Название: Amor traicionero
Автор: Penny Jordan
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Julia
isbn: 9788413487335
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—¿Es por eso por lo que estás aquí? —Beth le había preguntado, a pesar de su empeño en mostrarse distante con él.
—Sí —le había contestado—. Mis padres llegaron aquí después de la Revolución del Terciopelo de 1933 —su mirada se había tornado sombría—. Desgraciadamente, mi abuelo murió demasiado pronto para ver libre la ciudad que tanto había amado. Salió de Praga en 1946 con mi abuela y mi madre, que entonces era una niña de dos años. Ella apenas recuerda nada de su vida aquí, pero mi abuelo… —se había callado y sacudido la cabeza, y a Beth se le había formado un nudo en la garganta al ver el brillo de dolor en su mirada—. Deseaba tanto volver aquí. Después de todo, era su hogar y, por muy bien situado que estuviera en Inglaterra o lo feliz que estuviera de haber podido educar a su hija, mi madre, en libertad, siempre llevó a Praga en el corazón.
Recuerdo una ocasión en la que fue a visitarme a Cambridge y salimos a dar un paseo en batea por el río Cam. Me dijo que era precioso, pero que no podía hacerle sombra al hermoso río que fluye por Praga. Hasta que estés sobre el Puente Charles y lo veas con tus propios ojos no entenderás lo que quiero decir… —le había dicho su abuelo.
—¿Y tú? —Beth le había preguntado con delicadeza—. ¿Entendiste lo que quería decir?
—Sí —Alex le contestó en el mismo tono—. Hasta que vine aquí me había tenido a mí mismo como un británico de pies a cabeza. Conocía mi herencia checa, por supuesto, pero tan solo a través de las historias que mi abuelo me había contado. Para mí no eran reales, tan solo historias. Los relatos que me había contado del castillo que su familia había poseído y de la tierra que lo rodeaba, de los bellos tesoros y del exquisito mobiliario…
Alex se encogió de hombros.
—Para mí no era una pérdida personal. ¿Cómo podía sentirlo así? Pero cuando llegué aquí… Entonces sí. Supe que me faltaba una parte de mí mismo. Entonces me di cuenta que subconscientemente había estado buscando esa parte.
—¿Te vas a quedar aquí? —le había preguntado Beth que, muy a su pesar, se vio envuelta en la intensidad emocional de lo que le estaba contando.
—No —le había dicho Alex—. No puedo… Ahora no.
Fue entonces cuando había empezado a llover torrencialmente, con lo que él la agarró del brazo y corrieron a cobijarse bajo un hueco peligrosamente íntimo que había en el arco del puente. Y fue entonces cuando le declaró su amor.
Inmediatamente a Beth le entró el pánico; era demasiado pronto y demasiado imposible de creer. Debía tener algún otro motivo para decirle tal cosa. ¿Cómo podía estar enamorado de ella? ¿Y, además, por qué iba a estarlo?
—¡No! No, eso no es posible. No quiero que me digas eso, Alex —le dijo de modo cortante, apartándose de él y saliendo del amparo del hueco, provocando que él la siguiera.
Beth había conocido a Alex en el hotel donde ella se había hospedado. El personal del establecimiento, al pedir ella los servicios de un intérprete, le había respondido con evasivas y luego informado de que, debido a que en ese momento se estaban celebrando varias convenciones de negocios en la ciudad, todas las agencias de renombre tenían mucho trabajo durante los días siguientes. No podía hacer lo que había ido a hacer a la República Checa sin un intérprete, y eso era lo que le había dicho al joven recepcionista.
—Lo siento mucho —se había disculpado el hombre—, pero no hay intérpretes.
No había intérpretes. Beth había estado a punto de echarse a llorar, sobre todo porque aún estaba muy sensible después del engaño del que había sido víctima por parte de Julian Cox. Mientras Beth luchaba por contener las lágrimas, vio a un hombre que estaba de pie a unos metros de ella apoyado sobre el mostrador y mirándola con curiosidad.
—No he podido evitar escuchar lo que ha estado hablando con el recepcionista —le dijo a Beth mientras se separaba del mostrador—. Y aunque sé que no es demasiado ortodoxo, me preguntaba si quizá yo pudiera resultarle útil de alguna manera…
Su inglés era tan fluido que Beth adivinó al instante que debía ser su lengua materna.
—Es inglés, ¿verdad? —le preguntó.
—De nacimiento sí —concedió inmediatamente, esbozándole una sonrisa que podría haber desarmado hasta una cabeza nuclear.
Beth se recordó a sí misma que estaba hecha de un material muy duro. No pensaba permitir que ningún hombre, aunque fuera uno tan carismático y peligroso como aquel, la engatusara.
—Yo hablo inglés —Beth le dijo con amabilidad y, por supuesto, innecesariamente.
—Desde luego, y noto en su habla un bonito deje de Cornualles, si me permite aventurar —comentó con una sonrisa, sorprendiendo mucho a Beth—. Sin embargo —dijo antes de que ella abriera la boca—, parece que usted no habla checo, mientras que yo sí…
—¿En serio? —Beth le dedicó una sonrisa fría y algo desdeñosa y echó a andar en dirección contraria a él.
Había sido avisada de los peligros de contratar a los falsos guías o intérpretes que ofrecían sus servicios a los turistas en las calles de Praga.
—Bueno… Mi abuelo me enseñó a hablarlo. Él nació y se crió aquí.
Beth se puso tensa al notar que el extraño estaba caminando junto a ella.
—Ah, ya entiendo. Usted no se fía de mí. Muy inteligente —aprobó con sorprendente aplomo—. Una bella joven como usted, sola en una ciudad extraña, siempre debe sospechar de cualquier hombre que se acerque a ella.
Beth lo miró furiosa. ¿Acaso se creía que era tonta?
—No soy… —había estado a punto de decir bella, pero decidió no trasmitirle su enojo—. No me interesa.
—¿No? Pero le dijo al recepcionista que necesitaba un intérprete desesperadamente —le recordó en tono cordial—. El director del hotel, estoy seguro, responderá por mí…
Beth se detuvo.
En una cosa tenía razón: necesitaba un intérprete desesperadamente. Había ido a Praga en parte para recuperarse del daño que Julian Cox le había hecho y, sobre todo, para comprar cristal checo de buena calidad para su tienda.
A través de Dee había obtenido de la Cámara de Comercio Local algunas direcciones y contactos, pero le habían dicho que la mejor manera de encontrar lo que deseaba era haciendo sus propias averiguaciones una vez que llegara a la ciudad, y no iba a poder hacerlo sin ayuda. Se dio cuenta que no solo necesitaba un intérprete sino que también le hacía falta un guía. Alguien que pudiera llevarla hasta las diversas fábricas que tenía que visitar, aparte de traducirle lo que se hablara una vez allí.
—¿Y por qué iba usted a ofrecerme ayuda? —le preguntó en tono sospechoso.
—A lo mejor se trata de que sencillamente no me queda otra alternativa —le respondió con una sonrisa enigmática.
Beth decidió ignorar la sonrisa. En cuanto al comentario, quizá СКАЧАТЬ