A Edgar se le hinchó la vena del cuello visiblemente. Alzó una ceja de forma intimidante y dio un paso hacia mí. Mi padre se interpuso entre los dos con cara de pocos amigos.
—Te ha dicho que te vayas. Créeme que de haber sabido quién eras, ni siquiera estarías aquí, porque yo mismo te habría echado a patadas de mi casa.
—Eso es entrar con buen pie… —se escuchó la voz de Luke al fondo, seguida de una regañina por parte de Dexter, a quien le importunó su descaro y humor a juzgar por cómo estaba la situación.
—¿Acaso sabe quién soy? —Edgar levantó el mentón, desafiante.
Mi padre también.
—Sí. El hijo de puta que ha estado engañando a mi hija para robarle la fortuna que Robert le dejó. ¿Me equivoco?
Edgar no se hizo pequeño ni mucho menos. Mi padre tampoco se amilanó, a pesar de que su oponente era un gigante.
—Yo no he robado nada. Si estoy aquí, es por la seguridad de su hija. Créame, a mí más que a nadie le interesa que esté bien. —Su tono fue ascendiendo según hablaba.
Tragué saliva por enésima vez, rezándoles a los dioses que existiesen para que no saliera también el tema y el motivo por el que intuía esa preocupación. Como si Dakota estuviese prestando atención, una patada rebotó en mi vientre.
—¿Y se puede saber cuál es ese motivo? —quiso saber mi padre.
Los truenos resonaron con más fuerza en el cielo. Apenas notaba el agua entrar en mi ropa de lo calada que estaba.
Edgar me miró.
Yo lo miré.
También le supliqué que no lo hiciese.
Observó a mi padre por encima del hombro, pasó por su lado manteniéndole la mirada y, antes de abrir la puerta del coche, justo a mi lado, me dijo:
—Mañana vendré y nos iremos.
No contesté. Ya lo hizo mi padre por mí:
—Y yo estaré esperándote en la puerta con la escopeta de caza.
Tenía claro que mi padre no decía nada a la ligera. Y que Edgar le caía muy mal.
El rugido del motor al arrancar provocó que girase mi rostro y mi mirada impactase con la suya. Alcé mis ojos y me encontré con los de Luke, quien me transmitía preocupación y tristeza por todo lo que había ocurrido. Antes de montarse en el coche, me susurró:
—Por favor, si no quieres escucharlo a él, escúchame a mí.
No contesté.
Nadie lo hizo. Sin embargo, la mano de Klaus afianzando mi cintura le demostró a Edgar algo que no quiso ver, pues pisó el acelerador marcha atrás y salió de allí casi derrapando y sin tiempo para meditar.
Antes de que todo el mundo comenzase a hacerme preguntas —y con «todo el mundo» me refería a mi madre—, alcé la mano y la hice callar cuando casi escupía como una ametralladora la primera andanada de palabras.
—Estoy muy cansada, empapada y sucia. ¿Podemos dejar esta conversación para mañana?... Por favor.
Mi madre agachó la mirada y asintió sin estar conforme.
—Yo me quedaré aquí.
Posé una mano sobre el hombro de mi padre y lo empujé para que entrase bajo el porche. No quería que siguiese calándose, o al final cogeríamos todos una pulmonía. Besé su mejilla con cariño y lo miré con una ternura que me embriagó el corazón. Cuánto los quería y cuánto los había necesitado.
—Esperarás a que te llame. Te quedarás en casa, tranquilo, porque yo estaré bien.
—Ese cabrón volverá —aseguró.
—No lo hará.
No me lo creía ni yo. Tampoco me pasó desapercibida la mirada de Dexter, quien tampoco se lo creía.
—¿Estás segura? —Mi padre pareció dudar—. ¿Cuándo te marchas, Klaus?
Puso su atención en él y respiré un poco aliviada, aunque me enfadó el hecho de que pensara que necesitaba a Klaus para sobrevivir.
—Mañana a primera hora —le contestó él.
Pareció molestarle tener que irse tan pronto. A mí también me apenaba esa marcha tan repentina, aunque encajé piezas y supe que, en realidad, había venido no solo para verme, sino para contarme lo que Edgar había soltado como una bomba.
Les ordené a mis pies que entrasen en la casa. Besé la mejilla de mi madre con el mismo cariño y apreté su mano para que se tranquilizase. Le eché un último vistazo a mi padre y Dexter asintió con la cabeza, dándome a entender que esa noche la pasaría con ellos. Había muchas noches en las que mi amigo prefería una buena copa de brandy en compañía de mi padre a estar conmigo hecho un ovillo en el sofá. Durante todo el tiempo que estuvo a mi lado, jamás me lo tomé a mal, y le agradecí con una mirada que me permitiese quedarme a solas con Klaus las horas que nos quedaban.
Tras poner los pies en la moqueta marrón de la entrada, suspiré y miré las vigas de madera del techo. Segundos después, escuché que la puerta de la calle se cerraba. Al enfocar mis ojos en esa dirección, me percaté de la cantidad de golpes que Klaus tenía; no solo en la cara, sino en el costado, en el hombro derecho… Lo que venía siendo una pelea con todas las letras.
No dijimos nada.
No hizo falta.
Me ofreció su mano y la acepté. Me fundí en un abrazo que me reconfortó lo justo y necesario para seguir siendo aquella mujer en la que me había convertido: la que no lloraba por las esquinas o, en su defecto, a la que ya no le quedaban más lágrimas que verter.
Nos encaminamos en silencio hacia el cuarto de baño. Me desprendí de mi ropa empapada y la tiré al suelo de la misma manera que lo hizo él. Juntos, entramos en el pequeño rectángulo y dejamos que el agua caliente templara nuestros congelados cuerpos. Me permití el lujo de permanecer bajo el agua el tiempo suficiente mientras notaba la boca de Klaus besar mi hombro y ascender hasta mi cuello. Me noté la piel de gallina; también mis sentidos disparándose en un sinfín de emociones con cada roce, cada caricia y cada mirada robada. Me volví para encararlo y lo besé con tantas ganas que olvidé sus heridas, hasta que gruñó por lo bajo.
—Lo siento, lo siento —añadí con rapidez, separándome de él.
Me sostuvo por la cintura y volvió a juntarme todo lo que pudo a su cuerpo.
—Voy a necesitar una enfermera que me cure las heridas y que me dé de comer. —Alzó una ceja con picardía.
Yo no sabía cómo podía seguir manteniendo ese humor pese a los acontecimientos de los últimos momentos. Quizá lo llevaba en la sangre. Desde luego, desde el minuto uno que lo conocí, lo que más había conseguido de mí eran СКАЧАТЬ