Julio
El día de la llegada del príncipe Peter y su séquito a Raven’s Abbey amaneció radiante como pocos.
Lord Leonard Ravenstook, que creía en los buenos auspicios y en los hados, sonrió a la soleada mañana y asintió a Ursula cuando esta le presentó el menú de la semana, la distribución de habitaciones y demás alojamientos para el príncipe y sus hombres. Estaba convencido de que nada podía salir mal si la visita comenzaba con un tiempo semejante. Era un optimista impenitente y apenas nada en su vida había podido abatir sus creencias, a pesar de la temprana muerte de su esposa Mary, fallecida al dar a luz a su única hija, Iris. Claro que aquel día había amanecido lluvioso y había anunciado tormenta desde el principio, lo cual solo había confirmado sus creencias.
El sonido de carruajes y trote de caballos le sacó de su ensimismamiento.
Muy pronto, las voces de dos docenas de hombres y los sonidos de sus respectivos arreos llenaron el patio.
Lord Ravenstook salió al encuentro del joven príncipe como quien recibe a un amigo querido, abriendo sus brazos, con una sonrisa franca y palabras de cariño.
—Querido amigo, querido Peter. Mi casa es vuestra.
Su Alteza Real el príncipe Peter de Rultinia, acostumbrado quizás a más ceremonia, pareció desconcertado al principio, aunque luego agradeció el gesto y lo igualó con alegría.
—El placer es mío, lord Ravenstook.
Observó el anciano que el joven había madurado en los dos años largos que hacía que no lo veía. Era obvio que las penurias de la guerra no le habían maltratado, aunque tampoco parecía que hubiera pasado esos años paseando su sable y su colorido uniforme de húsar por los campos de batalla del continente. Si lo miraba con atención, podía verle un estado de alerta que no había conocido en él con anterioridad. En apenas unos instantes había inspeccionado todo lo que le rodeaba, como buscando peligros ocultos.
Como siempre, lo sorprendieron sus delicadas facciones, hermosas y angélicas, sus apretados rizos rubios y sus enormes ojos azules, la pronta sonrisa. Un hombre simpático y de carácter alegre, aunque quizás algo falto de fuerza. Deseó que fuera de aquel tipo de hombres a los que se la otorgaban los años. Lo esperaba sinceramente, porque creía que era un joven prometedor y sería un buen rey.
Sus ojos se desviaron sin querer hacia su hermano bastardo, Joseph. Menos delicado, aunque también atractivo, Joseph poseía la fuerza de la que su hermano carecía, aunque lo envolvía un halo oscuro, lo que hacía que los hombres no confiaran en él, algo que Peter conseguía con los ojos cerrados. Aunque lo cierto era que no todo el mundo parecía consciente de esa aura peligrosa, pues se decía que atraía a las mujeres, y muchos hombres se veían influenciados por su poder y fuerza de carácter.
Al sentir su mirada sobre él, Joseph lo saludó con un gesto de la cabeza.
—Espero que hayáis tenido un buen viaje, caballero —le dijo, obligado por su mirada.
Joseph sonrió, haciendo que sus facciones adquirieran un aire simpático que no poseían cuando estaba serio, y logrando a la vez que su parecido con su hermano fuera mayor.
—Maravilloso, lord Ravenstook, gracias —respondió, con una ligera reverencia.
—Sed bienvenido.
Si notó la tensión en su tono, Joseph no lo dejó entrever y repitió su gesto con una sonrisa más radiante, si cabe.
Lord Leonard Ravenstook hizo una reverencia a su vez, sin poder evitar un leve desagrado, y se volvió hacia Peter, que miraba hacia su izquierda, donde había un grupo de edificios, evidentemente de nueva construcción.
—Pero, lord Ravenstook, he visto que habéis hecho construir unas caballerizas para mis caballos. Todo el mundo se evita molestias y gastos, y vos los buscáis. Por favor, pasadme la cuenta. No puedo consentir algo semejante.
El anciano hizo un gesto de modestia con la cabeza, como avergonzado de que el príncipe hubiera notado el cambio que había realizado en sus instalaciones.
—Vos jamás seréis molestia en mi casa, Peter. Vuestra visita es un honor, y el día de vuestra partida se irá la alegría y nos dejaréis tristes y aburridos. Os aseguro que la construcción no fue debida a vuestra visita. Mis propios caballos agradecen el cambio. Son tan cómodas que pensé alojaros allí, pero ¡qué dirían los vecinos!
Peter, otra vez desconcertado por sus palabras, vaciló unos segundos, como si buscara posibles rastros de adulación o falsedad en el rostro del anciano, pero este se mostraba feliz y sencillo, tan sincero, que Peter no pudo menos que estrecharle la mano, incapaz de pronunciar una palabra.
En ese momento, apareció Ursula acompañada de Iris y Cassandra, que hacía todo lo posible por permanecer en segundo plano, observando al grupo de caballeros o, más bien, un punto indeterminado por encima de sus cabezas.
—Vuestra hija es más hermosa cada día. Era casi una niña cuando partimos, pero ya es toda una mujer.
Iris se sonrojó de un modo encantador ante el cumplido del príncipe, pronunciado en un tono tan solemne para halagar a su padre que rozó el ridículo. A decir verdad, estaba casi igual a la última vez que se habían visto, casi dos años atrás, pero sería de mal gusto corregir a Su Alteza. De hecho, la última vez que se habían visto, en Londres, ella ya tenía veinte años, de modo que no era ninguna niña.
—Os habéis convertido en una joven muy hermosa, señora, debéis creerme. Vuestro padre debe sentirse muy orgulloso de haber criado a una muchacha tan bella. Si yo fuera él, os tendría encerrada en un torreón para que ningún otro hombre se acercara a mil millas de distancia.
Iris bajó la mirada ante el desafortunado comentario. Tenía las mejillas tan calientes que sentía la imperiosa necesidad de abanicarse, pero si lo hacía llamaría todavía más la atención. Miró a su prima en busca de ayuda, pero ella no le hacía ningún caso. Parecía estar demasiado ocupada en simular que no estaba allí.
—Seguro que ella se encargaría de tejer una escala con sus trenzas para dejar subir a los galanes a escondidas.
El comentario, apenas susurrado con una voz grave y con un acento evidentemente escocés, resonó en el patio, atrayendo las miradas de todos.
El que había hablado era aquel al que había defendido con viveza hacía poco tiempo. Ahora comprendía que su prima tenía razón al criticar a sir Benedikt. Era un grosero. Además, el hombre con quien hablaba no era otro que Charles Aubrey, que no podía evitar una sonrisa divertida ante las chanzas de su amigo.
Iris se sonrojó todavía más, si aquello era posible. El príncipe se dio cuenta de que su comentario no había sido del todo acertado y lord Leonard Ravenstook se carcajeó, encontrándolo de lo más gracioso, haciendo que su mortificación fuera completa.
—¿Acaso no conocéis el sentido de la palabra educación?
Benedikt se quitó el chacó y se atusó el cabello cobrizo. Se lo colocó bajo el brazo y contempló a la joven morena que pasaba a su lado sin mirarle y que fue a detenerse a apenas dos metros de distancia. ¿Había descendido los escalones desde el porche de la casa y había caminado hasta allí solo para decirle eso? ¿Por un comentario sin importancia que solo debían escuchar los oídos de Charles?
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