Название: Suicidio asistido
Автор: Vaughan Roberts
Издательство: Bookwire
Жанр: Религия: прочее
isbn: 9788412393927
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Acción de provocar la muerte sin sufrimiento físico de un paciente que padece una enfermedad incurable y dolorosa o que se encuentra en un coma irreversible.
Sinónimos:
Homicidio compasivo, suicidio asistido, suicidio médicamente asistido, liberación piadosa, muerte liberadora.
[Fuente: Google]
No daré a nadie, aunque me lo pida, ningún fármaco letal, ni haré semejante sugerencia. El juramento hipocrático
Mi vida. Mi muerte. Mi decisión.
Eslogan de Assisted Dying NT
Las personas que padecen una enfermedad terminal y sufren mucho dolor deberían tener el derecho de acabar con sus vidas, y aquellos que les ayuden no deberían ser perseguidos por la justicia.
Stephen Hawking, físico
La eutanasia mata al paciente dos veces. Primero, cuando le decimos: ‘Sí, tu vida no merece la pena’; y luego cuando lo ayudamos a morir.
Dr. Peter Saunders, médico y experto en ética médica
No es una cuestión de vida versus muerte, sino del momento y la forma de una muerte inevitable.
Dra. Marcia Angell, Harvard Medical School
N. de la T. Eslogan de Muerte asistida. Eslogan de la campaña que se realiza en el Reino Unido a favor de una ley que defienda el derecho de los enfermos terminales a que se les practique la eutanasia.
No matarás.
El sexto mandamiento, Éxodo 20:13
… todo mortal es como la hierba,
Y toda su gloria como la flor del campo.
La hierba se seca y la flor se marchita…
… pero la palabra de nuestro Dios
Permanece para siempre.
Isaías 40:6-8
UN PROBLEMA COMPLICADO
CAPÍTULO UNO
Este pequeño libro aborda la compleja cuestión del suicidio asistido, y digo compleja porque es necesario tener en cuenta el nivel filosófico, médico, bíblico, jurídico y ético. Pero sería un error dejar ahí nuestro análisis, ya que también es un tema muy personal.
En 2008, Frances Inglis le inyectó a su hijo Tom una sobredosis de heroína que acabó con su vida. Tom había sufrido daños cerebrales tras un accidente y se había quedado paralítico, era doblemente incontinente y no podía comunicarse. Frances, que tenía tres hijos y trabajaba con adultos y niños con dificultades de aprendizaje y discapacidades físicas, describió lo que hizo como un “homicidio compasivo”. En el tribunal, admitió haberlo matado y dijo: “lo hice con todo el amor de mi corazón”. Como madre, no podía soportar verlo en tal estado. Según lo dispuesto por la ley, fue condenada por asesinato a cadena perpetua, pero fue puesta en libertad tras haber cumplido cinco años de prisión.
Casi por aquel tiempo, Kay Gilderdale también fue llevada a los tribunales. Lynn, su hija de 31 años, llevaba paralizada desde los 14 a causa del síndrome de fatiga crónica (SFC). Como sufría continuamente dolores horribles, constantemente le administraban morfina por vía intravenosa mediante una bomba de jeringa. A diferencia de Tom Inglis en la historia anterior, Lynn podía comunicarse en lenguaje de signos y participaba en foros virtuales mediante un ordenador de mano. Allí hizo públicas sus frustraciones al describir su “excusa para vivir como lamentable” y añadió: “no puedo seguir aferrándome a la esperanza cada vez más reducida de que algún día quizá vuelva a estar bien”.
Una noche le suplicó a su madre durante más de una hora que terminara con su vida. Kay cedió a sus deseos y le dio a su hija dos dosis altas de morfina, que Lynn misma se administró, pero la dosis no resultó mortal, por lo que Kay le inyectó más morfina y tres jeringas de aire en las venas. Lynn finalmente murió de intoxicación por morfina. Después de que un jurado declarara a Kay no culpable de intento de asesinato, fue condenada por el cargo menor de instigar y ayudar a cometer suicidio. Sin embargo, se acordó la suspensión de la pena, por lo que salió libre de los tribunales.
Kate Cheney, de 85 años, tenía cáncer terminal y le dijo a su médico que quería un suicidio asistido, que es legal en su estado natal de Oregón, EE. UU. A su médico le preocupaba que no estuviera capacitada mentalmente debido a la demencia, por lo que se negó a recetarle el remedio solicitado y en su lugar la remitió a un psiquiatra, tal y como exige la ley. Su hija la acompañó a la consulta, en la que el psiquiatra descubrió que Kate sufría de pérdida de memoria a corto plazo y que, al parecer, la hija tenía más interés en el suicidio asistido de Kate que la propia paciente. Escribió en su informe que, si bien el suicidio asistido parecía ser compatible con los valores de Kate, “no parece que esté insistiendo explícitamente en ello”. También determinó que no tenía “la capacidad necesaria para sopesar las opciones acerca del suicidio asistido” y, por lo tanto, se negó a autorizar la receta médica letal.
Los informes sugieren que Kate pareció aceptar el veredicto del psiquiatra, pero no así su hija. Para ella, las directrices que protegían la vida de su madre eran obstáculos, y en una rueda de prensa dijo que suponían una “barrera” para el derecho a morir de Kate, así que exigió una segunda opinión. Esta la proporcionó un psicólogo clínico, que expresó su preocupación por la presión familiar y escribió que la decisión de morir de Kate “podría estar influenciada por los deseos de su familia”. A pesar de estas observaciones, el psicólogo determinó que Kate estaba capacitada para elegir si quería morir. Le recetaron unas pastillas, que más tarde ingirió para terminar con su propia vida. Este es uno de los muchos casos que ha hecho pensar que, en lugares donde el suicidio asistido es legal, es muy fácil que se den abusos, ya que se pueden eludir los mecanismos de protección “comprando” a un profesional y el peligro de la presión familiar es real.1
Historias como estas se publican con regularidad en los medios de comunicación como parte del debate sobre si el suicidio asistido debería ser legal. Todas ellas ilustran la complejidad del tema y los posibles peligros relacionados con la relajación de la ley. Pero, sobre todo, nos recuerdan que, tras los debates morales y legales, hay personas reales que se enfrentan a circunstancias sumamente difíciles. Puede que conozcas muy bien el tema por experiencia propia, tal vez porque tú o alguien a quien amas sufre una terrible enfermedad degenerativa como el alzhéimer, o le han dado un diagnóstico terminal.
Mientras me preparaba para escribir este libro, le dijeron a mi padre que tenía un cáncer cerebral en fase terminal y murió unos meses después. Eso significa que no solo he estado meditando en algunas de las cuestiones planteadas en este libro, sino que también las he vivido personalmente mientras lo escribía. Toda esta experiencia ha fortalecido mi convicción de que habría que oponerse firmemente al suicidio asistido, pero también me ha dado una visión más personal de lo intensamente dolorosas que son las circunstancias que a menudo generan el debate.
Muchas personas viven con el deseo de terminar con sus vidas. Quizás sea tu caso o el de alguien cercano a ti, ya sea por una enfermedad, СКАЧАТЬ