Pasión en Madeira. Sally Wentworth
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Название: Pasión en Madeira

Автор: Sally Wentworth

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Bianca

isbn: 9788413751177

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СКАЧАТЬ Calculó que debía de ser más joven que Michel, rondando los treinta quizá, y, sin duda, no pertenecía a la jet-set, como demostraba la forma en que se comportaba, más como un espectador de aquella elegante fiesta que como un participante.

      Cuando Calum llegó con los últimos invitados, comprobó consternada que faltaba un sitio. De inmediato, se puso en pie, pero cuando llegó a la mesa, su primo ya había dado las órdenes necesarias para que añadieran la silla y el cubierto necesarios. Justo en aquel momento acudió también Elaine Beresford, la responsable del catering.

      –Hemos dispuesto exactamente las plazas que nos pediste, Francesca –se disculpó–. Me dijiste ciento sesenta, así que colocamos dieciséis mesas de diez.

      –¿No se habrá quedado una plaza libre en otra de las mesas? –indicó Francesca,

      –No, lo acabo de comprobar, están todas completas. Estoy segura de que hay un invitado que no figuraba en la última lista que me diste.

      –¡Qué raro! Supongo que será alguien que llamó para decir que no venía y que cambió de idea en el último momento. Bueno, no te preocupes más –Francesca volvió a su sitio, pensando que en una reunión en la que había tantas personas a las que no conocía le sería imposible adivinar quién era el comensal misterioso. Desconocidos como Tiffany y Sam, se dijo, preguntándose cómo habrían conseguido que los invitaran a una fiesta en principio preparada sólo para la familia y los representantes del comercio del vino.

      No dejó de observarlos durante la comida: tras ignorar a Sam durante un buen rato, Tiffany pareció relajarse un poco y se decidió a charlar con él, quien empezó a contarle curiosas anécdotas de su trabajo en un rancho ganadero. Hablaba con tanta gracia y elocuencia, que la joven se echó a reír complacida. Quizá, se dijo Francesca maliciosamente, ya no le importaría tanto que Sam la hubiera apartado de Chris. En un momento de la comida, sin que el americano lo notara, le hizo un significativo gesto a Tiffany con la mirada, pero ella le respondió de inmediato con igual discreción sacudiendo la cabeza categórica, negando que pudiera tener ningún interés en su acompañante, a pesar de su atractivo y simpatía evidentes.

      Cuando terminó la comida, los huéspedes se dispersaron por el jardín mientras los camareros les servían oporto. Sin preocuparse por Michel, Francesca fue en busca de Chris, a quien por fin encontró en animada charla con un grupo de empresarios australianos.

      –Tendrán que disculparme –les interrumpió con su más encantadora sonrisa–, pero les voy a robar a mi primo por un ratito, si no les importa. Tengo que preguntarle una cosa muy importante –y asiéndole por el brazo, se lo llevó a un rincón del jardín.

      –Bueno, ¿qué es eso tan importante que tienes que preguntarme?

      –¡Nada! Sólo quería rescatarte: me pareció que estabas atrapado en una conversación de lo más aburrida.

      –Nada de eso. ¿Y qué es lo que te hace pensar que tú no me aburres con tu charla insustancial? –se burló.

      Ella levantó la naricilla con cómico orgullo.

      –Hasta en los peores tiempos de nuestro matrimonio, Paolo tuvo que admitir que yo podía ser cualquier cosa menos aburrida –declaró.

      Chris se la quedó mirando cariñosamente: su prima casi nunca mencionaba a Paolo, y quizá el que empezara a hacerlo indicara que estaba empezando a superar el trauma de su desastroso matrimonio.

      –¿Lo has visto alguna vez? –preguntó interesado.

      –¡Santo Cielo, claro que no! –replicó con una amarga carcajada–. Y no tengo la menor intención de volver a verlo. No tenía que haberme casado con él.

      –¿Por qué lo hiciste entonces?

      Pero eso era algo de lo que Francesca no tenía la menor gana de seguir hablando.

      –Pues de rebote –explicó burlona–. Estaba harta de vosotros tres.

      –¿De nosotros?

      –Sí, tenía tanto miedo de acabar con alguien tan arrogante y machista como vosotros que me fui al otro extremo…

      Chris apretó el puño, amenazándola en broma.

      –Escucha, princesa o no, todavía puedo darte una buena paliza…

      –¡Huy, qué miedo! –replicó Francesca siguiéndole el juego.

      Sin embargo, Chris no la escuchaba: Tiffany acababa de salir de la casa, y Sam, que se había tomado una copa de oporto con Calum, se acercó a ella y, agachándose, le dijo algo al oído.

      El sonido de la bofetada que le propinó Tiffany se oyó por todo el jardín, y provocó que los invitados se volvieran atónitos hacia ellos.

      –¿Cómo te atreves? –gritó la joven.

      Tras el primer momento de asombro, Chris se dirigió hacia ellos a toda prisa, lo mismo que Calum desde el otro extremo del jardín. Tiffany le dio la espalda a Sam y echó a correr no hacia Chris, sino hacia Calum, reacción que a Francesca le pareció cuando menos curiosa.

      –Mi primo le acompañará hasta la puerta –dijo Calum a Sam fríamente, colocándose entre Tiffany y él.

      Sam empezó a protestar, pero Chris le asió por el brazo, obligándole a retirarse. Por un momento, pareció que se iba a resistir, pero, tras mirar largamente a Tiffany, cedió por fin. Francesca vio alejarse a su primo y a él hacia el portón, preguntándose qué sería lo que habría hecho para merecer que lo abofetearan en público de forma tan humillante. Aunque apenas lo conocía, no le parecía un hombre grosero. Quizá la culpa la tuviera el vino, se dijo… pero entonces recordó la mirada que le había dirigido Tiffany cuando Sam había intentado defenderse: casi se podía haber tomado por un gesto de súplica, en absoluto parecía ofendida, mucho menos ultrajada.

      Más intrigada que nunca, Francesca se acercó a la extraña joven.

      –Quizá sea mejor que entres un momento en la casa –le propuso. Tiffany le dijo que quería asegurarse primero de que Sam se iba. Mientras esperaban, Francesca le hizo notar que tenía toda la falda manchada de vino. Seguramente había salpicado cuando a Sam se le cayó la copa.

      –¡Oh, no! –exclamó Tiffany, sinceramente horrorizada al ver el estropicio.

      –Vamos dentro; si lo limpiamos enseguida, seguro que no se nota nada.

      Francesca la condujo hacia el baño de una de las habitaciones de invitados, le prestó uno de sus albornoces y llamó a una de las doncellas para que se llevara la falda y la limpiara.

      –Espero que quede bien –dijo Tiffany preocupada.

      Su angustia casi resultaba exagerada: sólo se explicaba si era un persona extremadamente cuidadosa con la ropa…, o si no tenía demasiadas prendas de calidad en su guardarropa. A Francesca le hubiera gustado investigar más aquel punto, pero tuvo que bajar al jardín a toda prisa para despedir a los invitados junto a Calum. Cuando el último grupo se hubo marchado, Chris se acercó a ellos.

      –¿Ya se ha marchado ese Gallagher? –preguntó Calum disgustado–. ¿Cómo demonios ha podido colarse en la fiesta? –continuó después de que su primo asintiera–. Nunca lo había visto antes, y estoy prácticamente seguro de que СКАЧАТЬ