Política y movimientos sociales en Chile. Antecedentes y proyecciones del estallido social de Octubre de 2019. Varios autores
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      Desde la realización del seminario que propició el texto original, pasaron muchas cosas en Chile. No obstante, argumentaré que, en términos estructurales, y en particular en cuanto a la capacidad de los partidos políticos de estructurar vasos comunicantes con los movimientos sociales, no cambió mucho. En cierto sentido, estoy convencido de que el estallido chileno desnudó la incapacidad de los partidos políticos –y del liderazgo político en particular– de interpretar, organizar y representar a la calle. El «movimiento», aun sin petitorios completos, vocerías y estructura, impugnó a todos por igual. En síntesis, la calle y las instituciones son realidades paralelas, que se definen además en oposición una a la otra.

      En este post scriptum ahondo sobre este diagnóstico, recuperando fragmentos de textos que escribí para mis columnas en CIPER-Chile, en orden cronológico. Dichos fragmentos completan y, eventualmente, revisan los puntos ciegos del texto central y ya más viejo.

      En el verano de 2019, antes del estallido, me llamó la atención el evento del «Guatón de Gasco» en Lago Ranco y el del abogado Rosselot en el Supermercado Montserrat de Pirque. Ambos eventos circularon profusamente en redes sociales por un tiempo. Me pareció que lo que sucedió en torno a ambos casos representaba bien algunas características específicas de la «movilización social» en el Chile pre-estallido. En ese contexto, escribí lo siguiente sobre la indignación en redes sociales y sus efectos sobre la movilización social:

      Las redes permiten hoy visibilizar e impugnar socialmente las actitudes de quienes, como Pérez-Cruz y Rosselot, intentan seguir abusando de quienes poseen menos recursos y estatus social. En este sentido, las redes se han vuelto tribunales de justicia sucedáneos. En estos tribunales, donde todos operamos desde la superioridad moral, ni se respetan el debido proceso ni la presunción de inocencia, ni se calibra demasiado la naturaleza de cada falta. Tampoco se pueden administrar las consecuencias de la «pena» (la funa en redes sociales), ni garantizar que el victimario sufrirá un castigo conmensurable a su ofensa. Ni para un lado, ni para el otro. (…) A las pocas horas del incidente en Lago Ranco, «Gasco» se convirtió en trending topic nacional en Twitter. Mientras tanto, el video se había viralizado, siendo compartido por más de 30 mil usuarios en menos de 24 horas, generando, además, más de 5 mil comentarios. Asimismo, un intento de funa in situ había acumulado al menos 70 mil adhesiones, transformándose ya en el proyecto de un cuasi festival en el jardín del «guatón de Gasco» (…) Incluso si usted estuvo entre los indignados, entre los que compartió un meme, o entre quienes intentaron cosechar likes y followers con alguna ingeniosa humorada, le apuesto que hace ya tiempo que no se acuerda del «guatón de Gasco» y del «abogado abusador» de Pirque. Seguramente, Pérez-Cruz y Rosselot han sufrido en estos meses, en su vida personal y profesional, algunas consecuencias dolorosas de la viralización de sus actos. Pero, tal vez solo un poco más lentamente, ellos también habrán dejado su infortunio atrás. (…) Sin embargo, la pregunta socialmente relevante es otra: la viralización de estos incidentes ¿aporta algo a la reducción del abuso y a la desigualdad, en un contexto social más amplio? ¿Hay algo más que «pan y circo» en todo esto? (…) Me temo que, como argumenta O’Donnell para el caso del «Y a mí qué mierda me importa» argentino, y como lo hace Scott respecto a «las armas de los débiles», el escándalo que creamos en las redes sociales resulta bastante funcional a la continuidad del status quo. Aunque nos desahogamos cotidianamente, contribuimos poco a buscar soluciones que nos hagan indignarnos menos en el futuro. (…) Hoy tal vez el único residuo tangible de este incidente sea la declaración y multa por parte del Ministerio de Bienes Nacionales, el que salió raudo a reiterar que en Chile no existe tal cosa como la «playa privada». Así generó un antecedente relevante que tal vez evite por un tiempo la recurrencia de incidentes similares a este. Mientras tanto, más allá del entusiasmo que generó on line, la funa in situ no prosperó. Y, pocos días después, ya todos comentábamos otras noticias en redes sociales (…) Como los campesinos de Scott, los indignados on line descargamos nuestra frustración en la red, mientras afirmamos nuestro sentido de pertenencia y de épica, molestando un poco a quién hace los méritos suficientes. (…) Mientras tanto, aquellos sectores de elite cuyos espacios de socialización son hoy levemente menos exclusivos, deben transitar con un poco más de cautela por la vida. No sea cosa que algún teléfono indiscreto los grabe in fraganti y los saque de su anonimato por unos días. (…) La indignación rotativa de unos es la contracara de la incomodidad pasajera de otros. La ausencia de articulación y canalización institucional del conflicto social explica tanto la recurrencia del descontento como la impasibilidad de elites, que no comprenden muy bien qué está pasando. (…) Pasmados por el temor a salirse del libreto y liderar, los políticos se resignan, mientras tanto, a intentar evitar escándalos e intentar mantener su popularidad mediante la exégesis de las encuestas y las redes sociales. Y aunque sistemáticamente les tiende a ir mal, siguen intentando pegarle el palo al gato (sin que, al mismo tiempo, se les desordene el gallinero). (…) También durante el pasado verano, Revolución Democrática (RD) desarrolló su elección interna. Fiel a su consolidación como un partido moderno y con masiva actividad en redes sociales, RD organizó un sistema de votación on line a través del cual cualquiera de sus más de 42.000 adherentes podía votar en no más de tres minutos desde la comodidad de su cocina. Con haber firmado por el partido en algún momento alcanzaba para participar. Compare la modernidad y simpleza de este proceso con el vetusto operativo de la elección del Partido Socialista (PS) la semana pasada. (…) A pesar de una campaña interna caldeada y peleada, en RD votaron poco más de tres mil personas, es decir, menos de un 8% de sus adherentes. Como en el festival en el jardín de Pérez-Cruz, la distancia entre el ruido en redes sociales y la acción colectiva es enorme (aún cuando los costos de participar sean bajísimos, como en la elección de RD). (…) Esa fue la suerte del partido político que logró captar más adhesiones en los últimos años, siendo uno de los partidos políticos que pretende renovar la política chilena, representando a los descontentos. Y que tiene el mérito (¿también la limitación?) de haberlo intentado construyendo un partido y apostando a la vía institucional. Mientras tanto, en el vetusto PS, votaron más de 17 mil militantes, entre los que seguramente hay algunos acarreados y otros que añoran un pasado que se les escapa como el agua entre las manos. (…) El problema que hoy enfrentan nuestras sociedades no es solamente que contamos con una institucionalidad analógica, para una realidad digital. Como muestra el caso de Revolución Democrática, la solución para la «baja intensidad» y la tibieza de nuestras convicciones no es meramente tecnológica; es también, la ausencia de sustitutos normativamente aceptables y socialmente legítimos para el añejo modelo representativo tradicional. La sociedad actual parece no contar con proyectos colectivos y mecanismos de agregación de intereses que permitan canalizar de modo constructivo el malestar y el conflicto. En el pasado, ese era el rol de los partidos políticos. (…) Estamos básicamente en una paradoja de Condorcet (o en un dilema de Arrow), en que un sistema de mediación de intereses, crecientemente ilegítimo y debilitado, produce coaliciones electorales que cristalizan un domingo cada cuatro años y rápidamente se desmantelan –o se quedan sin respaldo en la ciudadanía–. (…). Hoy es más fácil ganar una elección que gobernar. Y, por lo mismo, a quince meses de la instalación de un nuevo gobierno, ya estamos esperando una nueva elección y proyectando candidaturas. La ausencia de legitimidad genera una fuga hacia delante.

      Y de repente se nos vino «el estallido». Súbitamente el descontento local, fragmentado, encapsulado en grupos y territorios específicos, se nacionalizó y expandió por todo el territorio nacional. Y lo hizo con una fuerza y desmesura capaces de jaquear no solo al sistema político, sino al Estado chileno y sus instituciones más básicas, como las fuerzas que administran el monopolio de la coerción. Cuanto más reprimió el gobierno, por lo demás, más fuerte fue la movilización.

      El problema, o el matiz, es que la nacionalización y articulación de la protesta me siguen pareciendo aparentes. Es un movimiento nacional, pero carece de estructura, más allá de lo que niega y a lo que se opone. En ese contexto, el 19 de octubre escribí el texto del que reproduzco abajo algunos fragmentos:

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