Название: Si el tiempo no existiera
Автор: Rebeka Lo
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413750095
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Reímos. Beo era generalmente un perro tranquilo y protector, pero bastante aficionado a enterrar tesoros, y el patio empezaba a parecer invadido por una cuadrilla de topos. Silbé y apareció de inmediato meneando su espesa cola. Salimos en dirección a la playa. Necesitaba correr. Como no teníamos pelota yo había improvisado una con trapos. Se la lancé varias veces, era incansable, podríamos haber estado así durante horas, pero una gaviota intentó adueñarse del juguete y Beo se lanzó frenético a perseguirla. Noté que alguien nos observaba a lo lejos. Empequeñecí los ojos para tratar de distinguir de quién se trataba. Solo alcancé a ver la impresionante silueta de Samuel Waters alejándose a toda prisa hacia el puerto.
Capítulo 11
PREPARANDO UNA INCURSIÓN
—Llegáis tarde, señor Waters.
El capitán Paye estaba enfrascado en revisar un montón de papeles y cartas de navegación.
—Lo siento, capitán. Me ha demorado un asunto pendiente.
Paye siguió revolviendo entre el montón de papeles y simplemente preguntó:
—¿Asunto solucionado?
—Desde luego, señor. —Esbozó una media sonrisa y adoptó una posición de reposo castrense con las manos a la espalda y las piernas ligeramente separadas.
Arripay siguió sin mirarle.
—¿Y, por casualidad, ese asunto tenía… faldas?
Sam carraspeó.
—Ejem… es posible, señor.
El corsario soltó una tremenda risotada y palmeó la espalda de su primer oficial con tanta fuerza que este se dobló hacia delante. Arripay era un portento físico.
—Así me gusta, muchacho —le dijo, aunque la diferencia de edad entre ambos no era mayor de unos cinco años—. Deja el pabellón bien alto. ¿Quién era ella? Te vi con la sobrina del capitán Villa durante la recepción. Muy frágil para mi gusto, pero así no tendremos que pelearnos por una mujer.
Waters carraspeó.
—Preferiría no desvelar la identidad de la dama, por caballerosidad. Pero no, no se trata de mademoiselle Villa.
—Está bien, pero ya sabes que las hazañas contadas saben el doble mejor —se rio de su propia ocurrencia. Le gustaba conocer los detalles de la vida de su tripulación. De acuerdo con el código pirata, el capitán era elegido democráticamente, cada hombre tenía un voto. En esas circunstancias conocer los entresijos de la vida de cada tripulante podía resultar más que beneficioso para quien pretendiera mantenerse en el puesto. Y Arripay no pensaba soltarlo. Se atusó la cuidada barba—. He estado pensando en un negocio que podría salirnos muy bien. Los castellanos mantienen una discreta vigilancia, pero no sería tan complicado alcanzar el puerto de Fisterra. Hasta mis oídos ha llegado que la iglesia de Santa María das Areas guarda un tesoro muy apetecible.
Los ojos le brillaron ante la perspectiva de apoderarse de él.
—Es peligroso, señor. Si nos interceptan nos veríamos en problemas.
—¿Y cuándo no hemos estado metidos en problemas? ¡Somos piratas!
—Esta vez sería distinto, defendemos la postura de un traidor al rey de Castilla. Puede que nuestro propio monarca no quiera mediar si somos detenidos. No creo que merezca la pena correr el riesgo.
—Estamos hablando de un crucifijo muy valioso. Sería un gran golpe, el crucifijo es venerado en todo el país. Y su valor es cuantioso. Podríamos venderlo por una fortuna. O fundirlo.
—Razón de más para ser prudentes, capitán. Levantaría las iras del poder eclesiástico también. Presionarían al rey. Esperemos a que el conflicto del conde Enríquez se resuelva y luego decidiremos lo que hacer.
—¡Pero lo tengo todo pensado! —Desplegó un gran mapa sobre la mesa y señaló con el dedo la serpenteante silueta de una vía fluvial—. ¡Mira! El río Ulla es navegable. Podemos usar uno de los barcos pequeños en lugar del Mary. Nos adentraríamos a través del canal y seguiríamos por tierra. De ese modo les pillaríamos completamente desprevenidos.
Samuel le miró y señaló otro punto en el mapa.
—Os olvidáis de esto…
Arripay dirigió su mirada hacia el punto que su primer oficial había marcado. La antigua fortaleza de Castellum Honesti en Catoira. Construida, originalmente, para cerrar el paso a las incursiones vikingas y sarracenas hacia Santiago de Compostela contaba con un par de torres que formaban parte de una red con la que comunicar amenazas a otras poblaciones. No sería complicado que hicieran llegar la noticia de la presencia de piratas hasta la Torre de San Sadurniño y de ahí a las inmediaciones del cabo de Fisterra. Demasiado expuesto, demasiados escollos.
El capitán Paye se paró a pensarlo, su instinto pirata le impelía a salir al mar. Además, parte de su acuerdo con el conde incluía que el puerto les sirviera de base para incursiones en la costa, pero el ataque a Fisterra levantaría más ampollas que los simples saqueos a poblaciones costeras. El riesgo le atraía, estimulaba su sangre. Por eso había nombrado a Waters primer oficial, necesitaba a alguien de confianza y con una perspectiva más práctica y menos pasional que la suya para refrenar sus instintos. Empezaba a sentirse como un tigre enjaulado, pero sabía que su oficial tenía razón. Hay que conocer hasta dónde se puede llegar si uno quiere conservarse con vida y para la media de la profesión Arripay era muy longevo. Por fin, movió su pesada cabeza y suspiró.
—Está bien, señor Waters, me parece conveniente. Esperemos. No creo que esto dure mucho —dijo respirando profundamente-—. Y ahora comamos, esta inactividad me está dando un hambre de mil demonios.
Le invitó a sentarse y a compartir una botella de brandy francés. A pesar de su aspecto rudo, Harry Paye era un sibarita y gustaba de incluir en su mesa exquisiteces culinarias. Comieron despacio, deleitándose en los sabores y las texturas. El cocinero del barco era un francés hosco y protestón, pero con muy buena mano para las artes culinarias. Paye lo había alistado por la fuerza en una de sus campañas por las costas bretonas. El otro, sin familia y sin fortuna, había acabado por sentirse cómodo en el Mary. En ocasiones, el capitán le amenazaba con devolverle al mismo estercolero francés en el que le había encontrado y era entonces cuando Alain desplegaba toda su magia entre los fogones para convertir cualquier cosa en un manjar. Hoy debía de sentirse especialmente inspirado porque pese a que hacía rato que se sentía saciado Samuel no podía dejar de comer.
—Prueba el dulce de membrillo con queso —le animó Arripay—. Este queso asturiano huele a pies, pero su sabor te hace llegar al cielo más rápido que la teta de una novicia.
Era cremoso y verde y con tanta fuerza que picaba, pero adictivo. Cuando terminaron, el capitán se tumbó en la cama de su camarote. Aquel pantagruélico festín iba a necesitar horas de digestión. Sam salió y le dejó echarse una siesta, una costumbre española que habían abrazado con entusiasmo. СКАЧАТЬ