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СКАЧАТЬ los pies en un plebiscito, plebiscitar, dar una sanción de consagración. De ahí la ambigüedad del best seller: esto es algo muy importante a lo que me voy a referir dentro de un rato. Yo he oído (ustedes quizá también) decir a gente en el puesto de venta del pueblo: “Deme el best seller”; hay un efecto de consagración para la gente que no está en el tema, que no sabe que no hay que comprar el best seller, tampoco que es conveniente decir que los best sellers son puras idioteces, lo cual es una norma tácita del campo restringido. Las personas que transfieren al mundo de la economía de los bienes simbólicos las leyes de la economía de los bienes corrientes –“eso se vende bien, por lo tanto es bueno”– caen en un contrasentido desde el punto de vista de la lógica específica del campo. De ahí la ambigüedad de esa sanción. Nos encontraremos en un extremo con las consagraciones más internas: Blanchot al escribir sobre Robbe-Grillet[96] es in, es la autonomía relativa (noten que he tomado ejemplos históricos, de esto hace veinte años…); así, en la otra punta, tenemos a gente que compra el último premio Goncourt, y entre los dos están todas las situaciones intermedias.

      Creo que la analogía económica es del todo valedera, a condición de reconocer la especificidad de la economía que intenté describir al señalar la diferencia entre el best seller y la novela muy in; indicaba que los actos son de dimensión económica, como dice Weber, pero nunca son completamente económicos. Para comprenderlos cabalmente, entonces, nunca hay que olvidar –como yo tendía a hacer al empezar a hablarles esta mañana– la dimensión económica. A partir de los veredictos de ese grupo de taste makers, va a ejercerse un efecto económico, que en cierta manera también puede ejercerse sobre el campo más restringido. Así, por ejemplo, la poesía se publica por cuenta del autor.

      Son actos de dimensión económica pero, al mismo tiempo, no son actos económicos, y hay que interrogarse sobre la otra dimensión para conocer la lógica propia a la que obedece, que intenté discernir en todo momento: es la lógica del juicio de valor que consiste, inseparablemente, en percibir y apreciar en función de categorías de percepción que son, inseparablemente, categorías de apreciación. Creo que esta es una propiedad de la percepción social, sea cual fuere el tipo de sociedad: las categorías de percepción son inseparablemente categorías de apreciación.

      Así, en muchas sociedades, las distancias en el mundo social, lo principal y lo secundario, lo verdaderamente verdadero y lo falso, lo verdaderamente bueno y lo malo, etc., se miden en función de las estructuras de parentesco. Creo que las categorías de parentesco son inseparablemente categorías de percepción y, de manera simultánea, de apreciación: no se puede decir de alguien “es tu hermana” sin decir “está bien o está mal” –hablamos de incesto, ya se sabe– o “está bien o está mal hacer esto o aquello”, “está bien o mal amarla o no amarla”. Esto es cierto para todas las categorías de percepción del mundo social: decir “es vulgar/distinguido” (aquí se lo ve bien), “es caliente/frío”, “es opaco/brillante” o “es construido/no construido”, etc., implica un juicio de valor. No hay palabra clasificatoria que no implique un juicio de valor. Lo cual torna muy difícil cualquier discurso que no quiera ser normativo: el único discurso no normativo sobre un universo social es un metadiscurso sobre los juicios normativos, como el que estoy pronunciando. El contenido de la percepción, el veredicto, va a ser el “producto” de la relación entre una cosa vista y un agente que ve.

      Por consiguiente, para comprender un juicio, sea el que fuere, para comprender una manifestación y lo que de ella dicen los periodistas, para comprender un diario y lo que los lectores leen en él, para comprender un libro y lo que los lectores leen en él, para comprender la lectura como acto de leer algo, hay que interrogarse, por un lado, sobre las condiciones sociales de producción de los sujetos percipientes, y en especial de sus categorías de percepción y las condiciones de ejercicio de su acto de percepción (¿dónde están, qué ven?), y, por otro, sobre las condiciones sociales de producción del productor del producto y las propiedades objetivas (en el sentido de “ubicadas delante del sujeto percipiente”) del producto, en las cuales se expresan las propiedades sociales del productor, las propiedades sociales del campo de producción, a partir de las propiedades de la posición del productor en ese campo.

      Analizar las estrategias de prefacio, rehabilitación, consagración, celebración, los centenarios, los aniversarios, etc., es un trabajo muy largo de hacer. Es posible hacerlo tanto en historia de la filosofía como en historia de la literatura, de la pintura, etc. Los mecanismos universales adoptan simplemente formas específicas según la estructura del campo, las leyes del juego, etc. Así, una verificación de la proposición de que la percepción es siempre una relación es el caso en que hay un objeto por percibir, pero no hay sujeto para percibirlo: el objeto pasará desapercibido, inadvertido, hasta que quienes tienen interés en percibirlo lo perciban.