Название: Pasión en Madeira
Автор: Sally Wentworth
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Bianca
isbn: 9788413751177
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–Supongo que le habrás dicho que ya no es bienvenido en esta casa –dijo Calum severamente–. No me gusta que se insulte de esa forma a nuestros invitados.
–¿Dijo algo para disculparse? –preguntó Francesca.
–No le hizo mucha gracia verse expulsado, eso era evidente, pero no dijo absolutamente nada en su defensa. Le pedí que me diera una explicación de lo ocurrido, pero no quiso hacerlo.
–¡Qué raro! –comentó Francesca–. La mayoría de los hombres en su situación habrían proclamado a los cuatro vientos su inocencia.
–Bueno, por mucho que hubiera protestado, es evidente que no le hubiera servido de nada –dijo Calum secamente–. ¿Tiffany está bien?
–Sólo un poco preocupada por su traje. La he dejado en una de las habitaciones de invitados mientras se lo limpian.
–Por favor, pídele que baje, quiero hablar con ella. Estaré en la sala.
–Te acompañaré –dijo Chris, y los dos primos entraron en la casa.
Francesca subió al piso de arriba sin dejar de pensar en Sam Gallagher. Si él tenía una invitación auténtica, quizá fuera Tiffany la intrusa. Tal vez, si le hiciera unas cuantas preguntas discretas, lograra adivinarlo. Sentía curiosidad por saber qué era lo que Sam le había dicho exactamente para merecer semejante bofetón.
Se encontró a Tiffany sentada en el borde de la enorme cama con dosel, envuelta en un albornoz varias tallas superior a la suya. Tenía un aspecto tan abatido que por un momento llegó a confundir a Francesca. Sin embargo, enseguida recuperó su presencia de ánimo y se sentó a su lado, dispuesta a averiguar cuanto fuera capaz.
–Debes sentirte fatal –empezó, procurando reconfortarla–. ¡Qué hombre tan odioso! ¿Es que no van a aprender nunca? Hay algunos que se creen que porque les sonrías y seas simpática con ellos ya estás deseando acostarte con ellos o algo parecido. Y el caso es que Sam parecía simpático… eso sólo demuestra lo engañada que una puede estar…
Una oleada de rubor cubrió las mejillas de Tiffany. ¿Culpabilidad quizá? Cambió de tema tan rápidamente que Francesca empezó a pensar que todo el asunto de la bofetada había sido una farsa… de lo que casi tuvo la certeza cuando Tiffany le preguntó si podía quedarse hasta que el vestido estuviera limpio.
–Por supuesto, pero no creo que te apetezca quedarte encerrada en esta habitación toda la tarde. Te prestaría algo mío, pero me temo que te quedaría enorme –una idea empezó a tomar forma en su mente–. Veré lo que puedo hacer –añadió poniéndose en pie–. ¡Ah! Calum quiere hablar contigo, está en la sala.
Tiffany pareció estallar de contento.
–¿De qué? –preguntó, incorporándose animada.
–No me lo ha dicho… nunca me dice nada. Baja y lo sabrás.
–¿Con esta pinta? No me parece buena idea –protestó Tiffany, que, sin embargo, se puso en pie de un salto.
–No te preocupes, seguro que a Calum no le importa –la tranquilizó Francesca, aunque para sus adentros pensó que de encontrarse en su situación, en albornoz y rodeada de extraños en una casa desconocida, ella estaría de lo más incómoda. Sin embargo, Tiffany, sin molestarse siquiera en ponerse los zapatos, la siguió dócilmente al salón donde las esperaban los dos hombres.
Los dos sonrieron al ver entrar a Tiffany envuelta en el amplio albornoz; en su presencia, la joven pareció revivir, e incluso hizo un par de bromas acerca de su apariencia con la única intención de atraer aún más la atención sobre ella.
–Señorita Dean –dijo Calum acercándose y asiéndola de la mano–, permítame que me disculpe en nombre de mi familia. Lamentamos mucho que le haya ocurrido una cosa tan desagradable precisamente en nuestra casa.
Tiffany aceptó sus excusas con tan perfecta modestia, que Francesca no supo si pensar que era tan inocente como aparentaba o más astuta de lo que todos imaginaban. Calum no parecía sospechar nada pero, sin embargo, Chris la miraba irónico, por lo que podía ser que él también pensara que estaba fingiendo.
–Por favor, no hace falta que se disculpe –dijo Tiffany–. A decir verdad, creo que exageré un poquito. Aunque en cierto modo –continuó juguetona–, puede que también tengan ustedes algo de culpa: estuve sentada al lado del señor Gallagher durante la comida, en la que se sirvió un vino más que excelente…
Este comentario les hizo reír a todos, incluso a Francesca.
–¡Y en abundancia además! –dijo Francesca, pensando que tal vez estuviera mostrándose demasiado suspicaz.
–Me parece que, dadas las circunstancias, es usted muy amable –intervino Calum sonriendo cálidamente–. Pero tiene que permitirnos que hagamos algo por usted. Quizá…
–¡Ya lo sé! –le interrumpió Francesca. Todavía no sabía a qué carta quedarse con aquella misteriosa muchacha, y ansiaba tener una oportunidad para observarla mejor–. ¡Tienes que quedarte a cenar con nosotros! –propuso.
Aunque aquella sugerencia le pilló por sorpresa, Calum la apoyó calurosamente. Tiffany protestó un poco, aunque resultaba evidente que lo hacía puramente por compromiso, y que estaba deseando aceptar. Francesca suponía que les pediría que la acercaran a su casa para cambiarse, pero, en vez de eso, se echó a reír, llamando la atención sobre su informal atuendo.
–¡Pero no puedo quedarme con esta pinta!
–Bueno, eso tiene fácil solución: llamaré a una de las boutiques de la ciudad y les diré que nos envíen unos cuantos conjuntos para que puedas elegir. Podrán traerlos enseguida –propuso Francesca cautelosamente, preguntándose cuál sería la respuesta de Tiffany.
Ninguna de las mujeres que ella conocía hubieran aceptado pero Tiffany, en cambio, la miró visiblemente aliviada. Se volvió hacia Calum y empezó a decirle que no se molestaran tanto con ella, pero, de hecho, lo único que quería era que él le halagara un poco más los oídos, insistiéndole para que se quedara. Cuando por fin aceptó, Francesca estaba casi convencida de que eso era lo que había querido desde un primer momento.
Calum salió para dar orden al servicio de que pusieran un cubierto más, mientras que Francesca se aprestó a llamar a la boutique. Sin embargo, Chris le hizo una señal, alzando la ceja expresivamente para que le dejara a solas con Tiffany.
–Creo que tengo apuntado el número en mi agenda –improvisó Francesca–. Voy a buscarla y ya, de paso, llamaré desde mi habitación.
Francesca deseaba más que nada quedarse para escuchar por el ojo de la cerradura, ya que intuía que Chris no iba a decirle nada; a pesar de la confianza que habían compartido de pequeños, al crecer sus tres primos habían dejado de compartir sus secretos con ella.
Ya en su cuarto llamó a la mejor tienda de modas de Oporto, encargándoles que le llevaran una completa selección de vestidos de tarde y de noche para que Tiffany pudiera elegir.
Aquel dormitorio, con su cama con dosel y las paredes enteladas con cretona floreada, era el mismo que había tenido de pequeña. СКАЧАТЬ