Bajo la piel. Susana Rodríguez Lezaun
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Название: Bajo la piel

Автор: Susana Rodríguez Lezaun

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HarperCollins

isbn: 9788491395713

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СКАЧАТЬ los negocios internacionales, el derecho mercantil o la gestión de los recursos humanos. Distinguió una fotografía de los anteriores reyes y otra de él mismo y Felipe VI sonriendo a la cámara. En la pared de enfrente, una librería de madera acogía volúmenes cuyo título no llegaba a distinguir, aunque había lomos mucho más gastados que otros. En uno de los estantes, enmarcada en un recargado cuadro plateado, una reproducción de La Inmaculada Concepción de Murillo ocupaba el único espacio libre que quedaba.

      —¿Y bien? —intervino Marcela cuando los segundos empezaron a convertirse en minutos y el gerente seguía sin dar muestras de empezar a hablar. Casi parecía que se había olvidado de ellos. Empezaba a sentirse como parte del servicio, y eso no le gustaba en absoluto.

      —Disculpe —respondió Lozano muy tranquilo, con la mirada todavía fija en el ordenador—. No quiero saltarme ninguna de las operaciones. No… No veo ningún Clio reservado desde la central, ni desde ninguna de nuestras filiales. Tenemos sucursales en toda España, además de en varios países de Europa y América Latina. Nuestros representantes tienen sus propios coches de empresa, y ninguno es un Renault, y para nuestros invitados alquilamos vehículos de gama superior. Ningún Clio, lo siento.

      Su sonrisa, mucho más abierta de nuevo, mostraba a las claras su alivio por no verse implicado en lo que fuera que estaba ocurriendo. La policía nunca era una visita bienvenida en las instalaciones de ninguna empresa. Por suerte, ese día no había ninguna reunión importante programada, por lo que este incidente no pasaría de ser una anécdota desagradable que se guardaría bien de comentar con nadie.

      —¿Cuántos de sus empleados tienen tarjetas de crédito a nombre de la empresa? —preguntó Marcela a bocajarro. Le encantó ver cómo el gesto ufano del gerente se esfumaba en el acto.

      —Todos nuestros altos ejecutivos tienen una Visa con crédito limitado para gastos de representación, por supuesto —respondió a regañadientes.

      —¿Alguno de ellos ha podido alquilar un coche?

      —Claro, pero no veo el motivo. Todos disponen de vehículo de empresa, como ya les he dicho. Nuestra flota total supera el centenar de automóviles.

      —Pero podría hacerlo —insistió Marcela, con la mirada clavada en los ojos oscuros de aquel hombre. Se acabó la farsa.

      —Sí, podría hacerlo.

      —Repase por favor la actividad de las tarjetas de sus ejecutivos. Sólo nos interesan las transacciones con empresas de alquiler de coches.

      Eran conscientes de que en ese momento Javier Lozano podía negarse a colaborar con ellos y pedir la orden judicial que habían mencionado antes. Entonces no tendrían más remedio que guardarse sus bravatas y salir de allí con el rabo entre las piernas. Pero no lo hizo. Una de las curiosidades que Marcela había comprobado respecto a las mujeres con poder era que quienes se enfrentaban a ellas solían dudar de su propio estatus, convencidos, quizá, de que si ellas habían logrado llegar hasta allí por delante de sus compañeros, debían ser realmente buenas. O duras. O perversas. En cualquier caso, temibles. A ella le daba igual lo que pensaran mientras obtuviera resultados.

      El gerente escondió la cabeza detrás del enorme monitor blanco y empezó a teclear de nuevo. Un par de minutos después se detuvo. Seguramente no era consciente de que estaba leyendo con la boca abierta y las manos suspendidas sobre el teclado. Lo que fuera que había encontrado le había sorprendido sobremanera.

      Poco después se giró de nuevo hacia ellos. Su actitud había cambiado. Muy serio, estiró el brazo y señaló las dos sillas colocadas junto al escritorio, frente a él.

      —Por favor, siéntense y disculpen mi mala educación. Estamos cerrando el trimestre y son días de mucho ajetreo. No sé dónde tengo la cabeza…

      La sonrisa que asomó a sus labios no consiguió ser una disculpa ni una reconciliación. Apenas sirvió para mostrarles una vez más su perfecta dentadura, pero el resto de su rostro, incluidos sus labios, era una máscara sin expresión.

      Se sentaron y esperaron en silencio. La pelota estaba en el tejado de Lozano, que suspiró despacio y se inclinó hacia delante en la silla, hasta que su corbata rozó el borde de la mesa. Alargó la mano para coger uno de los bolígrafos plateados alineados junto al ordenador y empezó a juguetear con él.

      —Como les he dicho —empezó—, todos nuestros ejecutivos…

      —Tienen una Visa de empresa. —Marcela acabó la frase por él. Su paciencia tenía un límite y las vueltas del bolígrafo entre sus dedos la estaban desquiciando—. ¿Quién alquiló un coche?

      —Antes de nada, creo que deberían contarme de qué va todo esto. No puedo facilitarles información que puede ser perjudicial para la empresa. Si ha sucedido algo…

      Ahora fue Marcela la que suspiró. La puerta empezaba a cerrarse. Miguel aprovechó para volver a colocarse al frente de la conversación. Un poco de mano izquierda, un poco de mano derecha… Ese era el juego.

      —Tenemos motivos para creer que un Renault Clio alquilado por alguien relacionado con AS Corporación se ha visto implicado en un accidente. Necesitamos localizar al conductor cuanto antes.

      —¿Tienen pruebas de que efectivamente el coche fue requerido por alguien de esta empresa?

      —Por supuesto —afirmó Miguel—. Nos lo confirmó la propia agencia de alquiler. No tenemos ninguna duda al respecto, pero al tratarse de una tarjeta corporativa, no consta el nombre del arrendatario. Por eso estamos aquí.

      —Entiendo…

      De nuevo el silencio y un rápido vistazo a la pantalla, como si quisiera comprobar una vez más los resultados de la búsqueda, o como si dudara de la conveniencia de compartir ese dato.

      —Es imprescindible para la investigación conocer la identidad del conductor, señor Lozano. No tenemos ningún motivo para pensar que la empresa esté implicada de ningún modo en lo que a todas luces parece un accidente.

      Miguel era consciente de que sólo había dicho una verdad a medias, y seguramente muy cogida con pinzas, pero veía al gerente dudar y no quería salir de allí sin una respuesta.

      —¿Y bien? —insistió Marcela.

      —Bien, verán… He encontrado un cargo a una empresa de alquiler de vehículos pagada con la tarjeta de doña Victoria García de Eunate. Es una de nuestras altas ejecutivas. Lleva cinco años con nosotros.

      Miguel anotó a toda velocidad los datos y lanzó su siguiente petición. Por el rabillo del ojo podía ver el brillo en la mirada de Marcela. Era como un depredador que acababa de distinguir un rastro de sangre. No cejaría hasta cobrarse la pieza.

      —Nos gustaría hablar con ella, por favor.

      Sin responder, Lozano levantó el auricular y pidió que le pasaran con la oficina de la señora García de Eunate.

      —Entiendo… —dijo unos momentos después—. Y eso, ¿desde cuándo? —Silencio—. Bien, avíseme si aparece, gracias.

      Colgó, se alisó la corbata y entrelazó las manos sobre la mesa. ¿Había sonreído? En cualquier caso, Marcela estaba segura de que ese hombre se sentía aliviado por algún motivo. Pronto supo por qué.

      —Me temo que la señora García de Eunate no ha venido hoy a la oficina, СКАЧАТЬ