Si el tiempo no existiera. Rebeka Lo
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Читать онлайн книгу Si el tiempo no existiera - Rebeka Lo страница 18

Название: Si el tiempo no existiera

Автор: Rebeka Lo

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413750095

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СКАЧАТЬ la sublevación. No es un niño, es un guerrero de los que solo nacen cada mucho tiempo. De los que alimentan leyendas y cantares por generaciones. Le recordarán cuando sus huesos sean polvo.

      De la derecha de Constanza surgió la cabeza de un caballero que había escuchado nuestra conversación. Parecía ansioso por aportar su granito de arena al historial de Pero.

      —Es muy sagaz y hábil —apuntó—. Cuentan que cuando tenía solo doce años le atinó al trote a un olmo centenario ¡hasta doce dardos! Y sin fallar un solo tiro. Desde entonces no ha hecho más que mejorar. Se ha hecho famoso por sus victorias en justas y torneos.

      Volví a mirarle, esta vez con un deje de admiración. Levantó la copa en mi dirección y sonrió. No era como la sonrisa de Samuel, la de Pero se asemejaba más a un cazador avistando a su presa.

      —Ten cuidado —me advirtió Constanza—. No nos conviene que llames tanto la atención de un castellano.

      Seguí su consejo y bajé la vista para concentrarme en el plato.

      En otra de las mesas Harry Paye y su oficial hablaban, bebían y tomaban buena nota de todo. Podían parecer despreocupados, pero nada más lejos de la realidad. Sabían de todo el poder y la tensión concentrada en aquella sala. Ahora mismo prestaban sus servicios al conde, pero eran mercenarios y su espada podía venderse a otra causa si les resultaba más conveniente. Eran hombres de negocios y se les había brindado una oportunidad de oro para conocer mejor el terreno que estaban pisando. Supuse que no la desperdiciarían.

      El largo día comenzaba a pasarme factura y estaba deseando meterme en la cama con Beo roncando suavemente a mi lado. Bernal se acercó por fin hasta nosotras.

      —Se hace tarde y mañana será un día importante. Los condes han ordenado que nos retiremos.

      Suspiré aliviada, aquellos zapatos me estaban matando. En cuanto puse el pie en mi habitación me desvestí rápidamente y me metí en la cama. Mi perro lobo subió de un salto y se acurrucó a mis pies, su respiración me fue calmando, pero el recuerdo del aliento de Sam en mi cuello seguía quemándome. Le había visto salir en compañía de una joven de larga cabellera castaña y cuerpo de junco, flexible y hermoso. No quise pensar en dónde habrían acabado, pero tenía la impresión de que esa noche habría más camas con sábanas revueltas aparte de la mía.

      Mientras trataba de conciliar el sueño me acordé de Alice. Estaba claro que necesitaba una amiga, Constanza era encantadora, pero a quien necesitaba a mi lado en esos momentos era a Alice. Para ser una australiana de pura cepa, Alice era tremendamente pequeña. No sabía cómo tanta mala leche y picardía podían caber en tan poco espacio. Tenía el pelo rubio, formando unas ondas surferas tan perfectas que parecía recién salida de un anuncio de Aussie.

      ¡Oh, sí! Hubiera sido brutal tenerla cerca para comentar las mejores jugadas del partido. Echaba de menos sus predicciones, casi siempre acertadas, cuando le echaba el ojo a un tío. Tenía su propio sistema de clasificación que iba perfeccionando con el tiempo y la experiencia.

      Estaba el Polvo de una noche, el Magreo decepcionante, el Machito necesitado de una lección, el Quiere una madre y no una novia, el Solo apto para amor platónico y la lista seguía y seguía hasta alcanzar la categoría reina: «Amor of my life». Casi una utopía porque ninguna de las dos había conocido a ningún individuo merecedor de ocupar ese puesto. Bueno, quizás sí, pero ya estaba pillado.

      ¿En qué categoría colocaría Alice a Samuel? No era una amateur. Se tomaba muy en serio el estudio del sujeto en cuestión y el análisis de alguien como el primer oficial Waters hubiera requerido más de una cena reflexionando frente a una pizza y un montón de botellines de cerveza.

      Había desarrollado su sistema tras un par de sonados fracasos amorosos que superamos llorando las dos a moco tendido en la primera fase (mi empatía con el lloro ajeno era digna de estudio) y cagándonos en todo en la fase dos. Para terminar, analizando la situación con frialdad y concluyendo que estaba mejor así. Una vez alcanzado ese territorio seguro pudo dedicarse a la elaboración de su tesis sobre los tíos.

      Me mordí los labios y cambié de postura procurando no despertar a Beo. Siempre me lanzaba una mirada de reproche cuando le hacía moverse y por no molestarle le dejaba ocupar casi toda la cama a sus anchas.

      ¿Y Bernal? Me recreé un momento recordando los músculos del capitán, el pelo ensortijado cayendo con descuido sobre sus ojos verdes y los rasgos marcadamente masculinos. Y luego estaba esa risa contagiosa y ese aspecto de ser el tipo de tío capaz de cruzar el Amazonas en plan Michael Douglas en Tras el corazón verde o hacerte una tarta de frambuesas con la misma facilidad.

      Sí, encajaba a la perfección. Era el prototipo de Top Ten, el número uno de los Cuarenta Principales. Sin duda, Alice le hubiera concedido el título de genuino «Amor of my life». Y como no podía ser de otra manera cumplía el requisito de estar pillado. Punto y partido para Constanza.

      A la mañana siguiente me desperté más tarde de lo habitual y con dolor de cabeza, el vino del banquete se estaba cobrando sus réditos. Beo trepó desde los pies de la cama y me lamió la cara. Me tapé con la almohada, pero era insistente y acabé cediendo mientras engrifaba la nariz, su aliento no olía precisamente a menta fresca. Logré zafarme, no sin esfuerzo, tenía mucha fuerza y quería jugar. Constanza irrumpió en la habitación y Beo bajó inmediatamente de la cama, sabía quién mandaba en aquella casa. Estaba ansiosa por comentar la noche anterior.

      —¡Pensaba que no te despertarías nunca! ¡Anoche causaste sensación! La villa entera quiere saber más de ti y ya tenemos algunas invitaciones para visitar casas nobles, pero no debemos precipitarnos, es mejor mantener el misterio. Ah…, y ha llegado esto para ti —dijo como si no tuviera importancia, pero se moría de ganas por conocer el contenido.

      Me entregó un paquetito envuelto en un papel vasto y atado con una simple cuerda. No pensaba irse para dejarme abrirlo en privado, así que ni lo intenté. Después de todo estaba en su casa.

      El paquete contenía un libro muy pequeño, parecía un libro de oraciones, pero este tenía unas coloristas ilustraciones. Había una página señalada, la abrí. No comprendía el texto, la caligrafía era antigua, así como el castellano empleado en la redacción, pero pude distinguir una palabra al lado de un dibujo de una piedra azul: Aquamarine. De inmediato supe quién me había enviado el libro. Constanza me miraba con curiosidad esperando que le diera alguna pista, volví a dejarlo dentro del papel despacio, acariciando la portada grabada y sintiéndome estúpidamente feliz. Mi anfitriona sonrió y me apretó la mano.

      —Solo se sonríe así por amor, Blanca. —Para qué negarlo si su veneno ya estaba navegando por mi sangre con libertad—. Vístete o llegaremos tarde al oficio y Dios sabe que el padre Julián no me lo perdonaría.

      Pese a que había recibido una educación cristiana en colegios religiosos no era practicante y mis conocimientos se limitaban al Padre Nuestro y la primera frase del Credo, así que me las arreglé como pude para seguir la misa en latín moviendo los labios como si en realidad conociera las oraciones y ahogando unos cuantos bostezos que se empecinaban en manifestarse. La misa resultó ser larga y aburrida, al parecer, más larga de lo normal. Por un lado, porque se pedía por la protección de los barcos balleneros que habían zarpado el lunes y que pasarían al menos tres meses mar adentro. Gixón era un puerto y el resultado de la expedición influía en los bolsillos de muchos de los presentes vinculados de un modo u otro al poderoso Gremio de mareantes. Por otro lado, era el día de Todos los Santos y en el sermón se honró a los difuntos.

      Cuando salimos, Bernal nos informó de que la partida se había pospuesto un día, en lugar de hacerla coincidir СКАЧАТЬ