Название: Si el tiempo no existiera
Автор: Rebeka Lo
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413750095
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Sabía lo que sus hombres contaban de él. Que miraba de frente a la muerte. Que nunca dudaba en luchar codo con codo junto a sus soldados. Que era compasivo y justo. Pero también un arma letal con una brillante mente de estratega. Le respetaba y, además, el conde Enríquez le tenía en gran estima y no conviene enemistarse con quien te paga.
Justo detrás estaba su sobrina Blanca, no tenía claro si le gustaba o no. Atesoraba un atractivo más bien discreto. No es que fuera fea. De hecho, era bastante bonita. Sí, bonita era un término más sutil que encajaba mejor con ella. No poseía una de esas bellezas deslumbrantes o tan apabullantes que cortaban el aliento como las mujeres con las que solía tratar. Su magia no residía tanto en lo que se veía como en lo que se sentía teniéndola cerca. No guardaba relación con ver, sino con sentir. Era algo difícil de explicar. Difícil de definir. Y lo más maravilloso de todo era que ella no parecía darse cuenta del efecto que producía. Muchas veces las cosas que no podemos explicar, pero que son capaces de emocionarnos, son las mejores.
Vio que tanto Bernal como Constanza se dirigían a saludar a algunos de los invitados y él no era de los que se quedan con la duda. Era el momento ideal para acercarse a ella y comprobar si la magia surtía de nuevo efecto o se había desvanecido como la bruma. Se deshizo de la dama y se dirigió hacia donde Blanca estaba intentando pasar lo más desapercibida posible.
Waters no varió su trayectoria al ver que me quedaba sola, plantada como una seta al lado de un búcaro de flores y sin parar de retorcerme las manos por los nervios.
—Una flor entre las flores. —Parecía divertido. Yo, en cambio, enrojecía por momentos. Al ver que no respondía continuó hablando—: Dos veces en un día, sin duda, soy un hombre afortunado, mademoiselle…
No recordaba mi nombre o quería hacerme ver que no había causado en él un impacto tan profundo como para recordarlo. En ese caso, ¿por qué narices no me dejaba tranquila? El vestido, que yo misma había admirado ceñirse a mis curvas, empezaba a agobiarme. Era un final de octubre cálido, de esos que se presentan de cuando en cuando en Asturias, y la manga larga me picaba. Él insistió. No voy a negar que era arrebatadoramente sexy, pero su presencia estaba empezando a fastidiarme bastante.
—¿Os ha comido la lengua el gato? —Su tono era ahora jocoso.
—En el hipotético caso de que hubiera un gato por estos lares dudo mucho que considerara siquiera el esfuerzo de trepar, forzarme a abrir la boca y comerse mi lengua habiendo tantos manjares al alcance de su mano, es decir, pata… señor. —Lo solté con una firmeza que me resultó desconocida a mí misma—. Y, por cierto, mi apellido es Villa —agregué envalentonada—. Soy la sobrina del capitán Bernal Villa, para vuestra información.
¡Ja! A ver qué contestas a eso, guapito de cara. Y entonces, hizo lo peor que podría haber hecho: se rio, y ¡Dios!… Su risa estremecía el alma.
—Muy ingeniosa. —Puso tono de confidencia—. La verdad es que vaticinaba una noche soporífera, pero ahora veo un futuro mucho más prometedor.
—Ah, ¿sí? —contesté buscando desesperada a Constanza. Puede que el rol de chulita me hubiera servido de ayuda, pero no podría mantenerlo durante mucho más tiempo. Por dentro estaba temblando como una hoja.
Me examinó con cuidado posando sus ojos en cada detalle, sin prisa, dejando que sus ojos fueran sus manos. Reparó en mi torques.
—Una aguamarina —observó—. ¿Sabéis que es un talismán contra las tempestades?
Negué con la cabeza tocando instintivamente la piedra.
—Su energía es como la de las mareas, se retira y luego emerge con fuerza. —Tenía una voz magnética y profunda—. ¿Os incomodo? —añadió con una sonrisa maliciosa dibujándose en la comisura de sus labios. Estaba segura de que sabía que estaba tensa, pero no parecía tener la más mínima intención de irse a pesar de que varias damas habían pasado a su lado fingiendo descuido y enviando mensajes que no admitían equívoco.
Desconocía por completo las normas protocolarias de la época, ¿no se suponía que habría un cortejo al pie de una torre laúd en mano que le permitiera a una tomar el control de la situación? Si es que esto podía considerarse un cortejo. Empezaba a temerme lo peor, cuando no sabía cómo salir de un aprieto siempre me ponía especialmente desagradable. Como recurso era pobre, pero bastante efectivo, y no podía seguir soportando los ojos de Samuel sobre mí. Ni un minuto más.
—¿No tienes otra cosa más interesante en la que invertir tu tiempo, Samuel? Te llamas así, ¿no? —Le estaba hablando como si tuviera un gin-tonic en la mano un sábado de madrugada y el DJ hubiera pinchado a Scorpions.
—Vos me resultáis interesante —dijo acercando su boca a mi oído hasta que su cálido aliento se me coló dentro. Seguro que era una de sus técnicas estrella y… funcionaba. Antes de que sucumbiera mi ángel de la guarda apareció y me cogió por el codo.
—Blanca, hemos de sentarnos ya. —Bernal inclinó la cabeza hacia Samuel a modo de saludo.
—Un placer…, Blanca —pronunció mi nombre como si el aire de su voz fuera capaz de alcanzar mi boca. Un estremecimiento recorrió mi piel.
Me dejé conducir por Bernal con un huracán de sensaciones golpeando mi cabeza. Sam olía a sal, a mar, durante el resto de la noche fui incapaz de oler otra cosa.
Constanza nos esperaba sentada en una de las largas mesas que estaban dispuestas paralelas entre sí. Estaban ricamente adornadas con flores y tantas velas que prácticamente parecía que habían instalado electricidad. Sobre una tarima se ubicaba la mesa que iban a compartir los condes con sus invitados más ilustres: los emisarios del rey Enrique, Lope Cortés y Bernal. Sirvieron un vino fresco y delicioso. Y como mi tío nos había adelantado, la condesa Isabel llenó las mesas con deliciosas y humeantes viandas. El comercio de la sal que los condes dominaban seguía rentando buenos beneficios y la condesa quería que los mensajeros le contaran al rey lo que habían visto, que en Gixón no solo no se pasaba hambre, sino que la ciudad sitiada estaba mejor provista que la misma mesa real.
Constanza también estaba cumpliendo a la perfección con su parte. Se encargó de difundir la historia que habían ideado para mí y que se extendió con rapidez entre los comensales aburridos como estaban de asedios, treguas y más asedios. La condesa nos observaba desde su privilegiada posición, pero no pidió que nos acercáramos. Sentí su mirada escrutándome en más de una ocasión. A la derecha del conde se sentaba un joven de aspecto noble y cuidadas maneras, lo bastante atractivo como para acaparar la atención de las damas de las mesas cercanas. Nuestras miradas se habían encontrado en un par de ocasiones y él había mantenido la vista fija en mí sin el menor pudor. Sentía curiosidad de modo que le pregunté discretamente a la italiana.
—¿Quién es el joven que se sienta al lado del conde?
Constanza estiró su largo cuello para poder ver a quién me refería.
—Es Don Pero Niño, hermano de leche del rey y hombre de su máxima confianza. La propuesta de tregua es seria, de otro modo no le hubiera enviado precisamente a él.
—¿Hombre? —me reí—. ¡Si es solo un crío!
—No te confundas, Blanca, no hace tanto que ese crío lograba abrir una brecha en la puerta del palenque. Cruzó el foso y arremetió contra la Torre de Villaviciosa herido y СКАЧАТЬ