La nación de las bestias. Leyenda de fuego y plomo. Mariana Palova
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СКАЧАТЬ ¿cómo diablos no iba a volverme un maldito alcohólico si era lo único que podía saborear? ¿Cómo no iba a caer en el embrutecimiento y el vicio si tuve que dejar para siempre Nueva Orleans, a mi familia y al hombre más importante de mi vida?

      Sumemos a esa agonía el hecho de que mi existencia jamás volvería a ser pacífica: tener que vivir con el acoso constante de los espíritus, la persecución del Silenciante y las voces del monstruo dentro de mí… Faltó poco para que todo aquello me enloqueciera, y durante un tiempo el alcohol ayudó a olvidar, ayudó a alejarme de este mundo, de este espantoso camino al que me había dirigido por voluntad propia.

      Pero creo que una parte de mí siempre ha entendido la resignación, por lo que no tardé demasiado en darme cuenta de que embriagarme hasta la inconsciencia no aliviaba las heridas que volvía a sentir al regresar a la sobriedad. Fue entonces cuando decidí no volver a tocar una botella.

      Elegí no pretender que mis problemas podían desvanecerse fingiendo que no estaban allí.

      —¿Está todo bien? —pregunta Adam, curioso ante el largo silencio en el que me sumí sin darme cuenta.

      —No tengo edad para beber —contesto con sobriedad para eludir el tema.

      Miro hacia donde estaba Samedi para descubrir que se ha largado.

      —Ah, yo no tengo problema con eso —contesta Adam y alarga hacia mí la botella, pero mi semblante pétreo basta para que deje de insistir y se siente por fin en otro de los malditos sillones alrededor de la mesa.

      Ambos miramos hacia el silencioso bosque mientras yo empiezo a sentir que mis músculos se relajan poco a poco. La temperatura baja, lo que vuelve la tarde un poco más agradable.

      —¿Te gusta la vista? —pregunta el chico, quien apunta con su barbilla hacia el bosque. Respondo con un leve asentimiento de cabeza en un intento de mantener la distancia, aun cuando Adam no parece desalentarse por ello.

      —¿A qué dijiste que se dedica tu madre?

      —Ah, sí, es historiadora —replica arqueándose de hombros.

      —¿Historiadora de qué…?

      De pronto, su sonrisa parece tensarse. Mira hacia el ventanal de la cocina, donde puedo ver cómo muchos frascos y libros atiborran el suelo, igual que en la sala.

      Tuerce la comisura de sus labios.

      —Ciencias ocultas.

      —¿Ciencias ocultas? —repito como un imbécil—. ¿Por eso tiene todas esas… cosas?

      Adam exhala un largo suspiro, al parecer dándose por vencido.

      —Sí, aunque no todas son suyas. Los Blake, mi familia, han estudiado el ocultismo occidental durante generaciones, así que la mayoría de este Gabinete Cósmico ha sido acumulado por décadas. No te espantes. No es satanismo, aunque lo parezca. Son cosas inofensivas, un montón de cacharros que sólo sirven para asustar a la gente.

      Su intento de explicación no logra tranquilizarme. Más de una vez me he topado con adivinas y curanderos fraudulentos, gente que ha llenado sus casas y negocios de porquerías sin tener una pizca de magia o siquiera conocimiento real del mundo espiritual, pero las cosas que veo aquí son… tan distintas. No sé qué pensar.

      —Supongo que la casa también debe ser muy antigua —comento.

      —Algo así. El terreno de la montaña ha pertenecido a mi familia desde que la casa se construyó durante la época de la colonia, pero estuvo deshabitada cuando los Blake volvieron a Inglaterra hacia finales del siglo diecinueve.

      —¿La colonia, dices? ¿Seguro que el techo no se vendrá abajo en cualquier momento?

      Adam ríe con voz gangosa, muy a pesar de que no lo he dicho en tono de broma.

      —No te preocupes. Hace como treinta años la casa se incendió y casi se reduce a cenizas. Permaneció así algunos años hasta que, con la herencia de mis abuelos, mi madre vino a reconstruirla. Yo no recuerdo mucho de eso, porque apenas tenía como cinco años cuando vinimos a vivir a Stonefall; pero puedo asegurarte que la casa en sí no es tan vieja.

      Bueno, admito que escuchar eso me alivia un poco. Si alguna vez hubo, aunque fuese un portal al plano medio en este lugar, de seguro fue destruido en el incendio.

      —Ya veo, pero ¿no te asusta un poco todo esto? Es decir, vivir rodeado de tantas cosas extrañas —pregunto, ya que, con o sin magia, yo no podría dormir tranquilo en un sitio tan raro como éste.

      Adam guarda un largo silencio.

      —Te acostumbras —responde al fin—. Además, mi madre se considera más como una mujer de ciencia, y por eso no teme internarse en el ocultismo. Y yo… bueno, es muy interesante vivir en un lugar repleto de ojos, ¡nunca faltará quien vea por ti!

      A pesar de su ánimo bromista, no puedo evitar percibir un dejo de tensión entre sus dientes, los cuales aprietan las palabras con cierto desprecio. Ladeo un poco la cabeza y le echo un nuevo y rápido vistazo a la casa.

      Por muy incrédula que sea la madre de Adam, este lugar no parece ser el sitio más adecuado del mundo para criar a un niño. Más de un jovencito lo consideraría incluso emocionante, pero yo sé muy bien lo que pasa cuando creces rodeado de cosas que no puedes comprender.

      Tu infancia se convierte en un periodo que no deseas recordar.

      —Pues, aun así, parece ser una profesión muy interesante —digo en un torpe esfuerzo por eludir lo que me dicta la razón.

      —Sí, bueno, tú también tienes toda la pinta de ser un chiflado, así que creo que te llevarás muy bien con ella.

      Una sonrisa involuntaria se ajusta en mi boca, y me hace pensar que no recuerdo cuándo fue la última vez que mantuve una conversación así de larga con una persona.

      —Lo dudo. Tu madre parece tener un carácter muy especial.

      —Sí —responde en voz baja mirando de reojo hacia la casa, hacia las ventanas del piso superior—. Las ansias de conocimiento de mi madre son insaciables. Y supongo que estudiar alquimia tantos años hizo que algo dejara de funcionar en su cabeza.

      —¿Al… quimia?

      —¿No sabes lo que es? —me encojo de hombros para hacerle entender que no tengo mucha idea sobre el tema. He escuchado la palabra antes, tal vez en alguna película o un libro, pero eso es todo—. Bueno, es…

      El chico titubea y hace una pausa una vez más.

      De acuerdo, no hay que ser un genio para entender que no se siente muy cómodo al hablar de esto, sin embargo, no soy de los que dejan las cosas en el aire. Por más inofensivo que parezca, nunca está de más informarse, así que lo incito a continuar al alargar un poco mi cuello hacia él. Adam deja la botella de cerveza vacía sobre la mesa.

      —Es una especie de pseudociencia que se remonta a los tiempos de los egipcios, si no es que antes de ellos —dice—, y cuyo fin es perfeccionar la transmutación… bueno, la transformación de los objetos con el fin de alcanzar la divinidad, convertir СКАЧАТЬ