Название: Una noche en Montecarlo
Автор: Heidi Rice
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Bianca
isbn: 9788413752075
isbn:
–La oferta sigue en pie –dijo unos minutos después.
–Yo… ¿qué? No puedes hablar en serio –balbucí. No podía pensar de verdad que yo iba a querer pasar tiempo en su compañía, y mucho menos trabajar para él.
–Hablo completamente en serio. Necesito un piloto de reserva y quiero que seas tú. Deberías estar en la pista y no detrás de una mesa. Una vez que hayas firmado con Galati, podremos hablar de que ocupes un puesto de piloto principal, puede que la temporada próxima. Haré que te valga la pena romper tu acuerdo con Camaro.
Le vi bajar la mirada y echarle una ojeada de abajo arriba brevemente, pero no por ello menos insultante. Mis mejillas se incendiaron al darme cuenta de que él pensaba que Renzo y yo éramos amantes.
Sabía que corrían rumores en el quepo Camaro de que yo me acostaba con el jefe. Renzo había sido fundamental para el crecimiento de mi carrera al contratarme nada más acabar mi máster en bioingeniería y tecnología de combustibles el año anterior. Había sido también increíblemente flexible sobre mi compromiso con el trabajo y el cuidado de mi hijo, se había hecho amigo de Cai –que lo idolatraba– y a veces había llegado a preguntarme si me consideraba algo más que una empleada y una amiga… pero nunca había traspasado esa línea y yo, por mi parte, no le había invitado a hacerlo.
–No estoy en venta –espeté, decidida a no dejar que se viera el daño que me había hecho su insinuación.
No necesitaba su aprobación. Me había costado cinco años superar su rechazo. Cuando llegué a Londres y descubrí que estaba embarazada, el dolor por Remy y cuánto había perdido el día de su muerte estuvo a punto de destruirme.
Pero me levanté del suelo con la ayuda de mi maravillosa prima Jessie y me obligué a concentrarme en lo que importaba.
Tuve a mi hijo y me dediqué a mantenernos a los dos con dos trabajos mientras asumía una deuda estudiantil inmensa y estudiaba por las noches para alcanzar un sueño que, en el último año, por fin había empezado a despegar.
Había sido un error monumental ocultarle que tenía un hijo, algo de lo que me había dado cuenta en los últimos minutos y que tendría que rectificar en cuanto pudiera gestionarlo de un modo en que no le hiciera daño a Cai.
Pero no tenía que defender mi reputación profesional ni ante Alexi ni ante nadie.
–Es una pena –replicó él, y la piel se me erizó– porque, te pague lo que te pague Renzo, vales mucho más, y con el talento que he visto en la pista hace diez minutos, es obvio que deberías pilotar.
–No quiero competir –dije, abriéndome paso entre la niebla sexual que amenazaba con ahogarme para centrarme en sacarlo de allí. No tenía tiempo para negociar, ni para obsesionarme cómo me hacía sentir solo con mirarme.
–¿Y por qué demonios no quieres pilotar? Siempre fue tu sueño desde que eras una cría, ¿no?
Me sorprendió que lo recordara. De adolescente primero y luego de hombre, siempre me había ignorado ostensiblemente.
–Hubo un tiempo en que sí, pero ya no. Y ahora, ¿haces el favor de marcharte, antes de que tenga que llamar a seguridad?
Aquella era una amenaza vacía y los dos lo sabíamos. Nadie de seguridad iba a echar a Alexi Galanti de las pistas. Él era la realeza del motor. Pero yo estaba desesperada.
No me sorprendió que no solo ignorase la amenaza, sino que en lugar de marcharse se acercara lo bastante para que me llegara su perfume embriagador, almizclado, picante y con un toque de pino. Me temblaron las rodillas y volví de golpe a aquella noche, pero mostrarle a Alexi alguna debilidad nunca había sido buena idea.
–Dime por qué –insistió, y que mostrase interés en lugar de frustración resultó mucho más peligroso–. Dime por qué renunciaste a tu sueño, bella notte –dijo, utilizando el sobrenombre que se había inventado aquella noche, sin duda para intimidarme más–, y me iré.
Abrí la boca decidida a darle una respuesta que le hiciera marcharse, pero la única explicación que se me ocurrió fue la verdad.
«Porque he tenido un hijo al que quiero más que a la misma vida, y no tiene a nadie más, así que no puedo arriesgarme a dejarlo solo y que pueda morir como le pasó a Remy. Conseguí encontrar un modo de reajustar mis sueños y alimentar mi pasión por las carreras, sin olvidar mi obligación para con mi hijo».
Pero no podía decirle eso.
Mientras le daba vueltas a la cabeza intentando encontrar una alternativa viable, se me ocurrió pensar que mi propia falta de sinceridad me había acorralado.
De pronto, la puerta se abrió y Cai entró a todo correr, diez minutos antes de la hora prevista, un manojo de energía de cuatro años… y el agujero negro que tenía en el estómago implosionó. Por primera vez en mi vida, no me alegré de ver a mi hijo.
–¡Mamá, mamá, he visto el coche! –gritó, loco de contento, corriendo hacia mí sin prestar atención a Alexi ni a nada más–. El señor Renzo me ha dejado tocarlo.
Alexi dio un paso atrás, tremendamente sorprendido. Cai se estrelló contra mí y el amor que sentí por él en cuanto lo tuve en los brazos después de diez horas de parto interminable me volvió a sepultar.
–El señor Renzo ha dicho que voy a poder subirme si me porto bien.
Sus bracitos rodearon mis piernas y me miró con sus ojos llenos de amor. El azul de sus iris era del mismo color aguamarina que los del hombre que lo miraba como si fuera un extraterrestre.
–¿Me dejas, mami? –me rogó, ajeno por completo a la tensión. Casi podía ver cómo Alexi hacía cuentas mentalmente, casando fechas y edades.
Con la luz que entraba por la ventana brillando en su cabello negro y ondulado e iluminando su estructura ósea tan Galanti, el parecido con su padre resultaba sorprendente.
Alexi no era estúpido, y cuando mi mirada se topó con la suya por encima del niño, vi su tremenda sorpresa y el ceño que se había dibujado en su frente al mismo tiempo que apretaba los labios.
Acaricié el pelo de mi niño intentando que no me temblaran las manos. Tenía que sacarlo de allí, llevarlo lejos de Alexi. No quería que presenciara la confrontación que se avecinaba.
–Por supuesto que sí, chiquitín.
–Ya no soy chiquitín, mamá. Soy grande
Y su risa contagiosa, tan inocente y dulce, solo apretó aún más el nudo de angustia que me cerraba el estómago. Pasara lo que pasase, mi único pensamiento fue el de proteger a mi hijo de la inminente revelación.
Me agaché delante de él para abrazarlo y para apartarme momentáneamente del ceño acusador del hombre que estaba detrás.
–Sí, pero ¿has sido bueno?
Cai asintió con vehemencia.
–Sí, mamá. Pregúntale a la tía Jessie. Me he echado la siesta sin decir ni mu.
СКАЧАТЬ