Independientemente de donde nos situemos, todos tenemos problemas que afrontar relacionados con la fuerza de voluntad. Algunos son biológicos por su naturaleza ―el deseo de comer alimentos dulces y grasos que nuestros cerebros reconocen como vitales para sobrevivir― y otros son más propiamente personales. Lo que consideramos tentador alguna otra persona lo encuentra repulsivo. Las adicciones de otros tal vez sean para nosotros tan atractivas como la comida de los aviones.
Sean cuales sean los detalles, las invenciones son las mismas. Las excusas para no ir al gimnasio... de nuevo... son muy parecidas a la justificación para darse un atracón... por tercer día seguido. Lo que te digas para postergar un día más ese trabajo tan importante es igual que lo que se dice otra persona para ceder a sus ansias de fumar un cigarrillo.
La conclusión es evidente: La lucha interna por la autodisciplina forma parte de la naturaleza humana. Sin embargo, ¿por qué es una carga tan pesada para algunas personas? ¿Por qué abandonan tan fácilmente sus objetivos y por qué caen tan felizmente en tantos comportamientos autosaboteadores? ¿Y qué puede hacerse con todo ello? ¿Cómo es posible ponerse uno mismo y su vida bajo control?
Son preguntas muy interesantes, y aunque no tengo todas las respuestas definitivas, voy a compartir las investigaciones y las ideas que me han ayudado a entender la naturaleza de la «bestia» y cómo domesticarla.
Como se verá, la autoconciencia que lleva consigo la obtención de un mayor conocimiento de cómo nos podemos controlar es increíblemente enriquecedora. Entendiendo mejor lo que probablemente nos hace perder el control podremos controlar hábilmente nuestras «reservas de fuerza de voluntad» y evitar los obstáculos que las afectan.
Por tanto, comencemos nuestro pequeño viaje con una idea muy simple: Una definición clara de lo que de verdad es la fuerza de voluntad.
LO HARÉ, NO LO HARÉ, QUIERO
¿Qué queremos decir cuando alguien dice que tiene o no tiene fuerza de voluntad? Normalmente nos referimos a la capacidad o imposibilidad de decir que no. Se supone que tenemos que estudiar para un examen, pero en su lugar aceptamos una invitación para ir al cine. Intentamos perder 5 kilogramos, pero no sabemos decir que no a esa tarta de manzana. Tenemos problemas para decir «no lo haré».
Sin embargo, hay otros dos aspectos relacionados con la fuerza de voluntad: «Lo haré» y «quiero».
La capacidad de «hacer» algo es la otra cara de la moneda de «no lo haré». Es la capacidad de hacer algo cuando no queremos, como entrenar cuando estamos cansados, pagar una factura atrasada o gastar la energía que nos queda en un proyecto de trabajo.
«Quiero» es la capacidad de recordar el porqué cuando nos asalta la tentación, el objetivo y las cosas a largo plazo que realmente queremos, aparte de la comida rápida o las compras con tarjeta de crédito.
Conviértete en el dueño de tu voluntad y de tus deseos, y te convertirás en el dueño de tu propio destino. Puedes acabar con la procrastinación. Los peores hábitos pueden desmantelarse y sustituirse por otros. La tentación perderá poder sobre ti.
No obstante, no se debe esperar que estas habilidades sean fáciles de conseguir. «Reprogramarse» para posibilitar las opciones más difíciles será una tarea incómoda. Al principio tal vez resulte abrumador. Te enfrentas a algo familiar. Sin embargo, hay que seguir por el buen camino y las piezas empezarán a encajar. Cada vez resultará más fácil decir que no a las distracciones y sí a las cosas que hay que hacer sin quedar extenuado.
Por tanto, ahora que sabes en qué consiste la fuerza de voluntad y cuáles son tus posibilidades, pasemos a la fisiología del deseo y a por qué a veces es tan difícil resistirse a ser «malo».
EL CEREBRO BAJO EL INFLUJO DE LA DOPAMINA: POR QUÉ LA IDEA DE CEDER PARECE TAN BUENA
Una verdadera fuerza de voluntad no es algo fugaz, un pensamiento de «sería muy agradable» que desaparece igual de rápidamente que llegó. Es más como una agotadora batalla que tiene lugar en tu interior entre el bien y el mal, entre la virtud y el pecado, el yin y el yang, y puedes sentirlo físicamente.
¿Qué está sucediendo? Hablando en términos fisiológicos, estamos experimentando que nuestro cerebro ha quedado fijado a una promesa de recompensa. En cuanto vemos esa hamburguesa con queso, una sustancia química llamada dopamina inunda el cerebro. De repente, todo lo que importa en la vida es ese graso y delicioso montón de carne, queso y panecillo. La dopamina dice a nuestro cerebro que debemos dar ese bocado ahora, sin importar el coste, o sufriremos las terribles consecuencias4.
Para empeorar aún más las cosas, el cerebro se está anticipando a ese pico inminente de insulina y energía, por lo que empieza a reducir el nivel de azúcar en sangre. Esto, a su vez, nos hace ansiar la hamburguesa todavía más5. Y lo siguiente que recordamos es ponernos en la cola, esperando ansiosamente el turno para encargar una.
Puedes ver que, cuando somos conscientes de que existe la oportunidad de obtener una recompensa, el cerebro segrega dopamina para decirnos que esto es de verdad lo que deseamos. Da más importancia a la dulce canción de la gratificación inmediata y quita importancia a cualquier charla sobre las consecuencias a largo plazo6.
Sin embargo, esa sustancia química no está diseñada para hacernos sentir felices y contentos; su función es incitarnos a la acción, y lo hace estimulándonos, aumentando la concentración e incrementando el impulso a hacer algo para conseguir el premio7. Esa es la zanahoria que tiene para nosotros. También conlleva un problema: Cuando se segrega dopamina, también aumenta la liberación de hormonas del estrés que generan ansiedad8. Por eso, cuanto más cavilamos sobre la recompensa que queremos, más importante se vuelve para nosotros. Más pensamos en que tenemos que conseguirla ahora.
Pero no nos damos cuenta de que el estrés que sentimos no está causado por no tener la tarta de manzana o un par de zapatos; está causado por el mismo deseo. Es una herramienta emocional de la dopamina para asegurarse de que obedecemos sus exigencias.
A nuestro cerebro no le importa nada el asunto en general. No le importa si vamos a pesar 15 kilogramos más o si tendremos mil euros menos. Su tarea consiste en identificar promesas de placer y levantar banderas rojas, aunque hacerlo conlleve conductas peligrosas y caóticas, y que causen más problemas de lo que valen.
Irónicamente, las recompensas definitivas que esperamos pueden esquivarnos en todas las ocasiones, pero la posibilidad más ligera de recompensa y la ansiedad de abandonar la misión pueden hacer que nos enganchemos, incluso hasta el extremo de la obsesión. Y por eso podemos vernos, solo unos días después de ceder a la tentación, de un fracaso desastroso de nuestra fuerza de voluntad, persiguiendo de nuevo el dragón con ansia: Engullendo más comida que bloquea nuestras arterias, acumulando más deudas en nuestra tarjeta de crédito y haciéndonos adictos a más juegos anunciados en Facebook.
Cualquier cosa que creamos que nos va a dar placer pondrá en juego este sistema de búsqueda de recompensa: El olor de la hamburguesa con queso, las compras durante el Viernes Negro, la mirada de una chica o el anuncio del potenciador de la testosterona. Cuando la dopamina se ha hecho dueña de nuestro cerebro para conseguir el objeto deseable, realizar la acción que la activó puede convertirse en una propuesta de «hazlo o muere».
Por eso no es sorprendente que comer, oler o incluso ver alimentos ricos en calorías y azúcar nos haga desear comer СКАЧАТЬ