The twittering machine . Richard Seymour
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Название: The twittering machine

Автор: Richard Seymour

Издательство: Bookwire

Жанр: Социология

Серия: Pensamiento crítico

isbn: 9788446050193

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СКАЧАТЬ ampliamente pero, para tomar un ejemplo intermedio, un sondeo comprobó que los adolescentes estadounidenses pasaban nueve horas al día mirando una pantalla, interactuando con todo tipo de medios digitales, redactando emails, enviando tuits, jugando con videojuegos o viendo clips. Las generaciones mayores pasan más horas viendo televisión pero el tiempo total diario frente a una pantalla no difiere mucho en ambos grupos; en el último caso, más de diez horas por día. Diez horas es un lapso mayor al que la mayoría de las personas dedicamos al sueño. Y la cantidad de personas que ojean su teléfono dentro de los primeros cinco minutos después de despertarse va desde un quinto en Francia a dos tercios en Corea del Sur.

      Escribir no es todo lo que hacemos. Gastamos la mayor parte del tiempo consumiendo contenido de vídeos, por ejemplo, o com­prando productos estrafalarios. Pero aun en estos casos, como veremos, la lógica de los algoritmos implica normalmente que, en cierto sentido, hemos escrito el contenido colectivamente. Esto es lo que permite el big data: estamos escribiendo aun cuando buscamos algo, desplazamos textos o imágenes, navegamos sin rumbo, observamos o pinchamos un enlace. En el extraño mundo de los productos, vídeos, imágenes y páginas web impulsados por algoritmos –todo, desde las fantasías animadas, vio­len­tas, erotizadas, dirigidas a los niños, disponibles en YouTube hasta las camisetas con consignas tales como «Keep Calm and Rape» («Mantén la calma y viola»)–, los deseos inconscientes registrados de este modo se inscriben en el nuevo universo de las mercancías. Esta es la «moderna máquina calculadora» de la que hablaba Lacan: una máquina «mucho más peligrosa que la bomba atómica» porque puede derrotar a cualquier oponente calculando, con los datos suficientes, los axiomas inconscientes que go­bier­nan la conducta de una persona. Nosotros escribimos a la máquina, esta recolecta y agrega nuestros deseos y fantasías, los segmenta por mercado y demografía y nos los vuelve a vender como una ex­periencia con una nueva mercancía.

      V.

      A los gigantes de la industria social les gusta afirmar que no hay ningún error de la tecnología que la misma tecnología no pueda solucionar. Sea cual fuere el problema, hay una herramienta para resolverlo: su equivalente de «un truquito salvador».

      Facebook y Google han invertido en herramientas para detectar noticias falsas [o, en su denominación más usada, fake news] mientras que Reuters ha desarrollado su propio algoritmo pa­ten­tado para localizar falsedades. Google ha financiado una start-up británica, Factmata, para que desarrolle herramientas que verifiquen automáticamente datos tales como, digamos, cifras de crecimiento económico o la cantidad de inmigrantes llegados a Estados Unidos el año pasado. Twitter utiliza herramientas crea­das por IBM Watson para descubrir situaciones de acoso cibernético, mientras que un proyecto de Google, Conversation AI, promete detectar a los usuarios agresivos con la tecnología más avanzada de inteligencia artificial. Y, puesto que la depresión y el suicidio se vuelven más frecuentes, el director ejecutivo de Facebook, Mark Zuckerberg, ha anunciado la creación de nuevas herramientas para combatir la depresión y hasta ha llegado a sostener que la inteligencia artificial puede identificar las tendencias suicidas de un usuario de la red antes de lo que podría hacerlo un amigo.

      Sin embargo, un número creciente de desertores ponen cada vez más abiertamente en evidencia a los gigantes de la industria social expresando su arrepentimiento por haber contribuido a crear algunas de esas herramientas. Chamath Palihapitiya, un emprendedor capitalista canadiense con inclinaciones filantrópicas, antiguo ejecutivo de Facebook con cargo de conciencia asevera: los cap­i­talistas tecnológicos han «creado herramientas que están desgarrando el tejido social que hace funcionar a una sociedad». Culpa a «los bucles de retroalimentación de corto plazo impulsados por la dopamina» de las plataformas de la industria social por promover la «desinformación, la falsedad» y por permitir que los manipuladores tengan acceso a una herramienta in­valuable. Esto es tan perjudicial que no permite a sus hijos «que usen esa mierda».

      Uno podría sentirse tentado a pensar que cualquier lado oscuro que tenga la industria social es un subproducto accidental, como un resultado secundario de la adaptación. Pues estaría cometiendo un error. Sean Parker, el hacker supermillonario nacido en Virginia que creó el sitio web Napster para compartir archivos, fue uno de los primeros inversores de Facebook y el primer presidente de la empresa. Ahora es un «objetor de conciencia». Las plataformas de redes sociales, explica, se basan en «un circuito que retroalimenta la validación social» y de ese modo se aseguran monopolizar la mayor cantidad posible del tiempo del usuario. Este es «exactamente el tipo de técnica que un hacker como yo trataría de aplicar, porque lo que hacemos es explorar una vulnerabilidad en la psicología humana. Los inventores, los creadores de las redes fuimos muy conscientes de esto. Y lo hicimos de todos modos». La industria social ha creado una máquina de adicción, no accidentalmente, sino como un medio lógico para obtener beneficios para sus inversores de riesgo capitalistas.

      Otro antiguo asesor de Twitter y ejecutivo de Facebook, Antonio García Martínez, explicó cuáles eran las ramificaciones potenciales de tales emprendimientos. García Martínez, hijo de exiliados cubanos que hizo su fortuna en Wall Street, fue product manager en Facebook. Como Parker y Palihapitiya, arroja una luz nada halagüeña sobre sus antiguos empleadores. Destaca sobre todo la capacidad de Facebook de manipular a sus usuarios. En mayo de 2017, por la filtración de documentos publicados en The Australian, se supo que los ejecutivos de Facebook estaban anali­zando con sus anunciantes cómo podía usar sus algoritmos para identificar y manipular los estados de ánimo de los adolescentes. Las herramientas de Facebook detectaban el estrés, la angustia o los sentimientos de fracaso. Según cuenta García Martínez, las filtraciones no solo eran exactas sino que tuvieron consecuencias políticas. Con los datos suficientes, Facebook podía identificar un grupo demográfico y bombardearlo con publicidad: la tasa de likes nunca miente. Pero también pudo, como lo reconoce una broma que se repetía en la empresa, «voltear las elecciones» fácilmente con solo publicar en distritos clave un recordatorio de ir a votar el día de la elección.

      Esta es una situación que no tiene absolutamente ningún precedente y ahora está evolucionando tan rápidamente que apenas podemos hacer un seguimiento de en qué punto nos hallamos. Y cuanto más se desarrolla la tecnología, cuantos más niveles de hardware y software se agregan, tanto más difícil se hace cambiarla. Es un modelo que entrega a los capitalistas tecnológicos una fuente única de poder. Como dice el gurú de Silicon Valley Jaron Lanier, no tiene necesidad de persuadirnos cuando directamente pueden manipular nuestra experiencia del mundo. Los tecnólogos aumentan nuestros sentidos con webcams, teléfonos inteligentes y cantidades constantemente crecientes de memoria digital. Ello permite que un minúsculo grupo de ingenieros pueda «modelar todo el futuro de la experiencia humana a una increíble velocidad».

      Escribimos y, mientras lo hacemos, nos escriben. Más precisamente, como sociedad se nos está escribiendo en formato impre­so de modo que no podemos pulsar «borrar» sin perturbar gravemente el sistema en su conjunto. Pero, ¿en qué clase de futuro nos estamos escribiendo?

      VI.

      Cuando comenzaron a florecer la web y la mensajería instantánea descubrimos que todos podíamos ser autores, todos podíamos publicar, cada uno con su propio público. Nadie con acceso a internet quedaba ya excluido.

      Y el evangelio, la buena nueva, era que esa democratización de la escritura sería ventajosa para la democracia. La escritura, el texto, nos salvarían. Podríamos tener una utopía de escritura, un nuevo modo de vivir. Casi seiscientos años de una firme cultura impresa llegaban a su fin y la novedad pondría el mundo cabeza abajo.

      Gozaríamos СКАЧАТЬ