Название: La era de Stalin
Автор: David L. Hoffmann
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia y Biografías
isbn: 9788432152092
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El segundo capítulo describe el primer periodo de mandato estalinista, 1928-1933, lo que los líderes del Partido Comunista llamaron «la era de construcción del socialismo». En esos años, el gobierno soviético eliminó el capitalismo y lanzó un plan de industrialización de choque con la intención de situar al país al nivel de las naciones más industrializadas de Europa. Estas políticas económicas desencadenaron agitaciones sociales masivas. Millones de campesinos se desplazaron a las ciudades para encontrar trabajo en la construcción de las nuevas factorías, y una ingente cantidad de mujeres de la ciudad pasó a trabajar en la industria pesada. Muchos trabajadores accedieron a oportunidades educativas cuando los dirigentes estalinistas, que desconfiaban de los «especialistas burgueses», trataron de crear una nueva élite técnica a partir del proletariado. La industrialización rápida fue posible gracias al control estatal de la economía y el encauzamiento de todos los recursos a la construcción de acerías y plantas de fabricación de maquinaria. El final de la agricultura privada forzó dio paso a la agricultura colectivizada, una política estalinista extremadamente coercitiva que significó la desposesión y deportación de varios millones de campesinos calificados como kulaks. En conjunto fue un periodo de tiempo caracterizado por severas privaciones económicas; el gobierno soviético introdujo el racionamiento, los niveles de vida se desplomaron y el hambre en la campiña dejó cerca de seis millones de muertos.
El capítulo tercero cubre el periodo posterior a que Stalin declarase que los cimientos del socialismo habían sido establecidos, 1934-1938. Con el fin del capitalismo y el establecimiento de una economía conducida por el Estado, los líderes soviéticos creyeron haber inaugurado una nueva era en la historia del mundo, la era del socialismo. En tanto marxistas, creyeron que una nueva base económica debía dictar una nueva superestructura política y cultural. Consecuentemente, aprobaron una nueva constitución, la Constitución de Stalin de 1936, y reorientaron la cultura oficial soviética, forzando un giro desde el arte de vanguardia iconoclasta al realismo socialista. Una vez eliminados aquellos que fueron considerados enemigos de clase —los kulaks y los pequeños capitalistas—, los líderes soviéticos pensaron que el tiempo de la lucha de clases abierta había terminado. No obstante, los funcionarios de la policía secreta advirtieron que seguían existiendo enemigos ocultos que tratarían de sabotear el Estado soviético. A finales de los años treinta, con la creciente amenaza de la Alemania nazi y el Japón fascista, Stalin desató una enorme ola de violencia de Estado para encarcelar o ejecutar a potenciales traidores, en particular a antiguos opositores en el seno del Partido Comunista, criminales de poca monta y antiguos kulaks, y miembros de la diáspora de las minorías nacionales.
El capítulo cuarto cubre la Segunda Guerra Mundial, y arranca con el Pacto de no agresión Germano-Soviético. Tras la firma de este tratado, Alemania invadió Polonia desde el oeste, mientras la Unión Soviética lo hacía desde el este, invadiendo también los países bálticos y Finlandia. El capítulo continúa con la invasión nazi de la Unión Soviética en junio de 1941, a la que el país sobrevivió a duras penas. El ejército alemán se adentró profundamente en territorio soviético y en pocos meses ya había llegado a las afueras de Leningrado y Moscú. Para movilizar los esfuerzos bélicos necesarios, los líderes soviéticos se apoyaron en las mismas prácticas estatales que habían usado durante la Guerra civil y los años treinta: control estatal de los recursos económicos, vigilancia y propaganda para asegurarse la lealtad de la población, y arrestos de la policía secreta para neutralizar cualquier potencial disidencia. Aunque la Unión Soviética terminó derrotando a la Alemania nazi, veintisiete millones de ciudadanos soviéticos perdieron sus vidas durante la guerra. Para el pueblo soviético, la historia de la Segunda Guerra Mundial no significó solamente una victoria, sino también represión, sacrificio y muerte.
El quinto capítulo analiza los años posteriores a Stalin, 1946-1953. Como resultado de la victoria en la guerra, la Unión Soviética alcanzó el estatus de superpotencia en el sistema internacional, rivalizando con los Estados Unidos por el dominio del planeta. Esta prominencia internacional afectó profundamente tanto a la política exterior soviética como a la doméstica. La Unión Soviética impuso gobiernos comunistas en las naciones del este de Europa, y estas acciones produjeron tensiones que cuajaron en la Guerra Fría con los Estados Unidos y sus aliados. En la política doméstica, la mastodóntica tarea de reconstruir un país en el que millones de personas estaban sin hogar y pasaban hambre, fue completada a través de un férreo y coercitivo control estatal. A pesar de las esperanzas que el pueblo albergaba de una liberalización política tras la guerra, el régimen estalinista siguió siendo igual de represivo. La victoria bélica pareció ser un refrendo del sistema estalinista, y la Guerra Fría exigió una vigilancia continua.
La conclusión aborda el legado del estalinismo, un legado que arroja una larga sombra sobre el resto del periodo soviético y más allá aún. Nikita Kruschev, el sucesor de Stalin, se embarcó en una polémica campaña de desestalinización, denunciando el culto a la personalidad de Stalin y su uso de la violencia contra los miembros del Partido. Pero con la destitución de Kruschev en 1964 cesó la discusión sobre las represiones estalinistas, que solo sería reavivada a finales de los ochenta bajo el mandato de Mijaíl Gorbachov. En ese momento, la completa revelación de las represiones estalinistas desacreditó al gobierno soviético, lo cual, junto a una serie de descontentos étnicos y económicos, produjo el rápido colapso del sistema soviético. El final de la Unión Soviética, sin embargo, no acabó con el debate sobre el estalinismo, que sigue desatando agrias discusiones incluso en la Rusia de nuestros días.
El estalinismo tiene una importancia central en nuestra comprensión de la historia del siglo XX. Durante la era estalinista, la Unión Soviética se convirtió en una superpotencia militar e industrial, capaz de ganar la Segunda Guerra Mundial y de rivalizar con los Estados Unidos durante la Guerra Fría. Pero el estalinismo no es simplemente un relato sobre la modernización industrial y el triunfo militar. Aunque el sistema estalinista representó un modelo alternativo de desarrollo y un serio desafío ideológico a la democracia liberal y al capitalismo, también se cobró un precio descomunal en términos humanos. Nuestra obligación de estudiar la era estalinista proviene no solo de su importancia, sino también de nuestra responsabilidad en cuanto a dar a conocer una de las páginas más negras de la historia de la humanidad.
[1] Aquellos que deseen saber más sobre el papel personal que tuvo Stalin tienen a su disposición muchas biografías, entre ellas Isaac DEUTSCHER, Stalin: A Political Biography. New York, NY, 1967; Adam ULAM, Stalin: The Man and His Era. New York, NY, 1973; Dmitrii VOLKOGONOV, Stalin: Triumph and Tragedy. New York, NY, 1988; Robert H. MCNEAL, Stalin: Man and Ruler. New York, NY, 1988; Robert SERVICE, Stalin, A Biography. Cambridge, MA, 2004; Hiroaki KUROMIYA, Stalin. New York, NY, 2005; Kevin MCDERMOTT, Stalin. New York, NY, 2006; Sarah DAVIES y James HARRIS, Stalin, A New History. Cambridge, UK, 2005; Oleg V. KHLEVNIUK, Stalin: New Biography of a Dictator. New Haven, CT, 2015; Stephen KOTKIN. Stalin: Waiting for Hitler, 1929–1941. New York, NY, 2017.
[2] Richard Pipes apunta que se dieron «inconfundibles afinidades» entre el mandato zarista y el soviético; PIPES, A Concise History of the Russian Revolution. New York, NY, 1996, pp. 397–99.
[3] Theodore vON LAUE, Why Lenin? Why Stalin? Why Gorbachev? The Rise and Fall of the Soviet System. New York, NY, 1993.
[4] Laura ENGELSTEIN, “Combined Underdevelopment: Discipline and the Law in Imperial and Soviet Russia”. American Historical Review 98: 2 (April 1993), p. 344.