Creo que la analogía económica es del todo valedera, a condición de reconocer la especificidad de la economía que intenté describir al señalar la diferencia entre el best seller y la novela muy in; indicaba que los actos son de dimensión económica, como dice Weber, pero nunca son completamente económicos. Para comprenderlos cabalmente, entonces, nunca hay que olvidar –como yo tendía a hacer al empezar a hablarles esta mañana– la dimensión económica. A partir de los veredictos de ese grupo de taste makers, va a ejercerse un efecto económico, que en cierta manera también puede ejercerse sobre el campo más restringido. Así, por ejemplo, la poesía se publica por cuenta del autor.
Juicio de valor
Son actos de dimensión económica pero, al mismo tiempo, no son actos económicos, y hay que interrogarse sobre la otra dimensión para conocer la lógica propia a la que obedece, que intenté discernir en todo momento: es la lógica del juicio de valor que consiste, inseparablemente, en percibir y apreciar en función de categorías de percepción que son, inseparablemente, categorías de apreciación. Creo que esta es una propiedad de la percepción social, sea cual fuere el tipo de sociedad: las categorías de percepción son inseparablemente categorías de apreciación.
Así, en muchas sociedades, las distancias en el mundo social, lo principal y lo secundario, lo verdaderamente verdadero y lo falso, lo verdaderamente bueno y lo malo, etc., se miden en función de las estructuras de parentesco. Creo que las categorías de parentesco son inseparablemente categorías de percepción y, de manera simultánea, de apreciación: no se puede decir de alguien “es tu hermana” sin decir “está bien o está mal” –hablamos de incesto, ya se sabe– o “está bien o está mal hacer esto o aquello”, “está bien o mal amarla o no amarla”. Esto es cierto para todas las categorías de percepción del mundo social: decir “es vulgar/distinguido” (aquí se lo ve bien), “es caliente/frío”, “es opaco/brillante” o “es construido/no construido”, etc., implica un juicio de valor. No hay palabra clasificatoria que no implique un juicio de valor. Lo cual torna muy difícil cualquier discurso que no quiera ser normativo: el único discurso no normativo sobre un universo social es un metadiscurso sobre los juicios normativos, como el que estoy pronunciando. El contenido de la percepción, el veredicto, va a ser el “producto” de la relación entre una cosa vista y un agente que ve.
Por consiguiente, para comprender un juicio, sea el que fuere, para comprender una manifestación y lo que de ella dicen los periodistas, para comprender un diario y lo que los lectores leen en él, para comprender un libro y lo que los lectores leen en él, para comprender la lectura como acto de leer algo, hay que interrogarse, por un lado, sobre las condiciones sociales de producción de los sujetos percipientes, y en especial de sus categorías de percepción y las condiciones de ejercicio de su acto de percepción (¿dónde están, qué ven?), y, por otro, sobre las condiciones sociales de producción del productor del producto y las propiedades objetivas (en el sentido de “ubicadas delante del sujeto percipiente”) del producto, en las cuales se expresan las propiedades sociales del productor, las propiedades sociales del campo de producción, a partir de las propiedades de la posición del productor en ese campo.
A mi modo de ver, todo esto está en juego en todo. El aparato teórico que movilizo con referencia a un detalle –cuatro páginas en una revista– podría aplicarse a mil cosas. Si mañana ustedes me dicen que habría que comprender Beaubourg,[97] voy a proceder de la misma manera: condiciones sociales de los productores, condiciones sociales de los receptores, y puedo predecir gran cantidad de cosas. Sé de antemano que todo el mundo va a pensar lo mismo, puedo predecir, en líneas generales, lo que la gente va a pensar, quién estará a favor, quién estará en contra, hasta qué punto, en función de las propiedades determinantes del receptor. Por eso, aquí se trata de una suerte de teoría general de la percepción del mundo social, que permite plantear las cuestiones generales que, como es evidente, deberán especificarse en cada oportunidad: en cada oportunidad habrá que dar un valor a las variables. Percibir una cosa social, la percepción en el sentido de perceptum (lo que es percibido), va a ser producto de la relación entre las propiedades de quien ve y las propiedades de la cosa vista.
Una verificación muy simple es aportada por los casos en que algo pasa inadvertido, como suele decirse. En literatura es evidente. Por ejemplo, para mi generación, Bachelard pasaba inadvertido para la mayoría de la gente, salvo para una pequeña parte que lo veía muy bien y que, después, lo hizo ver.[98] Pero si las personas que vieron a Bachelard no lo hubiesen visto o, habiéndolo visto, hubiesen estado dominadas y no hubiesen estado en posición de imponer su visión en la lucha, seguiríamos sin ver a Bachelard, que no sería un gran hombre. No tendría visibilidad, estaría muerto y enterrado de una vez por todas, hasta que llegara alguien que, por tener las categorías de percepción para verlo y el poder de hacerlo ver, lo rehabilitara. Esto puede ocurrir en el caso de un monumento, una persona, una obra. Se lo llama “descubrimiento”, “redescubrimiento”, etc. Pero quien descubre debe tener propiedades particulares: es necesario que cuente con las capacidades de ver, imponer la visión, tener un interés específico en rehabilitar.
El sociólogo formulará de inmediato la hipótesis de que, si el descubridor rehabilita esa cosa, es porque, al rehabilitarla, se rehabilita. En otras palabras: se rehabilita el alter ego o, más exactamente, el homólogo, con un campo de diferencia. El célebre prefacio de Lévi-Strauss a Mauss[99] es, por ejemplo, una manera de celebrarse por interpósita persona. Respeta la ley del campo que prohíbe autocelebrarse, ante todo porque está mal y a continuación porque yo lo hago [risas en el auditorio]: uno eufemiza, por medio de un personaje que, por lo demás, uno mismo produce. Como estoy seguro de que alguien lo piensa, más vale que lo diga [risas en el auditorio]: lo hice una vez, en relación con Panofsky. Desde luego, como solo se presta a los ricos, se ponen muchas cosas en Panofsky, con el riesgo de que después nos digan: “Pero usted tomó todo eso de Panofsky”,[100] lo cual es una manera de corregir lo que iba a decir respecto de Lévi-Strauss; es evidente que Lévi-Strauss pone en Mauss muchas cosas que solo estaban en este para él.
Analizar las estrategias de prefacio, rehabilitación, consagración, celebración, los centenarios, los aniversarios, etc., es un trabajo muy largo de hacer. Es posible hacerlo tanto en historia de la filosofía como en historia de la literatura, de la pintura, etc. Los mecanismos universales adoptan simplemente formas específicas según la estructura del campo, las leyes del juego, etc. Así, una verificación de la proposición de que la percepción es siempre una relación es el caso en que hay un objeto por percibir, pero no hay sujeto para percibirlo: el objeto pasará desapercibido, inadvertido, hasta que quienes tienen interés en percibirlo lo perciban.
La palabra “interés” es interesante: “interés en percibir” quiere decir “capacidad de diferenciar”. Decir “eso me da lo mismo” es ser como el asno de Buridan,[101] es no ver, no diferenciar. Entonces, contra los que tienen una lectura reductora de lo que digo acerca de la palabra “interés”, digo que tener interés es fundamentalmente diferenciar СКАЧАТЬ