Nombres de mujer. John T. Sullivan
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Название: Nombres de mujer

Автор: John T. Sullivan

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 9788418470936

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СКАЧАТЬ disimulo, sacar su móvil y llamar a Josela sin que nadie la viera. Josela simuló hablar con alguien mientras se alejaba hasta la cocina. «Tengo que irme, vuelvo en un rato. Mi madre necesita que la ayude». Salió con rapidez y nos dejó a los tres solos. Yo iba cerrando los ojos, haciéndome el dormido. Todo estaba listo para sacar a Miguel de sus tabúes y darle a conocer la libertad y la perversión.

      «Hace calor aquí», dijo Yuye despojándose de su camiseta y dejando sus pechos al aire. La táctica más vieja del mundo para provocar al hombre más antiguo del mundo. Miguel no podía apartar la mirada de aquellas tetas firmes y medianas que le saludaban con descaro. Ella sonrió picarona. «No te asustes, no te van a morder. Tú a ellas… puede». Miguel sudaba, apabullado por la situación. Una mujer estupenda, su pareja durmiendo y Josela fuera de casa. Era la ocasión perfecta para echar una cana al aire si se daba la situación. Yuye hurgaba más en el asombro de nuestro amigo. «¿Quieres tocarlas?». Miguel señaló con su dedo hacia mí y Yuye hizo un gesto como restándole importancia. «Vamos, tonto, tócalas si quieres». Miguel acercó tímidamente sus manos y se estremeció al notar la tersa piel de mi chica y sus pezones duros. Se ve que a Yuye también le estaba dando mucho morbo la escena que ella misma había montado.

      Poco a poco fue perdiendo la vergüenza y amasando con sus manos los pechos de mi chica. Ella desabrochó su camisa y dejó al aire el torso peludo de nuestro amigo. Miguel se iba viniendo arriba, como bien reflejaba cierta parte de su pantalón, y empezó a mordisquear y chupar los pezones de Yuye. El pájaro ya estaba en la cazuela. Ella tiró de él para hacerlo levantar y bajó sus pantalones de un tirón, dejando el miembro erguido de Miguel al descubierto… por poco tiempo, lo que tardaron en apresarlo las fauces excitadas de mi chica. Él, entre excitado y sorprendido, agarró el pelo de mi chica y comenzó a acompañar sus movimientos. De vez en cuando me miraba, como si una instantánea culpabilidad le visitara por momentos, aunque no daba marcha atrás y seguía dejándose hacer. Estaba claro que había caído totalmente en la tentación aunque a ratos tuviera las típicas dudas de quien, con su mentalidad, está recibiendo una mamada de la novia de su amigo mientras este duerme a su lado.

      Yuye se sentó en el sofá y abrió las piernas. Miguel no tardó en pegar su boca al sexo de mi chica y desplegar su repertorio de lametones, succiones en el clítoris e incluso algún mordisco en la vulva del volcán de mujer que tenía delante. Poco duró el festival, puesto que la excitación lo empujó a penetrarla y provocar los gemidos propios de una mujer disfrutando de la situación. Hice como si me despertara suavemente y los observara. Yuye sonreía con cierta perfidia y yo me acerqué lentamente. Miguel observaba atónito, aunque sin dejar de follar a mi chica, mientras yo me acercaba e introducía mi falo en aquella boca llena de vicio. Entre los dos colmamos a Yuye de lujuria, vicio y… pollas. Nuestro amigo no tardaría en liberarse por fin del pudor y la sorpresa de la situación: levantó un poco más las piernas de mi chica y, ni corto ni perezoso, la empaló por detrás así que vio su culito a tiro. «Hay que joderse con el carca», pensé para mí. Y volví a pensarlo cuando comenzó a alternar los orificios de Yuye, que gemía con fuerza ante las embestidas cada vez más desinhibidas de Miguel. Yuye pidió cambiar de postura y Miguel se sentó en el sofá, viendo cómo mi chica pasaba a cabalgarlo y yo aprovechaba para entrar por la puerta de atrás. Una doble penetración que se vio interrumpida cuando Josela entró por la puerta.

      «Vaya, no lo pasáis nada mal», dijo aparentando cierto enfado. Había vuelto antes de lo previsto. Se había salido del plan, pero le costaba mantener la cara seria ante la satisfacción que le producía lo que estaba viendo. Miguel palideció por un momento, hasta que vio que Josela se quitaba la ropa según se acercaba y se unía a nosotros. «Bienvenido al siglo XXI», le dijo antes de sellar su boca con uno de sus enormes pechos. Yuye ya estaba dando cuenta del otro mientras yo me deleitaba con la escena y me alegraba de ver a mi amigo por fin disfrutando de esos deseos que siempre había reprimido. Yuye y yo nos apartamos de Miguel para ceder la cabalgadura a Josela. Los dejamos un poco a su aire mientras yo seguía follando el culo de mi chica a escasos centímetros de ellos. Miguel estiró el brazo para sobar los pechos de Yuye mientras yo besaba a nuestra anfitriona en una postura casi imposible. Josela y mi chica se cambiaron los lugares, viendo ahora cómo Josela por fin permitía que yo la follara ante el hecho de que su marido hacía lo mismo con Yuye. Ya no habría miedo de que él se enfadara con ella ni a proponerle juegos de ese calibre.

      Miguel se levantó mientras mi chica se escurría por el sofá hasta colocarse debajo de nuestra amiga, improvisando un 69 mientras nosotros íbamos aprovechando que sus orificios más íntimos quedaban descubiertos. A Miguel le costaba un poco ver a su mujer con otra chica, pero en ese momento no había espacio para remilgos y siguió gozando de la situación. No tardó en dejarse vencer por la excitación y eyacular abundantemente sobre el vientre de mi chica, que compartía los efluvios recibidos con los pechos de Josela. Yo aparté a esta para correrme en la boca de mi chica y ver cómo nuestros amigos contemplaban excitados la escena.

      Eran una pareja chapada a la antigua, pero solo necesitaron un par de amigos perversos para conocer nuevas dimensiones de placer. Ahora las comidas resultaban más placenteras. Incluso siendo después de comer.

      Relato ganador de la II edición de los Premios Pimienta, organizada por Parlib.es y Gente Libre.

      La Luz del sur

      Caía la tarde cuando llegué. El sol se ponía, tornando en dorado y cobrizo el cielo de la Tacita de Plata. Había estado unos meses fuera y parecía nuevo en Cádiz, donde había vivido algunos años. No sé qué tiene esa ciudad, pero cuando sales de ella un tiempo y vuelves es como si volviera a cautivarte con sus vistas, a conquistarte con su horizonte, a embelesarte con tanta historia viviente en cada piedra, en cada balaustrada, en cada rincón… Hermosa hija de fenicios y romanos, de visigodos y musulmanes, donde cada visita parece que depara nuevas emociones. En realidad, creo que solo dos sentimientos se mantienen entre dos visitas separadas a la ciudad: el regocijo de la vista ante su salada claridad… y el cabreo que produce lo difícil que es aparcar.

      Luz llegaría a la mañana siguiente. Gaditana de nacimiento, emigrada en busca de trabajo como casi toda su generación y con el eterno deseo de volver a su ciudad a cada ocasión que se presentaba, como casi todo aquel que sale de su tierra. Por fin íbamos a coincidir tras tantos años sin vernos, y es que Luz había sido mi vecina los dos primeros años de mi periplo gaditano. Era una joven morena y de cabellos ensortijados. Su mirada penetrante le daba un aspecto místico a la par que exótico. Una mirada que había sido mi embeleso durante los dos años que vivíamos pared con pared. Cuántas veces no habría entretenido un poco el tiempo, remoloneando en la casapuerta (el portal) antes de subir a casa, sabedor de que estaría por llegar. Cuántas veces no habría sido bueno un día hasta que le daba los buenos días. Ahora mis pensamientos le daban las buenas noches mientras me iba a descansar, sabiendo que por la mañana recogería en la estación a aquella belleza con ojos de hierbabuena.

      «Chiquillo, mira p’acá, que estás apazguatao». Sí, su desparpajo era inconfundible. Andaba yo tan absorto mirando el móvil mientras llegaba que a la hora de la verdad no la vi venir. No sabía si reír o sonrojarme, porque varias personas miraron ante la peculiar llamada de mi amiga. Pero ahí estaba, con esa sonrisa casi infantil mientras su mirada felina conservaba su intensidad de siempre. Era una presencia embriagadora y ahora, además, había cogido unos kilos más que le sentaban de maravilla. Era como si en estos años su belleza hubiera terminado de madurar, conservando sus rasgos juveniles, pero con el refuerzo de unos años y esos nuevos kilos bien distribuidos. En definitiva, que estaba más guapa que nunca. Y con ese gracejo suyo de siempre.

      En realidad, recogerla era más un deseo y una formalidad que otra cosa. La estación de tren en Cádiz no está apartada, ni mucho menos. Lo cierto es que en Cádiz casi nada lo está. A lo sumo, el Ventorrillo del Chato, un restaurante a pie de playa a mitad de camino hacia San Fernando. Pero poco más. Salimos de la estación, cruzamos hacia la antigua fábrica de tabaco y paramos a desayunar en una terraza СКАЧАТЬ