. No necesitamos elegir entre uno de estos dos tipos de revelación ya que Dios usó ambos. Además, estos estaban estrechamente relacionados, pues las palabras de Dios interpretaban sus obras. Dios eligió profetas para explicar lo que estaba haciendo con el pueblo de Israel, y eligió apóstoles para explicar lo que estaba haciendo por medio de Cristo. De hecho, el clímax de la revelación de Dios fue la persona de Jesús, quien fue la Palabra de Dios hecha carne. Jesús mostró la gloria de Dios. Haberlo visto a él era haber visto al Padre (ver Jn 1.14, 18, 14.9). Sin embargo, esta revelación histórica y personal no nos podría beneficiar a menos que, junto a ella, Dios nos hubiera mostrado el significado de la persona y la obra de su Hijo.
Por lo tanto, debemos evitar caer en la trampa de creer que la revelación «personal» y la revelación «proposicional» son alternativas opuestas. Es más acertado decir que Dios se ha revelado en Cristo y en el testimonio bíblico de Cristo. Ninguna de estas revelaciones está completa sin la otra.
Segundo, la Palabra de Dios ha llegado a nosotros por medio de palabras humanas. Cuando Dios habló, no lo hizo a viva voz desde un despejado cielo azul para que la gente lo pudiera escuchar. No, más bien habló por medio de profetas (en el Antiguo Testamento) y por medio de apóstoles (en el Nuevo Testamento). Estos y aquellos eran personas reales. La inspiración divina no fue un proceso mecánico en el que se convirtió a los autores humanos de la Biblia en máquinas. La inspiración divina fue un proceso personal en el que los autores humanos de la Biblia poseían, por lo general, el pleno uso de sus facultades. Solo tenemos que leer la Biblia para comprobarlo. Los escritores de narrativa (hay una gran cantidad del género narrativo histórico en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento) utilizaron registros históricos. Algunos de ellos se citan en el Antiguo Testamento. Lucas nos habla al inicio de su evangelio de su minuciosa investigación histórica. Luego, todos los autores bíblicos desarrollaron su propio estilo literario y su énfasis teológico. Así que, la Escritura posee una abundante diversidad. Sin embargo, es Dios mismo quien habla por medio de los distintos enfoques de la Biblia.
Esta verdad respecto a la doble autoría de la Biblia (es decir, que es Palabra de Dios y palabras de hombres, o más preciso, Palabra de Dios por medio de palabras de hombres) es el relato de la Biblia respecto a sí misma. Por ejemplo, a la ley del Antiguo Testamento a veces se le dice «la ley de Moisés» y otras veces «la ley de Dios» o «la ley del Señor». En Hebreos 1.1 leemos que Dios habló a los padres por medio de los profetas. Sin embargo, en 2 Pedro 1.21, leemos que los hombres hablaron de parte de Dios impulsados por el Espíritu Santo. Así que, Dios habló y los hombres hablaron. Estos hablaron de parte de Dios y él habló por medio de ellos. Ambas declaraciones son correctas.
Debemos mantenerlas unidas. Tanto en el Verbo encarnado (Jesucristo), como en la Palabra escrita (la Biblia), los elementos divinos y humanos se unen y no se contradicen. Esta analogía, que se desarrolló bastante temprano en la historia de la iglesia, recibe críticas en la actualidad. Y obviamente no es exacta, ya que Jesús fue una persona, mientras que la Biblia es un libro. No obstante, la analogía sigue siendo útil, siempre y cuando recordemos sus limitaciones. Por ejemplo, nunca debemos afirmar la deidad de Jesús de manera que se niegue su humanidad, ni afirmar su humanidad de manera que se niegue su deidad. Lo mismo sucede con la Biblia. Por un lado, la Biblia es la Palabra de Dios. Dios habló y decidió él mismo lo que quería decir, pero no de tal manera que distorsionara la personalidad de los autores humanos. Por otro lado, la Biblia es palabra de hombres. Los hombres hablaron usando libremente sus facultades, pero no de tal manera que distorsionaran la verdad del mensaje divino.
La doble autoría de la Biblia afectará nuestra manera de leerla. Dado que es palabra de hombres, la estudiaremos como estudiamos cualquier otro libro: usando nuestras mentes, investigando sus palabras y significados, sus orígenes históricos y su composición literaria. Pero dado que también es la Palabra de Dios, la estudiaremos como ningún otro libro, de rodillas, humildemente, clamando a Dios por la iluminación y la guía del Espíritu Santo, sin el cual jamás podremos entender su Palabra.
Pregunta para el corazón:El autor declara que debemos estudiar la Biblia como «ningún otro libro, de rodillas, humildemente, clamando a Dios por la iluminación» ¿Qué luchas enfrentas cuando lees la Biblia? |
Mi respuesta:Leo rutinariamente. Necesito maravillarme de que Dios nos habla hoy tal cómo nos habló en el pasado, cuyo registro lo encontramos en las Escrituras. |
Tu respuesta: |
El propósito de la revelación: ¿Por qué habló Dios?
Ya hemos visto cómo habló Dios: ahora, ¿por qué lo hizo? La respuesta no solo sirve para enseñarnos, sino para salvarnos; no solo sirve para instruirnos, sino para específicamente instruirnos «para la salvación» (2Ti 3.15). La Biblia posee este serio propósito práctico.
Volviendo a Isaías 55, este es el énfasis de los versículos 10 y 11. Tanto la lluvia como la nieve descienden del cielo y no vuelven allá. Estas cumplen un propósito en la tierra: la riegan, la hacen fecundar y germinar. La hacen fructífera. De la misma manera, la Palabra de Dios, que sale de su boca y nos da a conocer su mente, no vuelve hacia él vacía. Cumple un propósito. Y el propósito de Dios al enviar lluvia a la tierra y al hablar su Palabra a las personas es similar. En ambos casos se busca la fructificación: su lluvia hace que la tierra fructifique; su Palabra hace que las personas fructifiquen. Ella nos salva cambiándonos a la semejanza de Jesucristo. Definitivamente, el contexto es la salvación. Porque en los versículos 6 y 7 el profeta habla de la misericordia y el perdón de Dios y, seguidamente, en el versículo 12 habla del gozo y la paz de su pueblo redimido.
De hecho, aquí se encuentra la principal diferencia entre la revelación de Dios en la creación («natural», porque ha sido dada en la naturaleza, y «general», porque ha sido dada a toda la humanidad) y su revelación en la Biblia («supernatural», porque ha sido dada por inspiración, y «especial», porque ha sido dada a personas particulares y por medio de ellas). Dios revela su gloria, poder y fidelidad a través del universo creado, pero en este no revela el camino a la salvación. Si queremos conocer su bondadoso plan para salvar a los pecadores, debemos leer la Biblia, porque es allí donde Dios nos habla de Cristo.
Conclusión
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