Название: Si el tiempo no existiera
Автор: Rebeka Lo
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413750095
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—Lo siento, no pensé…
Su reacción me hizo replantearme mi perspectiva. En el fondo tenía toda la razón, yo no tenía ni idea acerca de nada de lo concerniente a lo que me rodeaba. Él sacudió la cabeza mirando al suelo.
—Perdonadme vosotras, me he puesto muy nervioso al no encontraros en casa.
—Cuéntanos qué ha pasado en palacio —preguntó Constanza con dulzura mientras apoyaba su mano en el fuerte hombro de Bernal.
—El rey Enrique ha enviado emisarios al conde. Le ofrece una tregua. El invierno se acerca, y parece que va a ser frío y lluvioso. El rey tiene miedo de quedar aislado de la meseta. Un ejército de ese tamaño es imposible de abastecer si se cierra el paso de Paxares. Además, según cuentan nuestros espías, la enfermedad ya ha hecho acto de presencia en el campamento real. No le queda más remedio que pactar.
—¿Tan grande ese es ejército que envía a sitiar una villa tan pequeña? —quise saber.
—Cuatrocientos hombres de armas y dos mil peones y ballesteros frente a los cien hombres de armas, cuatrocientos escuderos y cien ballesteros, amén de los mercenarios que el conde Enríquez ha logrado reunir.
—Y nada tienen que envidiar a las huestes reales —agregó Constanza—. Hasta ahora han impedido cualquier avance de los castellanos. Son muchos los que han muerto en nombre del rey. Nuestras fuerzas son muy hábiles con las ballestas, flechas y truenos.
—Sí, aun cuando han lanzado proyectiles al centro de la villa no nos hemos amilanado. No obstante, veo con buenos ojos una tregua —opinó Bernal—. Las murallas resisten y la moral es alta, pero el rey Enrique no es ningún tonto. Ese crío tiene cojones y no va a permitir que las pretensiones de su tío lleguen a buen puerto. No debemos olvidar que por sus venas corre sangre de Enrique II, el bastardo, que fue capaz de cortarle la garganta al legítimo rey Pedro I con tal de sentar su culo en el trono.
Me estremecí al pensar en la escena. Aquello era muy Juego de tronos, solo que no se trataba de ficción, sino de la cruda realidad. Quizás mi abuela había sido demasiado optimista pensando que yo podría integrarme en el entorno al que me llevara mi salto. La mayor cantidad de sangre que yo había visto junta había sido cuando me había cortado la yema del dedo con un cuchillo jamonero. Monté un drama griego. Supongo que a las personas que vivían en esta época les hubiera parecido un rasguño.
—¿Y ahora qué va a pasar? —Necesitaba averiguar todo lo que pudiera por impactante que me resultara.
—El conde ha dispuesto que un grupo de leales le acompañe al campamento real. Diría que simplemente quiere ganar tiempo para pensar, pero lo cierto es que la tregua desgastará menos a sus tropas y sus fondos para financiarlas. Tendré que acompañar a Lope Cortés y otros a parlamentar.
—¿Y los piratas?
Me miró extrañado por la pregunta.
—Esos malditos piratas no se irán, están demasiado cómodos teniendo a Gixón como base para sus negocios mientras saquean el resto de la costa norte. Aunque el conde nos les pagara ya habrían obtenido pingües beneficios solo con esas incursiones.
—¿Cuándo tienes que partir? —preguntó Constanza, que se había mantenido muy callada escuchando la explicación de Bernal.
—Mañana después del oficio por Todos los Santos… qué apropiado —añadió con ironía—. Pero, antes, la condesa desea ofrecer una cena a los castellanos. Supongo que para alardear de lo bien servida que está su mesa a pesar del cerco. Quiere hacer una demostración de fuerza. —Nos miró a ambas—. Y, por cierto, ha pedido que asistáis.
—¿Las dos? —pregunté alarmada.
—Te dije que la villa era pequeña y vuestra pequeña excursión de esta mañana ya habrá llegado a sus oídos. La condesa tiene muchos ojos a su servicio. Sabe que hay una noble alojada en esta casa y desea conocerla.
—¡Pero no puedo ir! ¡No estoy preparada!
—No tienes elección —sentenció.
Como por arte de magia, el ama de llaves apareció en la puerta, que habíamos dejado solo entornada, y la golpeó con suavidad para hacer notar su presencia. Nadie iba a convencerme de lo contrario, aquella mujer era una reencarnación de la señora Danvers. La puerta se abrió y entró con un refrigerio. Llevábamos un rato en la sala y supuso que estaríamos hambrientos. Sin embargo, comer no era una prioridad en aquel momento y, para ser sincera, a mí se me había cerrado el estómago.
—Elena, acompaña a doña Blanca al vestidor. Yo iré en un momento —ordenó Constanza.
No tenía escapatoria, así que la seguí hasta el piso superior. En cuanto se quedaron solos se sentó junto a Bernal. Él miraba el fuego pensativo.
—¿Crees que es prudente que vaya? —le preguntó.
—¿Qué quieres decir?
—Podríamos dar una disculpa, que está indispuesta… no sé. —Se levantó para acercarse a la ventana—. Bernal, no la conocemos bien y la situación es delicada.
—Demasiado tarde, la condesa no va a aceptar una disculpa.
—¡Pero habrá castellanos y otras gentes de las que cuidarse! ¿Quién es Blanca? ¿Por qué ha aparecido de la nada? ¿Tiene algún papel en esta historia?
—Constanza. —Él cogió sus manos envolviéndolas por completo—. Me fio de ella. No me preguntes la razón, ni yo mismo la conozco, pero lo siento aquí dentro. —Se tocó el corazón.
La italiana bajó la mirada.
—Te recuerda a ella…
—Ella está muerta —respondió el capitán en tono sombrío— y enterrada.
—Está bien, iré a prepararla entonces.
Y sin mediar una palabra más se dirigió a la puerta.
Capítulo 6
PRESENTACIÓN EN LA CORTE
—¡Qué contrariedad! ¡Justo antes de que monsieur Dumont haya podido hacerte un guardarropa como Dios manda! ¿Con qué se supone que vamos a presentarte?
Constanza iba de un lado a otro de la amplia habitación que hacía las veces de vestidor abriendo y cerrando baúles sin encontrar respuesta a su propia pregunta.
Yo observaba el ajetreo con mis propias preocupaciones en mente. ¿Cómo iba a comportarme? ¿Qué respondería ante las preguntas? El miedo me paralizaba. Una cosa era estar viviendo en 1394 arropada por Bernal y Constanza y otra muy distinta compartir mesa con la sublevada corte del conde Alfonso Enríquez.
—Mis vestidos son piú… —Hizo un gesto para ilustrar que ni de lejos lograría yo rellenar el hueco de sus curvas a lo Sophia Loren.
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