Rápido, violento y muy cercano. Eduardo Villanueva
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Rápido, violento y muy cercano - Eduardo Villanueva страница 4

Название: Rápido, violento y muy cercano

Автор: Eduardo Villanueva

Издательство: Bookwire

Жанр: Социология

Серия:

isbn: 9786123176815

isbn:

СКАЧАТЬ de retroceso y represión bastaba para que el gobierno de turno continuara, con mucho menos poder, pero continuara al fin. Además, no existía un elemento reivindicativo claro, sino que se expresaba indignación de manera más general, ante la acción y ante la clase política misma.

      Tras dos días de protestas relativamente pequeñas, la escala cambió. El jueves 12 juramentó el gabinete de ministros, pero lo más importante fue la protesta masiva a nivel nacional, que fue reprimida con brutalidad innecesaria por parte de la policía, especialmente en Lima (figura 1). En memorables declaraciones, Flores Aráoz dijo: «Quiero comprender que algo les fastidia, pero no sé qué», respecto a los jóvenes, los más visibles en los espacios callejeros. Eso demostró que el gobierno no tenía claro qué hacer, y que salvo la represión carecía de alternativas, pues tampoco lograba articular una agenda, mostrar ideas o liderazgo. La mediocridad de Merino de Lama era una tara difícil de disimular, pues no mostraba iniciativa alguna ni parecía saber qué estaba haciendo. El nuevo gabinete no ofrecía nada, ni siquiera la impresión de control sobre el Estado. Compuesto por una variedad de figuras genéricamente de derecha, contaba entre sus miembros con personas sin duda honorables, pero que evidentemente no tenían idea de las consecuencias políticas del golpe palaciego. Es posible que pensaran que tenían un deber público primordial al aceptar el encargo, pero mostraron que no sabían qué estaba pasando en el país.

      Figura 1. Primera plana del diario La República, 13 de noviembre de 2020 (https://impreso.larepublica.pe/impresa/larepublica-lima/13-11-2020#lr_impreso32)

      En la madrugada del 13, luego de la masiva manifestación que fue apenas la versión limeña de la misma protesta en todo el país, aparecieron «pintas senderistas» en el centro de la ciudad, supuestas pruebas de la infiltración terrorista. Lástima que fueran, digamos, versiones libres de la hoz y el martillo (figura 2). La velocidad con la que ese y otros montajes de estilo tradicional, incluyendo el argumento de que se trataba de manifestantes pagados o de una intervención externa —desde Soros para abajo— fueron desbaratados, y demostraron que el gobierno y las fuerzas represivas no sabían ya que hacer y que el viejo repertorio no funcionaba, por la torpeza de los ejecutantes, pero también porque una maniobra así dura lo que un charco de lluvia limeño: minutos. A través de sus cuentas de medios sociales o redes, como se les conoce coloquialmente, los manifestantes demostraron que era evidentemente falso que esas mal trazadas versiones libres fueran la prueba pretendida. El apoyo bien poco disimulado de algunos comentaristas en medios no servía de mucho tampoco, y poco a poco estos se fueron replegando para dejar en completa soledad al desavisado usurpador.

      Con la misma intención viral, los protagonistas de las protestas, con la colaboración de algunos medios de prensa, difundían imágenes de brutalidad policial y consistentes reclamos sobre la ilegitimidad de los golpistas. Las protestas comenzaron a verse favorecidas por las demostraciones de absoluta falta de imaginación del gobierno; con la ausencia del limitado Merino de Lama, falto completo de juego político; con discusiones que dejaban a varios de los nuevos ministros en pésima ubicación —el ex marino Fernando D’Alessio escribió antes de juramentar que la marcha convocada para el 12 de noviembre estaba siendo organizada por el MOVADEF, la organización

      Figura 2. «Hoz y Martillo» falsos.

      De otro lado, la oposición formal no existía. La izquierda parlamentaria protestaba, sin eco alguno, respecto a ciertas medidas, luego de haber perdido credibilidad por facilitar el golpe. Las organizaciones sindicales no respondían, solo se reunían para evaluar la situación. Los defensores de intereses propios, aliados a los reaccionarios, no decían nada; algunos gobernadores regionales y candidatos presidenciales exigían medidas para el pueblo o respeto a los que protestaban, pero sin llamar a revertir la decisión del Congreso, y menos a un cambio de presidente.

      El viernes 13 fue más tranquilo, acompañado de cacerolazos y acciones aisladas, pero la cobertura mediática dejaba claro que lo ocurrido no era un asunto menor, o que se tratara de algunos descarriados utilizados por terroristas. Las protestas no solo eran masivas, sino que tenían una lógica simple: Merino de Lama debía irse. Ese viernes, con partido de la selección peruana en Santiago de Chile de por medio, todo parecía indicar que nada detendría lo que ocurría en la calle.

      Eso fue confirmado el sábado 14, tras una autoconvocatoria realizada sobre todo a través de medios digitales como WhatsApp, TikTok o Facebook. La movilización fue mayúscula en todo el país, e incluyó eventos menores pero inusuales, como una protesta frente a la residencia de Ántero Flores, en La Molina, un distrito predominantemente de clase media alta. Hubo movilizaciones distribuidas por todo Lima que fueron convergiendo hacia el centro de la ciudad. Al inicio no hubo mayores consecuencias, pero la intensificación de las protestas y sobre todo el intento de bloquear el paso hacia el Congreso de la República detonaron la represión.