Название: Principio de incertidumbre
Автор: Cecilia Magaña
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9786078646609
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—Será por eso que te dejó sus diarios. Fue lo único que escribió en la nota. Que te diéramos sus papeles. Los dejó sobre su escritorio.
Hay un momento de silencio. Marta no se atreve a mirarlo a él y se concentra en su fotografía en blanco y negro, impresa en la contraportada del libro al que no le ha puesto atención antes. El libro que Gilberto ha venido a presentar a la Feria del Libro, abandonado sobre el carrete, cerca del código sin referencia. Gilberto Camarena, El éxito es personal.
—¿Tú ya los leíste, Marta?
—¿Sus cuadernos?
Lo ve estirar la mano hacia la cajetilla y tomar un cigarro. Marta levanta la vista y le extiende el encendedor antes de seguir mintiendo.
—No. No todos.
2
ENTREVISTA A HALINA LORSKA (FRAGMENTO).
18 DE NOVIEMBRE DE 1994 A LAS 7:30 P.M.
Vips de plaza México. Privado con ventana a la calle.
Empieza a oscurecer y a través del cristal se percibe el clima húmedo y fresco afuera. El tráfico de hora pico avanza despacio en la avenida.
Sí, me acuerdo perfectamente de Gilberto, desde el primer día de clases. (Hace una pausa, para acomodarse los lentes usando el dedo índice.) Éramos jóvenes, esa es la verdad, muertos de miedo pero emocionados: estábamos en la facultad de Física. (Cruza los brazos y se apoya sobre la mesa. Se le sube el color a la cara, como si estuviera a punto de hacerme una confidencia.) Era 1984, las primeras mujeres habían ido al espacio en el Challenger... Sally Ride, se llamaba una, te digo que tengo muy buena memoria…la otra tenía un nombre que empezaba con K… ¿Katherine? La mayoría nos imaginábamos trabajando algún día para la NASA o supervisando alguna planta nuclear, ya sabes. Dos años después, si no me equivoco, y creo que no, el Challenger estalló y fue lo de Chernóbil; claro que para entonces la mayoría de las mujeres de la carrera ya habían desertado y del grupo original quedábamos unos diez. (Sus dedos empiezan a jugar con la orilla de la servilleta.) Hoy la mayoría trabajan como maestros de secundaria, salvo uno o dos que hacen investigación en la UNAM, pero nada relacionado con reactores, ¿eh? Porque mira que he estado pendiente de la generación, así fue que me enteré de lo de Ulises… (suelta la servilleta, otra vez sonrojándose. Levanta la mano, grande y gorda) Déjame hablarle a la mesera, ¡señorita! (su voz, más aguda, contrasta con el movimiento delicado de los dedos, que llaman), ¿no quieres pedir algo? ¿un café?, ¿una limonada, Marta? (Toma el menú de manos de la mesera y lo abre, aunque no tarda en ordenar, como si lo conociera de memoria) ¿Segura que no quieres nada? (No. Y me obligo a completar: gracias.) Bueno, pues no… (Hurga en su bolsa y saca una libretita floreada, que hojea hasta encontrar un papel rosa con los nombres y teléfonos que me prometió cuando le llamé. Le agradezco y vuelve a guardar la libreta.) Antes de que se me olvide… ¿En qué estábamos? Gilberto Camarena, sí… (habla viendo la servilleta, levantando la vista de vez en cuando. Dobla y desdobla la orilla) Desde el primer día presumió que era descendiente del Camarena que inventó la televisión a color, pero eso no me consta. Es de las viejas familias de la ciudad, las que creen que tienen pedigree sólo por el apellido. Tenían lazos con la política: el papá y varios tíos tenían puestos en el Seguro Social. Neurocirujanos, creo, de los de bisturí, cuando todavía no existía la tecnología láser ni nada de eso. Total, que cuando los profes tomaron lista y entregaron programas nos despacharon a nuestras casas sin darnos clase. Gilberto nos invitó a tomar algo a su casa. A tomar algo, dijo, y sonó a que nos iba a ofrecer alcohol, pero no. En cuanto llegamos, la sirvienta (cambia su atención de la servilleta a mí), que lo llamaba Betito, nos sirvió agua de limón en la terraza. (Ahora mira más allá de mi hombro y se acompaña de movimientos de las manos para describir los espacios) Era una de esas casonas viejas construidas en desnivel, tuvimos que subir una escalera para pasar por una de las salas, llena de cuadros con imágenes del Quijote, ya ves que a los doctores les encanta eso del Quijote. Luego cruzamos una puerta de cristal para ir a sentarnos a una salita de ratán, en un área techada, junto al jardín…(¿Ulises estaba ahí?, temo que se dedique a describir las plantas.) Sí, claro, y también Alejandro Aceves, Nancy Herrera y este muchacho… (José Guadalupe Guerra, lo leo de mis notas.) Sí, Guerra. (¿Y Sofía, también estaba?) No, Sofía empezó el semestre tarde, unos días después, no sé por qué… (Se acomoda los lentes, aunque no se han movido de lugar. Retoma la rutina de la servilleta, ahora alisándola) Gilberto empezó a preguntarnos cosas, que de qué prepa veníamos, que cuál era nuestro promedio, que por qué Física. Estaba estudiándonos. (Suspira.) Ya desde entonces Gilberto era hábil para leer a la gente, no por nada anda ahora por ahí estafando a vendedores y amas de casa con sus libros y sus cursitos de superación personal, ¿sabes? Preguntaba cosas que parecían inocentes, pero eso de los promedios se me hizo sospechoso. (Arruga la nariz) Y qué tal eres para cálculo, Lorska, ¿es verdad que los polacos son más listos? (Índice al puente de los anteojos, antes de empezar a mover más las manos rechonchas, de uñas bien cuidadas. Imagino que alguien alguna vez le dijo: «qué bonitas manos tienes, Halina», en un esfuerzo por hacerle un cumplido y ella desde entonces procura mostrarlas.) No sé si lo de Lorska la Moska se le ocurrió ese día mientras me observaba y sacaba uno de los hielos de su vaso para masticarlo o si fue después, cuando se sentaba con tu hermano y Sofía al fondo del salón… (Agitada. Apenas parece notar a la mesera, que deja su bebida en la mesa. Un preparado con frutas, popote y cuchara larga.) Gracias, señorita… ¿segura que nada? (No, nada, gracias. Doy un par de golpecitos a mi libreta con el bolígrafo.) Un parásito, es lo que era Gilberto… (cucharea en busca de un pedazo de fresa, al fondo del vaso) debe ser, todavía, si me lo preguntas. Acababa de conocernos y ya estaba escogiendo a quién se le iba a pegar para pasar el semestre. (Hace una pausa y mastica la fruta. Lo hace delicadamente, despacio. Una dama, Halina Lorska. ¿Habrá tomado esos cursos de personalidad que impartían en las escuelas de señoritas? Porque debió haber estado en un bachillerato para señoritas.) Para cuando la mamá cruzó la puerta de cristal para unírsenos en la terraza y el cínico de Gilberto se quejó con ella por lo de las aguas de limón que nos habían servido, en lugar de cervezas, él ya había decidido. Al primero que le presentó a la señora fue a tu hermano. Ulises Rivero, lo presentó. Así, sin levantarse de la silla y masticando todavía uno de sus hielos. Luego tragó y nos presentó a los demás. (Se inclina hacia delante para alcanzar el popote y da un par de sorbos rápidos, intensos, ofendidos.) Yo fui la última.
ENTREVISTA A JOSÉ GUADALUPE GUERRA (FRAGMENTO).
20 DE NOVIEMBRE DE 1994, 10:00 P.M.
Bar El Gato Verde. Mesa cerca de la entrada. Maritere, la dueña, anuncia que empezará a cantar a partir de las once. Hay pocos clientes por la lluvia. Sólo nosotros y un par de hombres maduros con una rubia de hombros anchos en una de las mesas del fondo.
El cabrón nunca se había subido a un camión hasta ese día. No tenía que decírmelo, me di cuenta: se agarró de los asientos, como hacen las doñas. No se apoyaba bien en las piernas. A cada parada del camión, Gilberto se movía todo. Yo me reí. Pinche fresa, pensaba. Pero entonces me caía bien. Él iba hable y hable, pero viendo de qué manera apoyarse. Vámonos a mi casa, nos había dicho. No sé qué ruta nos lleva de aquí. No sé qué ruta va a mi casa. Ni a ningún lado, había pensado yo, pero ahí estaba. Surfeando la ruta como si fuera una ciencia. (Se lleva la botella a la boca y le da un trago largo. Vuelve a ponerla sobre la mesa, haciendo ruido. Sonríe, entrecerrando los ojos castaños y grandes. ¿Me está coqueteando?) Al día siguiente llegó a la escuela con chofer y muletas. Tenía una lesión en las rodillas. De ésas de futbol. Lo habían operado no hacía mucho y el esfuerzo del camión lo había jodido. Era una mamada, pero luego supuse que le dolió. Cuando ya estábamos por llegar a su casa, iba bien agarrado, amortiguando los movimientos del camión. Madreándose las rodillas. СКАЧАТЬ