Название: Educar para la pluralidad
Автор: Iván López Casanova
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
Серия: Claves
isbn: 9788432153518
isbn:
Al comienzo de una temporada, justo en el regreso del tercer día de competición, uno de los entrenadores me avisó muy alarmado, porque un jugador de su equipo había sustraído del cuartel un objeto sorprendente. En efecto, en la bolsa de deportes de un chico de doce años brillaba una bala de cañón de unos treinta centímetros. La había visto, le había gustado y se la había traído. Ahora, sencillamente, estaba arrepentido de su acción.
Reuní a los monitores para ver cómo resolver el lío. Teníamos un problema, pues aunque no era un misil de última generación, sino una bala de cañón antigua, tal vez usada como decoración en algún sitio del cuartel, ¿cómo explicar que un niño se había llevado un proyectil que pesaba más de 15 o 20 kilos? ¿Cómo reaccionaría el Coronel que con tanta generosidad nos había dejado gratis las instalaciones deportivas? ¿Qué futuro esperaba a nuestra Escuela de fútbol, cuya competición acababa de comenzar?
Entonces apareció el preadolescente en la habitación donde estábamos reunidos y nos dijo: “¡Tranquilos, que es solo una broma! ¡La bala estaba en la sala de estar de mi casa y la he traído para gastar una broma!”.
La adolescencia es el vuelo desde el pulcro nido familiar hacia el universo social roto, desde el cariñoso hogar infantil hasta la complejísima sociedad en la que se tendrán que integrar en un grupo de amigos para llegar a la juventud. Siguiendo la metáfora, se despega desde un reposado universo familiar y se aterriza en un mundo social cansado, en un aeropuerto donde abunda la soledad y el desamor. Y durante ese viaje, un fuerte riesgo de inautenticidad amenaza a esta edad maravillosa, pero vulnerable.
En este trecho de la vida se entrecruzan dos tendencias fundamentales. Por una parte, la imperiosa necesidad de encontrar un valioso ideal de vida auténticamente personal. Por otra, y con el mismo nivel de impetuosidad, la necesidad de realizarlo dentro de un grupo de iguales, de amigas y amigos de la misma edad. La primera directriz se nutrirá, fundamentalmente, de la educación familiar; pero la segunda dependerá sobre todo del ambiente social.
Ahora bien, ¿qué desenlace se vislumbra si no hemos sabido preparar a los hijos para afrontar el contraste entre los valores familiares y sociales al llegar la adolescencia?
Como refleja la anécdota del comienzo del capítulo, a los hijos se los debe formar con profundidad, porque no son idiotas. Es posible que para algunas facetas de la vida sean ingenuos y que, dependiendo de su edad, no puedan comprender algunas ideas demasiado abstractas. Pero en una sociedad compleja, se requiere una educación con profundidad intelectual. Para impartirla, sus padres necesitarán comprender con un cierto rigor los rasgos esenciales de la cultura en la que respiran. Así les ayudarán para luchar contra la tendencia al mimetismo y contra el miedo al ridículo, rasgos que irán creciendo al acercarse la edad adolescente, el tiempo en el que cristaliza o fracasa la educación familiar.
La cuestión no es sencilla. Pero evidencia la necesidad de abordarla con una cierta hondura, adecuada a la edad de cada hijo, para evitar el desconcierto futuro o la resignación. Los jóvenes necesitan una educación fuerte en la que sean tratados como personas que aspiran a un mundo perfecto, a una civilización donde prevalezcan el amor, la justicia y la belleza. Donde experimenten el respeto a la libertad de conciencia, sin relativismo. Porque los chicos pequeños y los adolescentes, aunque posean cierta ingenuidad y aún no hayan llenado su mochila con muchas experiencias, guardan en su interior una capacidad grande para comprender el mundo moral, tal vez mayor que la de muchos adultos.
A. Unas gotas de filosofía
La mejor vacuna contra la superficialidad la proporciona el conocimiento de la aventura del pensamiento, pues evita imitar las modas culturales simplemente porque las sigan las mayorías o porque las aplaudan los medios de comunicación. También, la sabiduría fortalece frente al temor de ir contra corriente y frente a la inseguridad o al disimulo para no parecer atrasados o incultos.
En este sentido, tal vez sorprenda conocer que uno de los primeros impulsores de la pluralidad fue un pensador cristiano y personalista: Jacques Maritain (1882-1973). Este filósofo, en su libro Humanismo integral[1] de 1936, presentaba el pluralismo como un modelo para superar la idea nostálgica de una homogénea sociedad medieval.
Su novedosa obra postulaba el abandono del tradicionalismo y la adopción de una perspectiva política y cultural contemporánea, proponiendo un nuevo humanismo integrador. Entre los aspectos de esa propuesta de nueva sociedad paradigmática, señalaba: «Pluralismo, autonomía de lo temporal, libertad de las personas, unidad de la raza social, obra común»[2]. Es decir, que la pluralidad aparecía como la primera nota positiva a la hora de presentar una propuesta humanista para la organización social de su tiempo.
Por supuesto, Jacques Maritain no era un soñador alejado de la realidad, y era consciente de que el respeto de la libertad se podría utilizar tanto para el bien como para el mal. Concretamente, escribía: «El papel de los instintos, de los sentimientos, de lo irracional es más grande todavía en la vida social que en la vida individual. Se sigue de ello la necesidad de un trabajo de educación que debe ser realizado necesariamente en el cuerpo político»[3]. Como se aprecia, comprendía que la pluralidad también ofrecía un rostro sucio que había que tolerar: la vulgaridad. Pero por encima de esto, valoraba los muchos bienes del pluralismo, y sostenía que el régimen de convivencia democrática constituía el mejor sistema social para el desarrollo de una civilización verdaderamente humana.
El filósofo francés también planteó la complejísima cuestión −que llega hasta nuestros días− de cómo maniobrar en la sociedad plural para no ceder ante el relativismo. O dicho con otras palabras, cómo tratar la apuesta por los valores buenos y conjuntarlos con los que se niegan a aceptarlos y los transgreden. En definitiva, la compleja articulación entre democracia y pluralismo de una parte, y las conductas negativas de otra, tan importante para la educación familiar en el mundo actual.
Ante este problema, el pensador francés proponía una “carta democrática” con contenidos, para esquivar el peligro del escepticismo. También ofrecía lo que denominaba un «credo de la libertad»[4] o base común no religiosa compartida, a la que llamaba «fe temporal o secular»[5]. Constaba de cuestiones prácticas básicas sobre «la verdad y la inteligencia, la dignidad humana, la libertad, el amor fraternal y el valor absoluto del bien moral»[6]. En el fondo, trataba de mantener ese mínimo ético común compartido por todas las tradiciones culturales y religiosas de todos los tiempos.
Con raíces filosóficas muy alejadas a Maritain, otro intelectual merece ser citado para hablar del pluralismo no relativista: Isaiah Berlin (1909-1997). Célebre como pensador liberal por su distinción entre los conceptos de libertad negativa y positiva, aquí lo cito por sus reflexiones sobre la pluralidad. Por ejemplo, con ironía Berlin descalificaba a quien no entendía lo plural: «El enemigo del pluralismo es el monismo (…). Aquellos que conocen las respuestas a algunos de los grandes problemas de la humanidad deben ser obedecidos, porque tan solo ellos saben cómo debe ser organizada la sociedad, cómo se deben vivir las sociedades individuales, cómo debe desarrollarse la cultura»[7].
De igual modo que el autor personalista francés, Berlin también detestaba el relativismo en su apuesta por el pluralismo: «No soy un relativista, no digo: “A mí me gusta el café con leche y a ti sin ella; yo estoy a favor de la bondad y tú prefieres los campos de concentración” (…). Si soy un hombre o una mujer con imaginación suficiente, puedo entrar en un sistema de valores que no es el mío propio; puedo comprender que otros hombres se guían por ese sistema y sigan СКАЧАТЬ