Название: Si el tiempo no existiera
Автор: Rebeka Lo
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413750095
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Marchábamos a un ritmo lento, habíamos salido temprano y por lo que me habían dicho tardaríamos menos de medio día en alcanzar nuestro destino. De eso modo dispondrían de toda la tarde para depurar los detalles.
Iba rezagada, demasiado ocupada en mantenerme medianamente erguida sobre mi montura. Constanza retrasó a su caballo hasta quedar a mi altura. No le dio importancia a mi vacilante postura de amazona. Aproveché para preguntarle por el motivo de nuestra presencia allí. El día anterior no habíamos tenido tiempo de analizarlo.
—Creo que la condesa desea añadir un punto exótico a su séquito de damas de compañía. Como para restregarle a la reina Catalina que no es la única en contar con una corte cosmopolita. Después de todo, si las aspiraciones del conde llegaran a buen fin, Isabel sería reina y, siendo bastarda, como es, necesita adornar su condición. Una dama exótica siempre fortalece el poder de una corte.
—¿Exótica yo? Me parece que se equivoca.
—Ya corren rumores sobre ti, bien salpimentados por el imaginario popular —dijo bajando la voz en tono de confidencia.
Enarqué las cejas en signo de interrogación y ella continuó poniéndome al día.
—Tu llegada ha sido inesperada y misteriosa, nadie en el puerto recuerda haberte visto bajar de un barco y la entrada por tierra es difícil. Convendrás conmigo en que hasta aquí están en lo cierto.
Me mordí el labio inferior, más temprano que tarde tendría que sentarme con ella y Bernal y darles una explicación acerca de cómo había hecho ¡zas! y aparecido allí.
—Hay quienes aventuran que eres una especie de loba blanca. Lo dicen porque tu piel es muy blanca y Beo te sigue adonde quiera que vas y ya sabes cuánto se parece a un lobo. Recuerda que yo misma llegué a esa conclusión —continuó hablando—. Piensan que el capitán te encontró vagando por los alrededores de Luarca, como si fueras una descendiente de la manada de lobos de la leyenda, y te acogió. Supongo que ya habrás notado algunas miradas de respeto mezcladas con un poco de miedo.
Yo no me había fijado, pero ahora que lo mencionaba…
—¿Qué cuenta esa leyenda? —pregunté.
Constanza se dispuso a ilustrarme con diligencia.
—La leyenda cuenta que una tarde llegó al puerto un extraño y enorme barco. Atracó y de él bajó un personaje con turbante que reclamaba la presencia de un sacerdote. Este se reunió con el infiel y tras deliberar desembarcaron con veneración una gran arca y se la entregaron para luego volver a la mar. Los habitantes de la villa pronto escucharon aullidos de lobos acercándose a Luarca. El jefe de la manada era el lobo más grande que se había visto nunca en la zona. Los lobos rodearon el arca y el más grande se postró ante ella para venerarla. El nombre de la villa es una derivación de «lobo del arca» o «llobu del arca» en bable.
—Qué curiosa historia…
Pero la italiana no tenía tiempo que perder, había más cotilleos jugosos que estaba deseando compartir.
—Otros proponen una explicación más terrenal. Afirman que no eres sobrina, sino hija de Bernal.
—No me lo puedo creer… —murmuré estupefacta.
—Espera que sigue, ayer mismo descubrí a las doncellas cuchicheando en la cocina y me enteré de la historia completa. Dicen que eres fruto de un amor de juventud desdichado.
No podría ser de otro modo para mantener el interés de la audiencia, pensé.
—Tras la muerte de tu madre —continuó Constanza—, el capitán decidió hacerse cargo de ti para buscarte marido y asegurar tu bienestar futuro.
—Claro… un marido… justo lo que me hace falta ahora —dije para mí misma.
Si en lugar de en la edad media estuviéramos en mi propia época me hubiera hecho de oro montando un negocio de wedding planner a juzgar por la afición de esta gente a pasar por el altar.
—No te extrañe que le adjudiquen una paternidad a Bernal, tiene fama de conquistador… para mi fastidio —se rio.
Constanza pertenecía a ese tipo de mujeres tan seguras de sí mismas que hablar acerca de lo irresistible que era su pareja no la afectaba lo más mínimo. Por otro lado, la fama me parecía totalmente justificada, mi protector emanaba un poderoso atractivo animal. No sabía si había estado casado, pero me resultaba difícil de creer que nadie hubiera logrado echarle el lazo. Yo misma me había descubierto en un par de ocasiones sintiéndome turbada en su presencia aun cuando él me trataba con una ternura casi familiar.
—¿Y todo esto lo han ideado en un día y medio?
—En unas horas, y les ha sobrado tiempo —aseveró.
—De modo que o soy medio humana, medio loba o una hija perdida. —No salía de mi asombro.
—Te has convertido en una atracción en una corte aburrida y ávida de entretenimiento y la condesa quiere tener la exclusiva.
No estaba muy contenta con mi nuevo papel de atracción, pero tendría que aguantarme.
—¿Y qué dice mi tío de todo esto? —quise saber.
—Prefiere ni confirmar ni desmentir y que cada cual crea lo que quiera mientras te dejen tranquila. —Cambió de tema—: Te he visto hojeando mis libros. ¿Dónde aprendiste a leer?
—En la escu… —me interrumpí, ¿había escuelas en este siglo?—. Tuve un tutor.
—¿Has recordado algo?
—Solo cosas sueltas, inconexas de momento.
Justo a tiempo para eludir el interrogatorio la comitiva se detuvo, habíamos llegado a nuestro destino. Nos acomodamos en la medida de lo posible mientras el conde y sus caballeros estaban reunidos con el rey a fin de concretar los términos del pacto. Dispuso que se firmaría cuando sus escribientes hubieran terminado de redactar el documento: en la mañana del día 3 de noviembre de 1394. Nombraron árbitro de la contienda al rey de Francia, Carlos VI. Durante la tregua, Enrique III enviaría embajadores a la corte francesa a fin de exponer sus quejas sobre su levantisco tío. Asimismo, don Alfonso presentaría personalmente sus alegaciones al respecto. El rey Enrique había puesto cuidado al escoger al mediador, esperaba que sus buenas relaciones con Francia garantizaran que la balanza se inclinara a su favor. Se acordó un plazo de seis meses durante los cuales el rey tendría a su disposición todas las posesiones del conde en Asturias a excepción de la villa de Gixón con una condición: no podía abastecerla de víveres, armas ni hombres ni alejarse de ella más de tres leguas. La entrega de su hijo Enrique garantizaría el cumplimiento del acuerdo. Pero o poco conocía el rey a su tío o pecaba de ingenuo porque el conde no pensaba hacer otra cosa distinta a seguir sus propios planes. Con hijo rehén o sin él.
La tarde iba a ser larga y necesitaba estirar las piernas. Salí de la tienda discretamente, no me fue difícil, los nervios se palpaban en el ambiente y cada cual los calmaba como podía. Quería estar sola y pasear un rato. Eran muchos СКАЧАТЬ