Название: La leyenda del jinete sin cabeza y otros cuentos
Автор: Washington Irving
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Clásicos
isbn: 9786074573541
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La fiesta se fue terminando gradualmente. Los viejos granjeros reunieron a sus familias en sus carros y se les escuchó durante un tiempo traquetear a lo largo de los caminos vacíos por las colinas distantes. Algunas de las doncellas se sentaban en los asientos atrás de sus pretendientes, y sus risas alegres, mezclándose con el ruido de los cascos, resonaban a lo largo de los silenciosos bosques, sonando cada vez más débiles, hasta que desaparecieron gradualmente, y la anterior escena de ruido y jolgorio estaba en silencio y desierta. Ichabod sólo se quedó un rato, según la costumbre de los amantes del campo, para tener una conversación en privado con la heredera, totalmente convencido de que ahora estaba en el buen camino hacia el éxito. Qué pasó en esta plática no pretendo decirlo, porque de hecho no lo sé. Algo, sin embargo, me temo, debe haber salido mal, ya que sin duda se despidió, después de un rato no muy largo, con un aire bastante desolado y descorazonado. ¡Oh, estas mujeres! ¡Estas mujeres! ¿Podría esa chica haber estado jugando alguno de sus coquetos trucos? ¿Alentó al pobre pedagogo sólo como una farsa para asegurar su conquista de su rival? Sólo el cielo lo sabe, ¡yo no! Basta con decir que Ichabod se fue sigilosamente con el aire de alguien que había estado saqueando un gallinero, en lugar de al corazón de una bella dama. Sin mirar a la derecha ni a la izquierda para fijarse en la escena de la riqueza rural, con la que tan a menudo se había relamido, fue directo al establo, y con varios y fuertes puñetazos y patadas sacó a su corcel del cómodo alojamiento en el que se encontraba durmiendo profundamente, soñando con montañas de maíz y avena, y valles enteros de pasto Timothy y trébol.
Era la misma hora de la brujas en la noche en que Ichabod, apesadumbrado y cabizbajo, emprendió su viaje hacia el hogar, a lo largo de las colinas elevadas que se alzaban sobre Tarry Town, y que había recorrido tan alegremente por la tarde. La noche era tan deprimente como él mismo. Muy por debajo de él, el Tappan Zee extendía su oscuro y poco definido sobrante de aguas, con algunos alto mástiles de veleros, que se meneaban silenciosamente anclados en tierra. En el silencio de la medianoche, incluso podía escuchar los ladridos del perro guardián desde la orilla opuesta del Hudson; pero era tan vago y débil que solo daba una idea de lo lejos que estaba de este fiel compañero del hombre. De vez en cuando, también, el largo canto de un gallo, despertado accidentalmente, sonaba a la distancia, desde alguna granja a lo lejos entre las colinas, pero era como un sonido de ensueño en su oído. No había signos de vida cerca de él, sólo en ocasiones el melancólico chirrido de un grillo, o tal vez el bramido gutural de una rana toro en un pantano vecino, como si estuviera durmiendo incómodamente y se girara repentinamente en su cama.
Todas las historias de fantasmas y duendes que había oído por la tarde ahora se agolpaban en su memoria. La noche se hizo más y más oscura; las estrellas parecían hundirse más en el cielo y las nubes que pasaban ocasionalmente las ocultaban de su vista. Nunca se había sentido tan solo y deprimido. Además, se estaba acercando al mismo lugar donde se habían situado muchas de las escenas de las historias de fantasmas. En el centro de la carretera había un enorme tulipero, que se elevaba como un gigante sobre todos los demás árboles del vecindario, y se había convertido en referencia. Sus ramas eran nudosas y exorbitantes, lo suficientemente grandes como los troncos de árboles comunes; se retorcían casi hasta la tierra y se elevaban nuevamente en el aire. Estaba relacionado con la trágica historia del desafortunado André, que había sido tomado capturado ahí cerca, y era universalmente conocido como el árbol del mayor André. La gente común lo miraba con una mezcla de respeto y superstición, en parte por simpatía por el destino de su tocayo malhadado y en parte por las historias de visiones extrañas y tristes lamentaciones, conque se le relacionaba.
Mientras Ichabod se acercaba a este temible árbol, comenzó a silbar, pensó que su chiflido había sido respondido pero sólo era una repentina y fuerte ráfaga entre las ramas secas. Cuando se acercó un poco más creyó ver algo blanco colgando en medio del árbol: se detuvo y dejó de silbar, pero al mirar más estrechamente percibió que era un lugar donde el árbol había sido golpeado por un rayo y la madera blanca quedó al descubierto. De repente, oyó un gemido: le castañeteaban los dientes y sus rodillas se pegaban contra la silla de montar: no era más que el roce de una enorme rama sobre la otra, cuando la brisa los mecía. Pasó el árbol con seguridad, pero nuevos peligros se cernían sobre él.
A unos doscientos metros del árbol un pequeño arroyo cruzaba la carretera y corría hacia una cañada pantanosa y boscosa, conocida como el pantano de Wiley. Algunos rugosos troncos, colocados uno al lado del otro, servían como puente sobre esta corriente. En ese lado de la carretera donde el arroyo entraba en el bosque, un grupo de robles y castaños, enmarañados de vides silvestres, arrojaban una penumbra cavernosa sobre él. Atravesar este puente fue la prueba más severa. Fue en este preciso lugar donde el desafortunado André fue capturado, y bajo la cobertura de esos castaños y enredaderas se encontraban ocultos los robustos soldados que lo sorprendieron. Desde entonces fue considerado como un arroyo encantado y causaba terror en el estudiante que tuviera que atravesarlo solito después del atardecer.
A medida que se acercaba al arroyo, su corazón comenzó a latir con fuerza, sin embargo, hizo acopio de todo su valor, le dio a su caballo unas diez patadas en las costillas e intentó saltar rápidamente a través del puente, pero en lugar de ir hacia adelante, el viejo animal perverso hizo un movimiento lateral y corrió de costado contra el obstáculo. Ichabod, cuyos temores aumentaban con la demora, tiró de las riendas del otro lado y pateó con el pie contrario: todo fue en vano, su corcel comenzó a moverse, es cierto, pero fue solo para zambullirse en el lado opuesto de la carretera en un matorral de zarzas y arbustos de aliso. El maestro de escuela ahora le daba tanto con el látigo como con el talón a las costillas famélicas del viejo Pólvora, que se lanzó hacia adelante, resoplando y bufando, pero se detuvo justo al lado del puente, con una brusquedad que casi hizo que su jinete se cayera sobre su cabeza. Justo en este momento, un ruido en el agua al lado del puente llegó al sensible oído de Ichabod. En la sombra oscura de la arboleda, en el margen del arroyo, vio algo enorme, deforme e imponente. No se movió, sino que parecía estar encogido en la penumbra, como un monstruo gigantesco listo para saltar sobre el viajero. El pelo del pedagogo asustado se alzó sobre su cabeza con terror. ¿Qué debía hacer? Era demasiado tarde para darse vuelta y salir volando y, además, ¿qué probabilidades había de escapar de un fantasma o un duende, si se trataba de eso, que podía cabalgar sobre las alas del viento? Por lo tanto, haciendo acopio de valor, preguntó tartamudeando: "¿Quién eres?" No recibió respuesta. Repitió la pregunta con una voz aún más agitada. Todavía no hubo respuesta. Una vez más aporreó los flancos del inflexible Pólvora y, cerrando los ojos y con un fervor involuntario empezó a cantar un salmo. Justo en ese momento, el sombrío objeto causante de la alarma se puso en acción, y con un rápido movimiento y un brinco se situó en medio de la carretera. Aunque la noche era oscura y tenebrosa, todavía se alcanzaba a percibir la forma del desconocido. Parecía ser un jinete de grandes dimensiones, montado sobre un caballo negro de robusta complexión. No se comportó ni molesto ni amigable sino que se quedó al margen de la carretera, caminando despacio junto ellos, por el lado ciego del viejo Pólvora, que ahora había superado su miedo y su rebeldía.
Ichabod, que no sentía ninguna simpatía por este extraño compañero de medianoche, y que recordaba la aventura de Brom Bones con el hessiano galopante, ahora aceleró su corcel con la esperanza de dejarlo atrás. El extraño, sin embargo, aceleró su caballo al mismo ritmo. Ichabod se detuvo y empezó a marchar lentamente, pensando en quedarse rezagado y el otro hizo lo mismo.
Sintió que el corazón se le encogía y se esforzó por reanudar su canto de salmos, pero su lengua seca se clavó en el paladar y no pudo emitir ni una nota. Había algo en el opresivo y obstinado silencio de este compañero pertinente СКАЧАТЬ