Название: La frontera que habla
Автор: José Antonio Morán Varela
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги о Путешествиях
Серия: Nan-Shan
isbn: 9788418292408
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Cuentan las crónicas que para remontar el raudal de Atures en el que nos encontrábamos, la expedición española capitaneada por el alférez de navío Solano necesitó la presencia de doscientos forzudos indios atures a los que había hecho creer que iban de caza al otro lado y que a ellos les correspondería con un buen botín. Habían tenido que preparar minuciosamente el paso de los raudales (este de Atures y el siguiente de Maipures) porque sabían que iba a ser una de las pruebas más complicadas de la expedición; los jesuitas les resultaron imprescindibles a los expedicionarios tanto para conocer el medio como las costumbres de los indios; no en vano los frailes llevaban ya décadas de exploración no exenta de desdichas por estos parajes. Necesitaron cuatro días para conseguir arrastrar la pequeña embarcación que llevaban a base de poleas y puentes de troncos de árboles y sortear la furia del agua y los temibles remolinos. Doce leguas más arriba y con la misma técnica consiguieron remontar las aún más difíciles condiciones del raudal de Maipures, aunque esta vez quienes les ayudaron fueron los indios guaipunabis (tras una entrevista de su jefe Crucero con Solano, este les convenció de que ellos eran españoles del rey y que nada tenían que ver con otros españoles que habían pasado por aquí cometiendo agravios y vejaciones).
El caso es que a base de pactos, trueques y propuestas con los indios, los expedicionarios superaron su primera prueba de fuego y con ella esa frontera casi infranqueable que delimitaba la Guayana; los víveres, enseres y guías aportados por los indios levantaron la moral de unos agotados expedicionarios debido a tantas dificultades orográficas y medioambientales.
El anciano erudito nos había recalcado también que, justo con el cambio de siglo, en 1800, pasó por aquí el gran naturalista prusiano Humboldt quien, junto a su amigo Bonpland, realizaba una expedición científica. «Nada hay más majestuoso ni más imponente que el aspecto de estos lugares (...) (nada) ha podido disminuir la impresión que produjo en mí la primera vista a los raudales del Atures y del Maipures»,14 anotó el berlinés al navegar sobre estas aguas. «Las dos grandes cataratas del Orinoco —continuó escribiendo— cuya celebridad es tan extensa y tan antigua, son formadas por el paso del río entre las montañas de Prima que los indígenas llaman Mapara y Quituna; pero los misioneros han sustituido a estos nombres los de Atures y Maipures según el nombre de las primeras tribus que ellos han reunido en las villas más inmediatas». De la fértil sabana de los alrededores resaltó que parece «aguardar la mano del hombre y como convidándole a rozarla y cultivarla».15 Constató que en relación a la Expedición de Límites del Orinoco, había decrecido la presencia de los misioneros debido a que «solo tres establecimientos cristianos hemos encontrado (...) en una extensión de más de cien leguas, y aún estos establecimientos apenas contenías seis u ocho personas blancas, es decir, de raza europea».16 Puntualizó que «son tan numerosos los tigres cerca de las cataratas que (...) volviendo un indio a su cabaña (...) encontró establecida en ella a una hembra con dos hijetes».17 Y aunque afirmó que «la fertilidad del suelo es tal que yo he contado en Atures (...) hasta ciento ocho frutos, bastando solo cuatro o cinco de ellos para el alimento diario del hombre»,18 no pudo evitar su sesgo de intelectual europeo al señalar que «los indios Atures (los que habitaban a orillas del raudal) son dóciles, moderados y acostumbrados por el efecto de su pereza a las mayores privaciones, pero excitados en otro tiempo por los jesuitas no carecían de alimentos»;19 habría que preguntarse si los misioneros lo que introdujeron no sería el trabajo y la disciplina en vez del alimento del que parece que ya la naturaleza proveía generosamente a los indios.
Humbodt describió con asombro cuanto vio y oyó; no había detalle que le pasara desapercibido; tal vez aquí, en Atures, afinara aún más la precisión e imaginación que impregnaron todo su legado. Nosotros hoy, estimulados por el longevo profesor, contamos con la dicha de poner imágenes, sonidos y olores a sus anotaciones.
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Entrando en el raudal me imaginaba las peripecias de todas aquellas gentes en comparación con la seguridad que la potente voladora nos brindaba a nosotros. Pensaba en cómo sería este lugar en marzo cuando los exploradores de la Expedición de Límites del Orinoco pasaron por aquí; lo visualizaba con aguas bajas, con enormes rocas —ahora sumergidas— a las que amarrarían bien sus cuerdas para que el torrente no se las llevara. A buen seguro, pernoctarían en las extensas playas inundadas en esta época y tendrían más posibilidades de éxito cuando pescaran. El ejercicio mental me distraía del peligro de estas amenazantes aguas porque sus remolinos, como bocas abiertas, trataban de engullir a la voladora entera.
Pero, una vez metidos en la zona más agresiva del torrente, ya no quedaba lugar a la imaginación puesto que toda la atención se dirigía a confiar en que el motor no se estropeara y en la habilidad del proero para leer las señales que el río le enviaba, ya fuera un tronco atravesado, la espuma del agua, el corrimiento de alguna roca del fondo o a saber cuántos detalles más que convertían cada instante en único y cada metro en una novedad. Todos íbamos agarrados a algo y con los músculos en tensión tratando de intuir los movimientos de la lancha para que no nos escupiera afuera; a veces, tras pasar a gran velocidad sobre alguna cresta del río, la embarcación literalmente volaba y, entonces, había que apretar el estómago para paliar el posterior contacto con la líquida superficie. La adrenalina impedía que nos preocupáramos por las ráfagas de agua que en ocasiones nos empapaban por completo.
3
Avioneta sin aeropuerto y batalla sin sentido
Como por arte de magia desaparecieron las olas y con ellas el implacable sonido del raudal; el Orinoco se convirtió en una suave superficie por la que la voladora, más que navegar, parecía disfrutar deslizándose a gran velocidad. Aproveché la ausencia de vaivenes para acercarme a Silvia que aún permanecía agarrada a los bordes de la embarcación.
—¿Qué te ha parecido?
—¡Emocionante!, pero no me preguntes más porque aún no me vienen las palabras —respondió sin dejar de agarrarse fuertemente a la embarcación.
—Es verdad. Sin embargo uno necesita imperiosamente comentar lo vivido —reflexioné.
—Claro... pero por algo hay tres viajes dentro de cada viaje —dijo con aire filosófico cuando por fin le llegó el resuello.
—¿Tres en uno? Veo que te han deformado las matemáticas o que te ha afectado la adrenalina...
—No, no, al contrario; ahora lo percibo todo con más claridad. Mira, uno de ellos consiste en disfrutar con los preparativos, otro con su realización y el tercero con el recuerdo de los dos anteriores. СКАЧАТЬ