Si el tiempo no existiera. Rebeka Lo
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Название: Si el tiempo no existiera

Автор: Rebeka Lo

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413750095

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СКАЧАТЬ De cualquier modo, el retraso suponía una noche más de los castellanos en el palacio del conde. El rey Enrique tenía prisa por volver a su corte antes de que las nieves cubrieran las montañas asturianas, pero también quería asegurarse de que su díscolo tío respetara las condiciones de la tregua, así que exigió que le entregara como rehén a uno de sus hijos, también llamado Enrique. Los emisarios tenían órdenes de escoltar a la comitiva del conde hasta el campamento real para así mantenerlos vigilados en todo momento.

      Aquí y allá se formaban corrillos comentando la inminente tregua que les daría un respiro y les permitiría volver a una vida medianamente normal.

      La mañana era fresca y me arrebujé en la capa que me había prestado Constanza. Ella y el capitán se habían detenido a saludar al párroco que parecía reprenderles por algo, estaba contrariado. Se tomaba su oficio muy a pecho. «No llegará a viejo», pensé, pero algo en sus ojos me dijo que debía mantenerme alejada de él. Los fanáticos siempre son peligrosos y aquel hombre seco y enjuto tenía aspecto de serlo… Y mucho.

      Mi intención era subir al Cerro de Santa Catalina mientras estaban ocupados, se hallaba bastante cerca de la iglesia. Me ponía nerviosa la perspectiva de volver al lugar donde todo aquel embrollo había empezado, pero tarde o temprano tendría que hacerlo y ver qué ocurría. Alguien abortó mis planes.

      —Creo que no hemos sido presentados.

      No me había percatado de su presencia, así que casi se me sale el corazón por la boca del susto. Era sigiloso como un gato. Quien me hablaba era el mismísimo Pero Niño. Me intranquilizó su cercanía. Alto y delgado, aunque fibroso, vestía una chaquetilla de impecable factura y el escudo morado del rey de Castilla sobre el pecho.

      —Soy Pero Niño, caballero de Castilla y vuestro devoto admirador, señora. —Se inclinó con galanura y a pesar de ello yo hubiera deseado salir corriendo, pero permanecí inmóvil.

      —Me llamo Blanca Villa, señor, soy la sobrina del capitán Bernal Villa, con quien compartisteis mesa anoche —contesté intentando aparentar una calma que en absoluto sentía.

      Pareció complacido.

      —Ah, sí, el capitán. Un hombre muy agudo.

      —Sí y precisamente está esperándome —dije en un intento de escapar.

      —¿Tenéis que iros? —Se acercó un poco más, demasiado para mi gusto—. Pensaba que podríais concederme un rato más en vuestra compañía.

      Compuse mi mejor gesto de recato.

      —No sé si las damas castellanas se pasean con caballeros a solas, pero aquí en Asturias gustamos de que las cosas discurran con más lentitud.

      Me tomó por el brazo y lo presionó, era fuerte, estaba acostumbrado a portar pesadas espadas, así que mi brazo le parecería una ramita en comparación.

      —Castellana o asturiana, es indiferente. Algunas mujeres dejan claro cuándo desean ser cortejadas. —Hizo una pausa—. A otras, en cambio, es necesario convencerlas de las ventajas.

      —Soltadme —dije entre dientes.

      Pero no lo hizo, era evidente que se lo estaba pasando bien.

      —¿O qué? —me retó.

      —O gritaré y recordad que estáis en terreno enemigo, señor.

      —No tengo por costumbre forzar a una dama, señora. En realidad, no lo necesito. Llegará el día en que vos misma suplicaréis mi cercanía… y no tardaréis mucho. —Sonó a amenaza, y de las que se cumplen.

      Era presuntuoso, aunque sobre sus espaldas reposaran responsabilidades de adulto, en el fondo seguía teniendo la vehemencia y el descaro de un joven de su edad. Eso solo se cura con los años. De cualquier modo, no quería tentar a mi suerte. Pero parecía imprevisible y estaba convencida de que la espera provocada por el sitio le había hecho acumular tanta energía que por algún lado iba a explotar como una tetera hirviendo, mejor no estar cerca cuando eso ocurriera, así que me alejé lo más rápidamente que pude en dirección a la iglesia.

      Capítulo 7

      NO TAN NIÑO

      Lunes 2 de noviembre de 1394, un día antes de la firma de la tregua

      La delegación encabezada por el conde Alfonso Enríquez, señor de Cabrera y Ribera, de Ribadesella, Villaviciosa, Nava y Laviana, de Cudillero, Luarca y Pravia, de las dos Babias, y su hijo era nutrida y pese a no ser costumbre habitual había algunas damas en ella. Constanza y yo fuimos requeridas para viajar con el séquito de la condesa. Como cualquier madre, Isabel quería apurar hasta el último minuto con su hijo y asegurarse de que sería tratado de acuerdo a su rango. Después de todo era el nieto de un rey.

      Antes de abandonar el palacio del conde este dio instrucciones a sus leales para asegurar la villa evitando así alguna artimaña por parte del ejército del rey Enrique. Nunca se era lo suficientemente previsor. Entre sus hombres pude ver a Harry Paye y a Sam. Aunque Bernal consideraba poco menos que deshonroso contar con mercenarios, lo cierto es que había escuchado que algunos eran considerados como soldados respetables e incluso se especializaban en algún tipo de combate concreto. Algo me decía que no era el caso de Paye y sus hombres.

      Waters pareció tan sorprendido de encontrarme allí como yo de encontrarle a él. En cuanto pudo se apartó del grupo y se me acercó.

      —¿Qué hacéis aquí? —me dijo en un susurro.

      —La condesa ha pedido que formemos parte de su séquito.

      —No vayáis, puede ser peligroso.

      —Como si estuviera en mi mano decidir…

      —En ese caso, iré con vos.

      —¿Has perdido la cabeza o estás aún borracho?

      Se apartó, parecía ofendido. No podía entender ese súbito interés por mi destino. Nos habíamos visto un par de veces e intercambiado unas pocas palabras. Prácticamente éramos unos desconocidos, aunque en el fondo me sentía halagada. Iba a marcharse, pero me aclaré la garganta y le detuve.

      —Gracias.

      —¿Por qué?

      —Por el libro y… por tu preocupación.

      Me traspasó con una mirada muy distinta a las anteriores, una mirada verdadera. Levantó la mano como para decirme que estaba bien y se alejó en dirección a Arripay sin decir nada más. Sentí frío al subirme al caballo. El tipo de frío que no depende de la temperatura exterior, sino de la zozobra interior.

      Nos separaban escasos kilómetros del campamento de Enrique III, pero no iba a ser tan cómodo como realizarlos en coche. Yo no estaba acostumbrada a montar, una manera suave de decir que no tenía ni idea de cómo iba a conseguir permanecer encima de aquel animal. Y aunque mi yegua era tranquila y dulce, ese enorme cuerpo cálido entre mis piernas imponía respeto.

      Más allá de las murallas la naturaleza se había hecho dueña y señora de todo. El camino era rústico y con alguna charca formada por las recientes lluvias. Estaba delimitado por húmeda hierba y una buena cantidad de ortigas СКАЧАТЬ