Más dulce que la miel. Jennifer Drew
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Название: Más dulce que la miel

Автор: Jennifer Drew

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Julia

isbn: 9788413488660

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СКАЧАТЬ advirtió ella—. Vamos, por favor…

      Intentó apartarlo del camino, pero no pudo. Él la rodeó por la cintura y la atrajo hacia sí.

      —¡Suéltame!

      —Por favor, necesito que la puerta esté cerrada solo un momento más.

      Se inclinó para mirar por la ventana de la puerta. Ella intentó escapar pero no lo consiguió.

      —Si no me sueltas, gritaré. ¡Muy fuerte!

      Era una amenaza, pero Jeff la tomó en serio y le tapó la boca con sus labios para que no gritara.

      La estaba besando… y Sara se estremeció.

      —¡Ya está aquí! —dijo él, y la soltó de pronto.

      Ella abrió la boca para gritar, pero solo emitió un suave sonido.

      Jeff salió corriendo hacia un hombre de pelo gris que llevaba una camisa hawaiana. Aquel hombre se estaba comiendo uno de los pasteles de chocolate que había hecho Sara cuando Jeff sacó algo de su bolsillo. Era una pequeña grabadora. Sara se acercó a la mesa para ver lo que pasaba.

      —¡Rossano! —exclamó Jeff—. ¿De qué vas a vivir ahora que tu madre te ha despedido del negocio de guardaespaldas por aceptar sobornos de las chicas?

      —¡Lárgate, Wilcox! Ese maldito periódico y tú ya me habéis causado bastantes problemas.

      —Los problemas te los has causado tú mismo al engañar a Queen Molly.

      —Mi madre se llama Margaret. Señora Rossano, para ti, ¡gusano!

      —La estás defendiendo. Pero he oído que está muy enfadada contigo. ¿Me pregunto si se pondría de tu parte en el juicio?

      Rossano se sirvió dos pedazos de tarta de queso y los engulló. De pronto, Sara lo reconoció como un cliente habitual del restaurante. Aquel que pedía tres o cuatro platos y después vaciaba el carrito de los postres.

      No le gustaba lo que estaba pasando. Se fijó en que su jefe se acercaba con una bandeja en la mano.

      —¡Dominick! ¡Traidor! —gritó Rossano—. Esta cocinera me ha tendido una trampa con este periodista. Estaban escondidos detrás de esas puertas. Si lo hubiera sabido no me habría acercado a tu mesa. He venido porque tú me dijiste que habría montones de platos deliciosos y me encuentro con un periodista del Monitor. ¡Como si tuviera algo que decirle a ese andrajoso!

      —Rosie, ¿crees que me interesa causarle problemas a mi mejor cliente? —dijo Dominick.

      Ella no tiene nada que ver —dijo el periodista—. Y el público tiene derecho a saber…

      —¿La cocinera trabaja para ti? ¿O no, Dominick? —preguntó Rossano.

      —Dominick, yo no lo he ayudado. Ni siquiera lo conozco —protestó enfadada—. No me dejaba salir de la cocina después de que me ayudara a mover el cactus. Le pedí ayuda porque tú no regresabas. Además, fue culpa tuya que el hielo se derritiera tan rápido. Yo quería un pequeño querubín que se derritiera despacio, pero no, tú…

      —Estás despedida —dijo Dominick.

      —¡Pero no he hecho nada mal!

      —No volverás a cocinar en este pueblo —dijo él—. Conseguiré que no te contraten ni en un bar de camioneros.

      Sara se esforzó para contener las lágrimas. No quería que Dominick la viera llorar. Había cientos de testigos que sabían que no merecía que la despidieran.

      ¿Pero qué habían visto sus compañeros? Que había metido a un extraño en la cocina y que no habían salido hasta que el extraño había abordado a uno de los patrocinadores del concurso.

      Quería conseguir la fama, y lo había hecho… ¡había alcanzado la mala fama!

      Lo único que podía salvar era el orgullo. Se quitó el gorro de cocinera, se acercó a la mesa de postres que había preparado con mucho esmero y cubrió la tarta de zanahoria con el gorro.

      Lo único que le faltaba por hacer era recoger su bolso en la segunda planta y marcharse.

      Capítulo 2

      DE camino a la calle, Jeff tomó algo que parecía una tortilla de maíz, pero que picaba muchísimo. Corrió hasta la fuente que había en el pasillo y dio un buen trago de agua.

      No había comido nada desde la hora del desayuno. No había podido comer porque tenía que terminar la historia de la investigación acerca de Queen Molly Rossano y el matón de su hijo.

      Con la ayuda de un buen abogado, la pareja había ganado el juicio en el que les acusaban de promover la prostitución, pero el director del Monitor quería seguir el caso de cerca y Jeff estaba encantado de hacerlo. Aunque eso significara trabajar todo el sábado.

      De camino al coche se felicitó por haber acorralado a su víctima. Rosie no había declarado nada, pero Jeff podría utilizar la famosa frase: el señor Rossano no quiso hacer comentarios al respecto.

      Sin embargo, no se sentía tan bien acerca de la cocinera rubia. ¿Cómo iba a imaginar que Dominick la despediría?

      Quizá Liz Faraday pudiera hacer algo por ella. La periodista culinaria conocía a los dueños de todos los restaurantes y estos temblaban cuando ella hablaba. Le debía un par de favores a Jeff y, a pesar de su fama, era un encanto. En el periódico la llamaban Auntie, ya que todo el mundo le contaba sus problemas.

      Jeff no se olvidaría de Sara Madison. No estaba orgulloso por haberla utilizado para acercarse a Rossano, pero no se arrepentía de haberla besado. Para su gusto, sus postres eran demasiado elaborados, pero no le importaría preparar algo especial con ella.

      Claro que después de lo que había pasado con Rossano… ¿Cuándo tendría suerte con las mujeres? Siempre conocía a las más atractivas en los peores momentos, normalmente cuando estaba investigando un caso. Con razón vivía con su padre y no recordaba cuándo había sido la última vez que se había despertado junto a una mujer.

      Seguro que Sara estaba muy enfadada con él. Una pena, porque no podría olvidar sus preciosos ojos azules ni la suavidad de su piel. Había tratado de seducirla, pero nunca imaginó que llegaría a besarla. Y el beso… el beso fue tan dulce como el mejor de sus postres.

      Se metió en su viejo Jeep Cherokee, pero antes de arrancar vio que se encendían las luces de un coche. Era ella. Lo menos que podía hacer era pedirle disculpas. Se bajó del coche y caminó hacia donde había visto la luz. Ya no estaba. Se iría a casa, se daría una ducha, comería algo y terminaría su artículo.

      Además quería ver a su padre. Llevaban casi cuatro años viviendo juntos, desde que sus padres se divorciaron, pero últimamente, su padre se comportaba de manera esquiva, desapareciendo sin dar explicaciones. Sus amigos también estaban asombrados de que no hiciera lo que hacían todos los hombres retirados.

      Jeff sabía que debía pasar más tiempo con su padre, pero entre trabajo y trabajo apenas tenía tiempo de vivir su propia vida.

      Regresó СКАЧАТЬ