Memorias infantiles. Eduardo Caballero Calderón
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Название: Memorias infantiles

Автор: Eduardo Caballero Calderón

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789583064272

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      Caballero Calderón, Eduardo, 1910-1993.

      Memorias infantiles / Eduardo Caballero Calderón ; prólogo Antonio Caballero. -- Segunda Edición. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2021.

      428 páginas ; 21 cm. -- (Letras Latinoamericanas)

      ISBN 978-958-30-6203-2

      1. Caballero Calderón, Eduardo, 1910-1993 - Autobiografías 2. Autores colombianos - Biografías 3. Memoria autobiográfica Bogotá - Historia - Siglos XIX- XX I. Caballero, Antonio, 1945- , prologuista II. Tít.

      920 cd 22 ed.

      Segunda edición en Panamericana Editorial Ltda.,

      marzo de 2021

      Primera edición en Panamericana Editorial Ltda.,

      junio de 1994

      © Beatriz Caballero Holguín

      © Presentación: Antonio Caballero

      © 2020 Panamericana Editorial Ltda.

      Calle 12 No. 34-30, Tel.: (57 1) 3649000

      www.panamericanaeditorial.com

      Tienda virtual: www.panamericana.com.co

      Bogotá D. C., Colombia

      Editor

      Panamericana Editorial Ltda.

      Presentación

      Antonio Caballero

      Imágenes de portada

      Shutterstock

      Diagramación

      y diseño de portada

      Martha Cadena, Luz Tobar

      ISBN 978-958-30-6203-2 (impreso)

      ISBN 978-958-30-6427-2 (epub)

      Prohibida su reproducción total o parcial

      por cualquier medio sin permiso del Editor.

      Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A.

      Calle 65 No. 95-28, Tels.: (57 1) 4302110 - 4300355. Fax: (57 1) 2763008

      Bogotá D. C., Colombia

      Quien solo actúa como impresor.

      Impreso en Colombia - Printed in Colombia

      Presentación

      Hace cien años

      Eduardo Caballero Calderón se queja en este libro de que en su niñez era incapaz de imaginar cómo sería el cielo de los bienaventurados de que le hablaban los curas y las sirvientas porque él mismo «vivía en un paraíso terrenal», y nada podía ser más celestial que eso. O así lo cuenta. Estas Memorias infantiles suyas son la descripción minuciosa y nostálgica de ese paraíso perdido.

      Tenía seis años tal vez, o siete. Era un niño rico. No sólo desde el punto de vista, digamos, socioeconó­mico en que lo era su familia y que él mismo ignoraba, puesto que vivía inmerso y sin notarlo en la riqueza provinciana de la Colombia de principios del siglo XX; sino desde el punto de vista vital: lo tenía todo.

      Una mamá que lo quería sólo a él —o eso creía él, lleno de hermanos que ignora olímpicamente en sus memorias—, y vivía exclusivamente para que él le preguntara cualquier cosa:

      «Mamá, ¿por qué…?».

      Y además un par de niñeras viejas y sabias, Mamá Toya y Mama Tayo, con quienes en caso extremo podía aclarar los misterios dejados por las preguntas más difíciles:

      «¿Por qué mamá dice que…?».

      Y una abuela imponente y todopoderosa, caprichosa como la Divina Providencia, que mandaba en todo el universo con mover un solo dedo y le regalaba al niño dulces que sabían a menta. Y a veces, cuando le venía en gana, lo llevaba de paseo por las calles enlajadas de Bogotá, bamboleándose en su silla de manos al pasitrote de los cargadores, para oír misa donde los curas candelarios, o donde los dominicos, o donde los que estuvieran de turno para ella en su personal breviario. Una inmensa casa, la de la abuela rica y tiránica, siempre repleta de gente: sirvientes, cocineras, muchachas de comedor, amas de cría, cos­tureras, cocheros, barrenderos, jardineros, niñeras de los muchos niños, visitantes, aparecidos de ultratumba, amas de llaves, tíos ricos que se mandaban hacer en Londres los paraguas y las escopetas y visitaban a la abuela para pedirle bendiciones y tíos pobres que venían a sacarle plata, señoras vergonzantes convidadas a tomar chocolate, mayordomos de fincas de Boyacá que pedían instrucciones, curas mendicantes, un obispo, otro cura en proceso de canonización, generales de la guerra civil, ministros del Gobierno, médicos y sobanderos, hipnotizadores, poetas, carpin­teros, vendedores de frutas, monjas. Y la imagen terrorífica de unas viejas tías abuelas en­terradas de por vida en conventos de monjas de clausura, como cadáveres.

      Una casa llena de bullicio de adultos en los corredores abiertos y de muebles fantasmales en los salones cerrados y silenciosos, de gatos en los tejados y de gallinas en los patios y de mulas de correo en las pesebreras. Una araucaria en el jardín con sus rectas ramas simétricas, un papayo sabanero y un brevo rebosante de pájaros, unas tapias que en el fondo se asomaban a las culatas de las casas vecinas del viejo barrio de La Candelaria, de las que llegaba el sonido de un piano que desde allá respondía al piano de acá mientras caía la lluvia perpetua del poeta José Asunción Silva:

      La luz vaga… opaco el día,

      la llovizna cae y moja

      con sus hilos penetrantes la ciudad desierta y fría.

      Y en torno a la abuela y a la casa, un pueblo grande que se creía la capital del mundo, o al menos la Atenas Surameri­ca­na, y estrenaba la novedosa luz eléctrica entre un antiguo tañido de campanas. Un poblachón con pretensiones de ciudad poblado de comerciantes y de políticos, de zapateros que martillaban cuero en el zaguán de la casa y de aguateras que traían múcuras de agua del chorro de los cerros, de parihueleros y de vivanderas de plaza de mercado y de locos como Pomponio y la Loca Margarita y de ancianos presidentes de la República que viajaban ceñidos con la banda presidencial a oír misa en el tranvía de mulas de los niños de un colegio: Bogotá en la segunda década del siglo XX. El niño que lo cuenta tenía varios hermanos y hermanas, pero en estas «memorias» casi no los menciona: se trata de un libro de puro egoísmo de un niño que es el centro del universo. Cuando le preguntaban: «¿Qué vas a ser cuando grande?», Eduardo Caballero Calderón recuerda que hubiera querido contestar: «Yo no quiero ser grande».

      No es un niño inventado. Es, ya digo, Eduardo Caballe­ro Calderón: uno de los tres o cuatro grandes escritores colombianos del siglo XX. La casa que describe, la abuela que la gobierna, la familia que la rodea, la infancia que narra —una casa hace tiempos demolida en el prácticamente desaparecido barrio de La Candelaria de la desaparecida Bogotá— son las suyas: existieron en la vida real. Dice en un prólogo el autor que una vez quiso, de hombre adulto, СКАЧАТЬ