Luna azul. Lee Child
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Название: Luna azul

Автор: Lee Child

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788412327014

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СКАЧАТЬ él con un giro y un descenso de hombro, y el tipo voló por los aires como un maniquí para pruebas de choque, y aterrizó deslizándose en un largo enredo de extremidades, mitad en la acera, mitad en la cuneta. El cuerpo se detuvo y el chico se quedó quieto.

      Reacher se acercó y le quitó el sobre. No estaba sellado. Nunca lo estaban. Le echó un vistazo. El fajo era de más o menos dos centímetros de grueso. Un billete de cien dólares por arriba, un billete de cien dólares por abajo. Hojeó el fajo pasando el dedo. También un billete de cien en cada una de las otras posiciones posibles. Miles y miles de dólares. Podían ser quince. Podían ser veinte mil.

      Echó la vista hacia atrás. La cabeza del viejo estaba levantada. Estaba mirando alrededor, aterrorizado. Tenía un corte en la cara. De la caída. O quizás le sangraba la nariz. Reacher levantó el sobre. El viejo lo miró. Trató de ponerse en pie, pero no pudo.

      Reacher se acercó andando.

      —¿Se ha roto algo? —dijo.

      —¿Qué ha ocurrido? —dijo el hombre.

      —¿Se puede mover?

      —Creo que sí.

      —Vale, dese la vuelta.

      —¿Aquí?

      —Boca arriba —dijo Reacher—. Después podemos hacer que se siente.

      —¿Qué ha ocurrido?

      —Primero necesito comprobar que usted está bien. Podría tener que llamar a la ambulancia. ¿Tiene teléfono?

      —Nada de ambulancias —dijo el hombre—. Nada de doctores.

      Cogió aire y apretó los dientes, y se retorció y se sacudió hasta ponerse boca arriba, como alguien en la cama cuando ha tenido una pesadilla.

      Exhaló.

      —¿Dónde le duele? —dijo Reacher.

      —Por todas partes.

      —¿Lo normal, o peor?

      —Me imagino que lo normal.

      —Todo bien entonces.

      Reacher puso la mano por debajo de la espalda del hombre, con la palma hacia arriba, en la parte superior, entre los omóplatos, y le dobló hacia delante hasta dejarlo sentado, y lo giró, y lo movió, hasta que se quedó sentado en el bordillo con los pies en la carretera, lo cual sería más cómodo, pensó Reacher.

      —Mi madre siempre me decía que no jugara en la calzada —dijo el hombre.

      —La mía también —dijo Reacher—. Pero ahora no estamos jugando.

      Le dio el sobre. El hombre lo agarró y lo apretó por todos lados, entre los dedos y el pulgar, como confirmando que fuera real. Reacher se sentó a su lado. El hombre miró dentro del sobre.

      —¿Qué ha ocurrido? —dijo otra vez. Señaló—: ¿Ese tipo me atracó?

      Unos seis metros a la derecha el tipo de la perilla estaba boca abajo e inmóvil.

      —Le siguió desde el autobús —dijo Reacher—. Vio el sobre en su bolsillo.

      —¿Usted también estaba en el autobús?

      Reacher asintió.

      —Salí de la terminal detrás de ustedes —dijo.

      El hombre volvió a guardar el sobre en el bolsillo.

      —Se lo agradezco desde lo más profundo de mi corazón —dijo—. No tiene idea. Más de lo que pueda llegar a expresar.

      —No hay de qué —dijo Reacher.

      —Me salvó la vida.

      —Fue un placer.

      —Siento que le debería ofrecer una recompensa.

      —No es necesario.

      —De todos modos no puedo —dijo el hombre. Se tocó el bolsillo—. Esto es un pago que tengo que hacer. Es muy importante. Lo necesito todo. Lo siento. Pido disculpas. Me siento mal.

      —No se sienta mal —dijo Reacher.

      Unos seis metros a la derecha el chico de la barbita hizo fuerza con los brazos hasta quedarse apoyado en manos y rodillas.

      —Nada de policía —dijo el hombre del dinero.

      El chico miró hacia atrás. Estaba aturdido y tembloroso, pero ya estaba seis metros más allá. ¿Debería ir a buscarlo?

      —¿Por qué nada de policía? —dijo Reacher.

      —Cuando ven mucho dinero en efectivo hacen preguntas.

      —¿Preguntas que no quiere responder?

      —De todos modos no puedo —dijo otra vez el hombre.

      El chico de la barbita se fue a toda prisa. Se puso de pie tambaleándose y se dio a la fuga, débil y golpeado y flojo y descoordinado, pero igualmente muy rápido. Reacher lo dejó ir. Para un solo día ya había corrido demasiado.

      —Tengo que irme yendo —dijo el hombre del dinero.

      Tenía rasguños en la mejilla y en la frente, y sangre en el labio de arriba, de la nariz, que había recibido un buen impacto.

      —¿Está seguro de que está bien? —preguntó Reacher.

      —Más vale que lo esté —dijo el hombre—. No tengo mucho tiempo.

      —Déjeme ver cómo se pone de pie.

      El hombre no pudo. O había perdido su fuerza central, o sus rodillas no estaban bien, o ambas cosas. Difícil saberlo. Reacher le ayudó a quedarse de pie. El hombre se quedó quieto en la calzada, mirando hacia el otro lado de la calle, encorvado y torcido. Se dio la vuelta, con mucha dificultad, moviendo los pies en el lugar.

      No pudo subir a la acera. Puso el pie en la posición, pero la fuerza propulsora necesaria para alzarse quince centímetros era demasiada carga para su rodilla. Debía estar dañada y dolorida. La tela de los pantalones estaba casi rajada, justo donde estaría la rótula.

      Reacher se colocó detrás de él y ahuecó las manos por debajo de sus codos, y tiró hacia arriba, y el tipo subió ingrávido, como un hombre en la luna.

      —¿Puede andar? —preguntó Reacher.

      El hombre lo intentó. Podía dar pasos cortos, delicados y precisos, pero hacía muecas de dolor y jadeaba, corto y agudo, cada vez que el peso recaía sobre su pierna derecha.

      —¿Cuán lejos tiene que ir? —preguntó Reacher.

      El hombre miró a todo su alrededor, calibrando. Asegurándose de dónde estaba.

      —Tres СКАЧАТЬ