Название: La novia prestada
Автор: Sally Carleen
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Julia
isbn: 9788413487342
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Como si de repente él se diese cuenta de dónde tenía la mano, la retiró de golpe y miró al frente, perdidos sus ojos en la oscuridad externa.
—Perdona, ha sido un acto reflejo. Tenía cuatro hermanas pequeñas y una ex mujer que nunca se ponían el cinturón de seguridad ni en el coche ni en el avión.
—No importa —tragó Analise con esfuerzo—. Lo comprendo.
Hurgó en el bolso y sacó el resto de las galletas, para meterse una entera en la boca. Si la comida la ayudaba a olvidarse de que estaba volando, también le serviría para olvidarse del piloto, del recuerdo de su mano en su pecho, de la sensación de cosquilleo que todavía le quedaba donde él la había tocado y de la culpabilidad de traicionar a Lucas, su mejor amigo. Nick se inclinó hacia delante para hacer algún tipo de ajuste y Analise sintió su peligroso y masculino aroma, que habría reconocido en cualquier parte. Le quedaban solo otra bolsa de galletas, tres chocolatinas, dos bolsas de patatas fritas, un paquete de caramelos de menta y una bolsa de pistachos. Probablemente no le resultarían suficientes.
Capítulo 2
NICK se despertó con el ruido de las cañerías del agua. Esperaba que Analise hubiese dormido igual de mal en el motel de Prairieview, Nebraska. Así, estaría deseosa de volverse a casa.
Cuando llegaron la noche anterior, el dueño del motel se había disculpado porque el aire acondicionado no funcionaba, y la temperatura de la pequeña habitación estaba ideal para cocer pan. Para peor, lo único que había cenado eran las galletas que Analise le diera. Y cuando pensaba en que el pequeño dormitorio estaba como un horno, no podía dejar de imaginarse comida, lo que hacía que su estómago protestase desesperado.
Sin embargo, ni el calor ni el hambre habían sido las razones principales de su dificultad para dormir, dándose una y otra vuelta toda la noche, sino Analise.
Analise, que había hablado y comido casi todo el viaje, incluyendo el viaje desde el pequeño aeropuerto hasta Prairieview en el destartalado coche que le había conseguido su contacto. Había hablado sobre su novio, su padre, su madre, los padres de ella, sus amigos… Había llenado el avión de tanta gente, y los había hecho tan reales, que casi esperó que ellos también se bajasen del avión cuando aterrizaron.
Cuando llegaron al motel, los dos últimos años de paz y tranquilidad habían desaparecido sin rastro y él estaba nuevamente inmerso en el caos. Había crecido con cuatro, sí, cuatro hermanas menores, que se habían preocupado por mantener el nivel de ruidos bien alto y además por meterse sistemáticamente en líos de los cuales él las tenía que rescatar. Luego, como si lo hubiese dominado el masoquismo, cuando las mellizas se fueron a la universidad, se casó con una mujer que hacía parecer a sus hermanas seres sensatos y razonables. Hacía tres años que las mellizas se habían ido y su mujer cuatro meses después de la boda. Dos años de serenidad… hasta la noche anterior. Hasta Analise.
Era como sus hermanas y su ex mujer juntas y multiplicadas por cien. Y, para peor, a sus hormonas les daba igual. No sabía cómo podía ser posible, pero mientras el cerebro le decía que se alejara para salvarse mientras todavía podía hacerlo, su cuerpo la deseaba con una intensidad que amenazaba con dominarlo.
El poco sueño que había logrado conciliar a intervalos estuvo poblado de sueños de Analise… Analise hablando, comiendo, ofreciéndole chocolatinas, chupándose el chocolate de los dedos con esos labios suaves y llenos…
Un golpe en la puerta interrumpió los pensamientos que Nick no quería tener pero no podía evitar. Se desenredó la sábana de los pies y se puso los vaqueros mientras se dirigía a la puerta.
Recortada en la luz cegadora del sol matutino había un ángel pequeñito con el rostro arrugado y un halo de rizos blancos como la nieve. Llevaba un vestido color azul marino con cuello de encaje blanco, igual al que su abuela llevaba cuando iba a la iglesia. Elevó una resplandeciente sonrisa hacia él y le mostró la gran bandeja que llevaba.
—Buenos días, señor Claiborne. Le traigo el desayuno.
Nick pestañeó un par de veces, pero la alucinación no desapareció. Por el contrario, su olfato intervino para indicarle que el ángel llevaba panceta, huevos y café en la bandeja. Retrocedió un paso, permitiéndole que entrase.
—Soy Mabel Finch —dijo ella, moviendo la lámpara de la mesilla para apoyar la bandeja—. Mi marido, Horace, y yo somos los dueños de este sitio. Horace es quien los recibió anoche.
Levantó la servilleta, descubriendo un plato lleno de panceta frita, huevos revueltos, dos dorados bollos de pan, un recipiente con manteca y una gran taza de café.
—Gra… gracias —tartamudeó Nick, convencido de que se había muerto de un ataque al corazón debido a sus sueños con Analise y se encontraba en el cielo—. Tiene un aspecto estupendo.
Mabel atravesó la habitación para abrir las cortinas y luego se apoyó contra la cómoda, cruzando los brazos sobre el amplio busto.
—Analise quería que tomase un buen desayuno. Dijo que lo único que usted había comido anoche era un puñado de galletas.
Analise. Debió de haberlo adivinado.
—¿Cuánto hace que conoce a Analise?
—Desde más o menos las siete de la mañana. Siéntese. Coma. No querrá llegar tarde a la iglesia.
—¿La iglesia? —se dejó caer en el borde de la cama. Una cosa era que le llevase el desayuno a la habitación, pero mandarlo a la iglesia era pasarse un poco de la raya. Aunque era un precio muy bajo por semejante comida. Desplegó la servilleta, agarró los cubiertos y se puso a comer.
—Analise nos contó el motivo por el que están aquí, buscando a esa Abbie Prather.
Nick masticó la crujiente panceta mientras untaba el bollito. No permitiría que Analise le arruinara el desayuno.
—La verdad es que nosotros llevamos solo diez años aquí, y no conocemos a ninguna June Martin o Abbie Prather, aunque si ella no es una persona que socialice demasiado, quizás no la conozcamos por eso. Yo le dije a Analise que les preguntase a los ministros, ya que ellos son quienes conocen a todo el mundo.
Nick abrió el otro panecillo, sintiéndose como un embaucador al ir a la iglesia.
—Y, dicho y hecho, cuando Analise llamó a Bob Sampson, el pastor de la iglesia bautista, él le dijo que fuese a hablar con él. Analise dijo que estaba segura de que a usted no le importaría que le tomase prestado el coche para ir hasta allí, así no tenía que despertarlo.
¿Analise se había llevado el coche? Ya que tenía una sola llave, debió de poner nuevamente en práctica sus habilidades con la ganzúa, además de hacerle un puente.
—Me dijo que le dijera que volverá a buscarlo durante la escuela dominical para que ambos pudieran ir al servicio de las once —prosiguió Mabel, sacudiendo la cabeza de lado a lado, lo que no movió ni uno de sus apretados rulos—. No creo que al Buen Dios le moleste que СКАЧАТЬ