El Marqués de Bradomín: Coloquios Románticos. Ramón del Valle-Inclán
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Название: El Marqués de Bradomín: Coloquios Románticos

Автор: Ramón del Valle-Inclán

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4057664147028

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       Ramón del Valle-Inclán

      El Marqués de Bradomín: Coloquios Románticos

      Publicado por Good Press, 2019

       [email protected]

      EAN 4057664147028

       JORNADA PRIMERA

       JORNADA SEGUNDA

       JORNADA TERCERA

       ELOGIO DE DON RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN

       Índice

      N jardín y en el fondo un palacio: El jardín y el palacio tienen esa vejez señorial y melancólica de los lugares por donde en otro tiempo pasó la vida amable de la galantería y del amor. Sentado en la escalinata, donde verdea el musgo, un zagal de pocos años amaestra con los sones de su flauta, una nidada de mirlos prisionera en rústica jaula de cañas. Aquel niño de fabla casi visigótica y ojos de cabra triscadora, con su sayo de estameña y sus guedejas trasquiladas sobre la frente por tonsura casi monacal, parece el hijo de un antiguo siervo de la gleba. La dama pálida y triste, que vive retirada en el palacio, le llama con lánguido capricho Florisel. Por la húmeda avenida de cipreses aparece una vieja de aldea: Tiene los cabellos blancos, los ojos conqueridores y la color bermeja. El manteo, de paño sedán, que sólo luce en las fiestas, lo trae doblado con primor y puesto como una birreta sobre la cofia blanca: Se llama Madre Cruces.

      LA MADRE CRUCES

      ¿Estás adeprendiéndole la lección á los mirlos?

      FLORISEL

      Ya la tienen adeprendida.

      LA MADRE CRUCES

      ¿Cuántos son?

      FLORISEL

      Agora son tres. La señora mi ama echó á volar el que mejor cantaba. Gusto que tiene de verlos libres por los aires.

      LA MADRE CRUCES

      ¡Para eso es la señora! ¿Y cómo está de sus males?

      FLORISEL

      ¡Siempre suspirando! ¡Agora la he visto pasar por aquella vereda cogiendo rosas!

      LA MADRE CRUCES

      Solamente por saludar á esa reina he venido al palacio. A encontrarla voy. ¿Por dónde dices que la has visto pasar?

      FLORISEL

      Por allí abajo.

      A Madre Cruces se aleja en busca de la señora, y torna á requerir su flauta Florisel. El sol otoñal y matinal deja un reflejo dorado entre el verde sombrío, casi negro, de los árboles venerables. Los castaños y los cipreses que cuentan la edad del palacio. La Quemada y Minguiña, dos mujerucas mendigas, asoman en la puerta del jardín, una puerta de arco que tiene, labrados en la piedra sobre la cornisa, cuatro escudos con las armas de cuatro linajes diferentes. Los linajes del fundador, noble por todos sus abuelos. Las dos mendigas asoman medrosas.

      LA QUEMADA

      ¡A la santa paz de Dios Nuestro Señor!

      MINGUIÑA

      ¡Ave María Purísima!

      LA QUEMADA

      ¡Todas las veces que vine á esta puerta, todas, me han socorrido!

      MINGUIÑA

      ¡Dicen que es casa de mucha caridad!

      LA QUEMADA

      No se ve á nadie...

      MINGUIÑA

      ¿Por qué no entramos?

      LA QUEMADA

      ¡Y si están sueltos los perros!

      MINGUIÑA

      ¿Tienen perros?

      LA QUEMADA

      Tienen dos, y un lobicán muy fiero...

      FLORISEL

      ¡Santos y buenos días! ¿Qué deseaban?

      LA QUEMADA

      Venimos á la limosna. ¿Tú agora sirves aquí? Buena casa has encontrado. En los palacios del Rey no estarías mejor.

      FLORISEL

      ¡Eso dícenme todos!

      LA QUEMADA

      Pues no te engañan.

      FLORISEL

      ¡Por sabido que no!

      MINGUIÑA

      ¡Tal acomodo quisiera yo para un nieto que tengo!

      FLORISEL

      No todos sirven para esta casa. Lo primero que hace falta es muy bien saludar.

      MINGUIÑA

      Mi nieto es pobre, pero como enseñado lo está.

      FLORISEL

      Y hace falta lavarse la cara casi que todos los días.

      MINGUIÑA

      En un caso también sabría dar gusto.

      FLORISEL

      Y dentro del palacio tener siempre la montera quitada, aun cuando la señora no se halle presente, y no meter ruido con las madreñas ni silbar por divertimiento, salvo que no sea á los mirlos.

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